"Se había engañado a sí misma, al dejarse convencer, por un momento, de que los seres humanos no se dividen en exterminadores y exterminados, y que los exterminadores tienden a colocarse en la situación dominante en cuanto pueden" FITZGERALD, Penelope. La librería. P. 49.
Hardborough es un pueblo acostumbrado a la costumbre. A la de conocer enseguida cualquier cuestión que surja en sus límites (el chico que reparte la correspondencia no abre las cartas únicamente porque su inclinación no son las letras sino las Matemáticas), a la de no salir de casa que practica algún vecino, a la existencia de pequeños duendes o fantasmas (rapper) asociados a los edificios, a las fiestas con invitación restringida, a las formas... y de una manera invisible a los que siempre han decidido desde la sombra lo que es bueno o malo para todos. También está replegado sobre sí mismo (cada cincuenta años o así perdía, como por descuido o por indiferencia hacia semejantes asuntos, algún medio de transporte), una isla entre el mar y el río.
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