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El emprendedor dinamismo de una gran bióloga noruega: Kristine Bonnevie

12 de Marzo de 2018 a las 16:56 h

La Academia Noruega de Ciencia y Letras, establecida en 1760, admitía en 1911 a la primera mujer científica: la bióloga Kristine Elisabeth Heuch Bonnevie (1872-1948). Un año más tarde, la Universidad de Oslo la nombraba profesora permanente, siendo también la primera en Noruega.

Nacida en Trondhein, Kristine Bonnevie fue la tercera hija del director de escuela Jacob Aall Bonnevie (1838-1904) y de Anne Johanne Daae. Cuando la niña tenía seis años, su madre murió, su padre volvió a casarse y tuvo tres hijos más. En 1880, Jacob Bonnevie fue nombrado miembro de la Asamblea Nacional y la familia se trasladó a Oslo, donde el maestro Bonnevie se convirtió en una figura importante en el sistema educativo de su país.

 

Según han relatado la profesora de la Universidad de Ámsterdam, Ida H. Stamhuis, y el biólogo del Museo de Oslo, Arve Monsen, pese a que Jacob Bonnevier pertenecía al partido conservador, con respecto a la educación era un reformista y destacado defensor de la ciencia. Sin embargo, en relación a las mujeres se manifestaba poco receptivo, centrando su principal preocupación en dirigir las políticas educativas hacia la formación de los varones. Opinaba que «las chicas no eran aptas para la escuela, ni emocional ni intelectualmente, [...] y su educación debía estar en manos de la familia». Pese a estas retrógradas ideas, sus hijas desearon ir a la universidad y él, al parecer, no pudo o no quiso impedírselo.

En 1888 Honoria Bonnevie (1854-1928), la hermana mayor, empezó a estudiar matemáticas y ciencia, graduándose posteriormente de maestra. En 1892, Kristine siguió sus pasos.

La formación de una joven estudiante

Kristine Bonnevie. Imagen Wikipedia.

En las últimas décadas del siglo XIX, en Noruega, al igual que en muchos otros países, las estudiantes femeninas aún no eran admitidas en la escuela pública secundaria. Por esta razón, Kristine Bonnevie asistió a un colegio privado especializado en preparar alumnas para las pruebas de ingreso a la universidad. Debía pasar por unos exámenes llamados de «pre-graduados», los cuales eran comunes a todos los estudiantes universitarios. Aún hoy siguen existiendo en el país escandinavo.

La joven Bonnevie superó este ingreso y decidió estudiar en la Facultad de Medicina, en aquellos momentos la que más estudiantes femeninas atraía. La universidad noruega, fundada en 1811, permitió casi desde sus comienzos que las mujeres asistieran a clases. Sin embargo, fue la última de los países escandinavos en aceptar que se examinaran y se graduaran. Como apunta la profesora Ida H. Stamhuis, en Suecia esto se permitió en 1872, en Dinamarca a partir de 1875, mientras que en Noruega no se consintió hasta 1884.

Es sintomático, comenta Stamhuis, que inicialmente se propusiera que las mujeres solo pudieran examinarse en medicina, donde serían bien enseñadas para cuidar de las necesidades de otros. Pero en 1882, tras diversos debates, los miembros de la facultad se mostraron unánimemente contrarios a la presencia femenina en las aulas, afirmando que «las mujeres carecían de las habilidades necesarias tanto para estudiar como para practicar la medicina». A este «glorioso» argumento, añadían que con la admisión de las jóvenes habría más estudiantes de los que la facultad podía enseñar, y que además, los puestos de trabajo eran muy escasos para encima formar nuevos médicos.

Dos años más tarde, sin embargo, ellas ganaron la batalla. La Asamblea Nacional Noruega, pese a que perduraban ciertas resistencias, aceptaba en 1884 que se permitiera estudiar a las mujeres lo que ellas quisiesen. Al parecer, el hecho de que los países vecinos hubiesen aceptado la entrada femenina en las universidades, habría hecho mella entre el personal masculino debilitando su postura.

De todos modos, cuando en 1892 Kristine Bonnevie se matriculó en la universidad, la proporción de mujeres era bastante escasa. La joven muy pronto optó por abandonar la medicina. Intensamente atraída por la zoología, decidió dedicarse a estudiar esta especialidad. En 1893, se incorporó al pequeño, aunque muy atractivo Laboratorio de Zoología del museo de la universidad. El director del laboratorio era el profesor Georg Ossian Sars (1837-1927), especialista en crustáceos y que impartía unas clases sobre historia natural inmensamente populares entre el alumnado. Pero también eran muy controvertidas, porque Sars fue uno de los primeros defensores de la teoría darwiniana en su país, lo que le valió intensas críticas desde el sector más conservador de sus colegas.

Como refleja la profesora Ida Stamhuis, Georg Sars tuvo una profunda influencia sobre la joven Kristine Bonnevie, tanto en su formación académica como en la personal. El profesor formaba parte de uno de los entornos más dinámicos y progresistas de la comunidad académica, compuesta por científicos, artistas y políticos. Es interesante señalar que en estos círculos despertaba gran simpatía el libro La subordinación de las mujeres (On the Subjection of Women, 1869), escrito por el economista y filósofo británico defensor del voto femenino, John Stuart Mill (1806-1875), en colaboración con su esposa, la filósofa Harriet Taylor Mill (1807-1858).

En esta obra, obra Stuart y Harriet Mill se enfrentan al determinismo biológico desde una perspectiva de género. Sus brillantes razonamientos eran considerados muy provocadores, ya que conseguían poner en entredicho el discurso sexista imperante. Según el enfoque convencional, por naturaleza el hombre nace superior a la mujer en facultades físicas, intelectuales, mentales y morales. Siguiendo estas especulaciones, las mujeres quedaban desde su nacimiento en una posición de subordinación y dependencia. Los autores pusieron lúcidamente de manifiesto que en este tema no hay naturaleza, sino que todo es cultural, desmontando así la máxima del patriarcado sobre ese natural sometimiento de las mujeres. El muy citado libro tuvo una gran influencia en el desarrollo y consolidación del movimiento feminista del siglo XIX.

El Laboratorio de Zoología y estancias en el extranjero

Kristine Bonnevie comenzó su trabajo en el laboratorio de zoología estudiando un material recolectado durante una expedición al Mar del Norte realizada quince años antes. Publicó parte de este trabajo en un artículo firmado en colaboración con el conservador del museo, el médico Johan Hjort (1869-1948). Desde el principio, la actividad de la joven bióloga en este centro fue muy intensa. Casi todos los años solicitaba y recibía becas de ayuda para realizar estudios de campo y recolección de materiales (sobre todo invertebrados marinos) en programadas excursiones a lo lago de la costa noruega. La joven estudiante escribía muy buenos artículos sobre sus hallazgos; hacia 1900 tenía ya siete publicaciones tanto en revistas internacionales como en populares de divulgación. Su fuerte vocación por la zoología marina la llevó a permanecer en el Laboratorio de Biología de su universidad hasta que se jubiló en 1938 (Stamhuis y Monsen, 2007).

Kristine Bonnevie trabajando en el laboratorio en Drøbak (Noruega) en 1920. Imagen Wikipedia.

En 1898, Kristine Bonnevie recibió una beca para ir a Zurich a mejorar sus conocimientos sobre las técnicas citológicas en el laboratorio del profesor Arnold Lang (1855-1914), un zoólogo suizo experto en anatomía comparada que gozaba de notable prestigio. La joven permaneció formándose en este centro durante un año.

Poco después de su regreso, el conservador del museo de la universidad renunció a su puesto de trabajo. Kristine Bonnevie estaba muy interesada en ocupar esa plaza, pero no era la única. Había al menos cuatro solicitudes más, aunque ella era la mejor formada. Su antiguo profesor, Georg Sars, director del Laboratorio de Zoología, la recomendó utilizando diversos argumentos acerca de su notable formación y experiencia en el museo. Pero además, Sars apuntaba: «El que la solicitante sea una mujer no debe ser un obstáculo para contratarla. Me parece que en realidad es mucho más  difícil para una mujer que para un hombre alcanzar un trabajo estable e independiente en la sociedad, y este hecho hace urgente que sea elegida».

Tras un duro concurso, el puesto de trabajo finalmente se otorgó a Kristine Bonnevie. Fue nombrada conservadora del Museo de la Universidad de Oslo en 1900. A partir de esas fechas, la científica continuó, con más energía si cabe, su intensa y fructífera actividad investigadora. Por ese entonces logró otra beca, esta vez para ir al laboratorio del prestigioso y ampliamente reconocido embriólogo alemán, Theodor Boveri (1862-1915), en la Universidad de Würzburg, Baviera. Apuntemos que este científico está hoy considerado entre los grandes fundadores de la embriología experimental, una disciplina biológica que tuvo enorme influencia en la primera mitad del siglo XX.

Kristine Bonnevie. Imagen Wikipedia.

Así pues, el primero de octubre de 1900, Bonnevie llegaba a la universidad alemana con el fin de investigar en citología y embriología en uno de los centros más destacados del momento. Aquí estudió la meiosis, esto es, la división celular que genera los gametos o células reproductoras, en diferentes especies de invertebrados. Tras cuidadosos análisis, lograba identificar un interesante modelo anómalo, diferente del proceso universal asumido en la división de estas células. Sus excelentes resultados llamaron la atención de gran parte de sus colegas.

Los originales y valiosos estudios llevados a cabo con células germinales en el laboratorio de Boveri, fueron el núcleo principal de la tesis doctoral de Kristine Bonnevie («Studies on the germ cells of Enteroxenos østergreni»). Con notable éxito, la científica defendió su trabajo en 1906, siendo la primera de sus muchas contribuciones al estudio de la estructura y función de los cromosomas. A los 34 años de edad, K. Bonnevie se convertía en la segunda mujer en conseguir doctorarse en la universidad noruega.

Por aquellas fechas, la vocación e interés de la investigadora por extender sus conocimientos no hacían sino aumentar. A finales de ese mismo año volvió a viajar al extranjero, esta vez para realizar una estancia de dos semestres en los Estados Unidos, junto a otro prestigioso y respetado zoólogo y embriólogo Edmund B. Wilson (1856-1939), de la Universidad de Columbia, Nueva York. En este centro llevó a cabo un meticuloso trabajo de laboratorio, principalmente dedicado al análisis de los cromosomas sexuales, alcanzando excelentes resultados.

De vuelta a Oslo, Kristine Bonnevie siguió con sus estudios de morfología y citología en el Laboratorio de Zoología de la universidad. Entre 1908 y 1913 publicó cuatro importantes artículos sobre el tema. Además, la científica, que sentía gran interés por la enseñanza, se dedicó a impartir clases teóricas y prácticas en la asignatura de Zoología General. Al respecto, escribía: «Durante mi estancia en Wüzburg, además de mi trabajo especializado, he asistido a clases y participado en cursos con la intención de, a mi vuelta, dedicar algún tiempo a la formación de los estudiantes de zoología».

La asignatura de zoología también incluía excursiones de campo a diversas estaciones biológicas, principalmente de la costa noruega. Con su perspectiva innovadora, durante la primera década de 1900 Bonnevie incrementó el número y la calidad de estas excursiones. Tras unos pocos años, quedó claro que sus cursos de zoología tenían un gran éxito. Sus estudiantes eran cada vez más numerosos y no dudaban en proclamar que vivían sus dinámicas y atractivas clases con gran entusiasmo, en contraste con aquellas mucho más tradicionales impartidas por zoólogos mayores. El aprecio que Kristine Bonnevie llegó a alcanzar entre el alumnado iba mucho más allá de los límites del laboratorio; ello podría explicar por qué en torno a 1910 la investigadora pasó a ser una parte indispensable de la enseñanza de la zoología en la Universidad de Oslo.

Kristine Bonnevie. Fuente Store norske leksikon.

En esos años, también mantenía su plaza como conservadora del museo. En la práctica era la directora del Laboratorio de Zoología, dirigía tesis doctorales y realizaba investigaciones con relevancia internacional. Su actividad era tanta que en el presupuesto de la universidad se incluyó un contrato extraordinario de profesora de zoología para Bonnevie a partir del curso 1912-13.

El acta de tal contrato afirmaba: «El Laboratorio de Zoología ha incrementado en gran número sus estudiantes, lo cual indudablemente tiene una importancia crítica para el estudio de esta materia; la institución ha prosperado gracias enteramente al buen hacer de Miss Bonnevie; ella ha dirigido esta institución por varios años con gran habilidad y energía en correspondencia con los mejores y más modernos modelos».

De esta manera, Kristine Bonnevie se convertía en 1912 en la primera profesora universitaria en Noruega. En 1919 alcanzó el cargo equivalente a catedrática (profesora con dedicación exclusiva), siendo también en esto la primera mujer.

Inicios en un campo novedoso: la genética

Hasta la primera década de 1900, las investigaciones por Bonnevie relacionadas con la herencia se habían concentrado en el análisis de la fisiología del desarrollo de las células sexuales. Sin embargo, tras el redescubrimiento de las leyes de Mendel, internacionalmente la genética se estaba enfocando hacia el estudio de la transmisión de los caracteres hereditarios mediante análisis estadísticos; esto es, comparando los valores de esos caracteres en los progenitores y en la descendencia resultante de distintas hibridaciones.

Kristine Bonnevie, su cuñado Vilhelm Bjerknes (derecha)
y su hermano Ernst Wilhelm (1946). Fuente Wikipedia.

Apoyada por diversos médicos y representantes de la gestión de la salud pública, Bonnevie solicitó, en febrero de 1914, una beca de investigación para emprender un extenso proyecto sobre la herencia humana en su país. En esta solicitud, además de argumentar sobre la utilidad de tales estudios, ponía el acento en que Noruega estaba particularmente bien situada para este tipo de investigaciones debido al elevado grado de endogamia existente en los pueblos rurales aislados por los fiordos.

Los fondos fueron concedidos en 1918. Iban destinados a un centro recién fundado: el Instituto Universitario de Estudios de Genética, del que la científica era la máxima representante. La concesión de esos fondos tenía además un importante aspecto simbólico: significaba que los expertos en genética de la universidad eran formalmente considerados como especialistas en los temas relacionados con la herencia humana.

El centro tuvo un exitoso desarrollo con la publicación de numerosos trabajos, muchos de ellos relacionados con el surgimiento de anomalías tales como el enanismo, el polidactismo (la presencia de dedos extras en las manos o en los pies) y los nacimientos múltiples en las poblaciones de montaña aisladas. Todo ello convirtió a la genética humana en un campo de estudio muy popular en Noruega.

Bonnevie declaró su buena disposición hacia el concepto de eugenesia, pero el único referente firme que hizo alguna vez sobre el tema, tal como afirman Stamhuis y Monsen, fue que debía estar basado en unos fundamentos claramente científicos. De hecho, el Instituto Universitario para la Investigación Genética hizo que fuera posible separar los aspectos científicos de la herencia humana de otros ámbitos políticamente contaminados sobre la higiene racial.

Merece recordarse que, además de sus numerosas ocupaciones, Bonnevie se mostró siempre muy interesada en promocionar los intereses de las mujeres científicas. Gracias a su iniciativa, a partir de 1916 se crearon en Oslo varias residencias para estudiantes femeninas. Algo después, en 1920, destacó como una de las fundadoras de la Asociación de Mujeres Universitarias, de la que fue su primera presidenta. Desde esta posición, tuvo la oportunidad de acoger en Oslo al Tercer Congreso Internacional de la Federación de Mujeres Universitarias, realizado en 1924. En su recuerdo, actualmente la Facultad de Biología de la Universidad de Oslo lleva su nombre con notable orgullo.

Valga señalar, aunque no nos detengamos a detallarlo, que Kristine Bonnevie fue galardonada con numerosos premios por su investigación. Entre otros honores, un barco noruego de investigación marina lleva su nombre. Y no solo esto, fuera de su laboratorio también fue capaz de ganarse el reconocimiento y el cariño de mucha gente, sobre todo por la destacada labor humanitaria que realizó durante las dos guerras mundiales.

Barco "Kristine Bonnevie". Fuente Institute of Marine Research (Bergen).

Esta extraordinaria mujer se mantuvo activa hasta el final de su vida. Incluso la tarde anterior a su muerte envió unas pruebas corregidas de su último trabajo con el mensaje de que debían publicarse lo más pronto posible. Al día siguiente, 30 de agosto de 1948, Kristine Bonnevie fallecía en Oslo.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

fuente: www.mujeresconciencia.es

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