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El collar de la paloma

Javier García García 16 de Abril de 2009 a las 09:25 h

No nos engañemos: tal vez sepamos hoy más cosas que en tiempos pasados, pero no somos más sabios. De las cosas verdaderamente importantes, de esas que nos preguntamos desde niños y moriremos sin ver respondidas, sabemos tan poco hoy como hace miles de años. Una pregunta tan aparentemente trivial como "¿qué es el amor?" nos deja hoy tan perplejos como le dejó a Platón en el siglo V a.C. o a Ibn Hazm, autor de El collar de la paloma, en el siglo XI. Del amor se ha dicho (y se dirá) de todo, porque nada hay en la vida humana tan natural y nada tan mediatizado por toda suerte de convenciones y tópicos, y porque, en definitiva, como también se ha dicho, "es el amor lo que mueve el mundo".

Convendrá comenzar recordando que habían sido los árabes, con uno de sus principales focos en Al-Andalus, quienes habían recogido y reelaborado principalmente el legado de la tradición grecolatina. Ibn Hazm fue un aristócrata culto -muladí, no árabe- que padeció en su agitada biografía los azares del final del califato cordobés y el comienzo de los "Reinos de Taifas", que les pondrían más fácil aquello de la Reconquista a los por entonces toscos e incultos cristianos. Pocos nos han llegado de entre los 80.000 folios que escribió conteniendo miles de versos y reflexiones sobre teología, política y derecho. A Dios (o a Allah) gracias, en el siglo XIX se encontró una copia, muy podada por un escriba musulmán del siglo XIV, de la que pasa por ser obra cumbre de la literatura medieval arábigo-andaluza, su risala (mensaje, discurso) sobre el amor titulada El collar de la paloma.

            No es la definición, de corte neoplatónico, que Ibn Hazm da del amor lo que más me gusta del libro (prefiero sin dudarlo la de Spinoza, que me parece encantadoramente objetiva y subjetiva a un tiempo: "titilatio concomitante idea causae externa", cosquilleo que acompaña a la idea de una causa exterior). Pero lo cierto es que nos resultaría difícil ir más allá de la indefinición en que Ibn Hazm nos deja, del sutil tono metafórico que hay en eso de la "fusión o afinidad de las almas" y que, cuando es un "amor verdadero", tiene a su base una "atracción irresistible que se adueña del alma y no puede desaparecer sino con la muerte". Más interesante me parece del discurso "sobre la esencia del amor" con que arranca el libro su idea de que el amor entre humanos viene a ser como el magnetismo en los metales y también la fina nómina de tipos de amor que recoge Ibn Hazm y que por sí sola refleja la pluralidad de modalidades y matices que para él tenía la sola palabra: el amor "de los que se aman en Dios Honrado y Poderoso; el amor de los parientes; el de la afectuosa costumbre; el de los que se asocian para lograr fines comunes; el que engendran la amistad y el conocimiento; el que se debe a un acto virtuoso que un hombre hace con su prójimo; el que se basa en la codicia de la gloria del ser amado; el de los que se aman porque coinciden en la necesidad de guardar encubierto un secreto; el que se encamina a la obtención del placer y a la consecución del deseo; y, por fin, el amor irresistible que no depende de otra causa que de la antes dicha afinidad de las almas". Consciente de que no ha conseguido expresar por completo su esencia, Ibn Hazm recurre a esta preciosa fórmula contradictoria para cerrar su discurso inicial: "es el amor una dolencia rebelde, cuya medicina está en sí misma, si sabemos tratarla; pero es una dolencia deliciosa y un mal apetecible, al extremo de que quien se ve libre de él reniega de su salud y el que lo padece no quiere sanar". Difícil decirlo mejor, ¿verdad?

            Si os recomiendo El collar de la paloma es, además de por el puro placer de leer alta literatura -ibérica, además-, porque pocas obras como ésta permiten abrir un pequeño portillo en el pasado y asomarse a la intimidad más íntima de quienes vivieron antes, en otro mundo de ideas, es verdad, pero sobre este mismo suelo (el libro lo escribió en Játiva) y mostrando sentimientos y vivencias tan parecidos a los nuestros. Lo mejor sin duda son las innumerables anécdotas amorosas directas e indirectas, trufadas de versos, que nos transmite y que, entre todas, construyen una suerte de fresco incomparable en el que laten a un tiempo el hombre que fue y la época y la cultura en que le tocó vivir. Como la historia de aquel mancebo prendado de una esclava a la que no se atrevía a dirigirse y que gracias al azar de una tormenta durante una merienda campestre pudo guarecerse bajo la misma manta que ella; o la del joven que queda maravillado al ver a una doncella, la sigue por las calles de Córdoba y, ante la esquiva actitud de ella, queda en verla en el mismo lugar y a la misma hora, sin que tal cosa vuelva a suceder; o la de un docto aristócrata al que Ibn Hazm recrimina su poca discreción al no saber asumir el rechazo de cierto muchacho del que se había enamorado; o la del beso inesperado que una esclava estampa en los labios de otro joven  aristócrata, que queda como petrificado e incapaz de reaccionar; o la de la esclava que, habiendo enamorado a su señor, se compromete a casarse con él si se corta su fea barba y la deja en libertad, para luego rechazarlo y casarse con su hermano, que era quien en verdad le gustaba; o la de una esclava del propio Ibn Hazm, de nombre Nu'm, de la que se enamoró con veinte años y cuya temprana muerte le dejaría herido de amor de por vida: "mi amor por ella ha borrado todos los que le precedieron y ha hecho imposibles los siguientes". Y hay muchas más.

            También admiro en este hermoso libro el equilibrio tan difícil y tan bien logrado entre el respeto a las convenciones sociales y religiosas, que le lleva por ejemplo a recomendar la castidad y la fidelidad, y su proclama, al mismo tiempo, de que no hay que renunciar a la "unión amorosa" cuando se presenta la oportunidad y se debe llegar tan lejos en la entrega total a la pasión como sea humanamente posible. De ambas maneras se glorifica a Dios y se lleva a su perfección la vida humana. Si bien este contraste podría ser más aparente que real. Leyendo entre líneas (y lo mismo podría valer para otras épocas y culturas) parece que al aristócrata se le permitía libertad sexual -para empezar, aunque no sólo, con sus esclavas y esclavos-, mientras tales encuentros quedaran en la intimidad y no trascendieran a la esfera social, donde el respeto a las convenciones debía en cambio ser escrupuloso. De ahí que Ibn Hazm dirija palabras tan duras contra espías, calumniadores e indiscretos.

En especial, varios párrafos del capítulo XX, "Sobre la unión amorosa", destilan un erotismo tal y una belleza tan arrebatada y sentida como difícilmente se encontrará en ninguna otra obra literaria. Valga como muestra: "Yo, que he gustado de los más diversos placeres y he alcanzado las más variadas fortunas, digo que ni el favor del sultán, ni las ventajas del dinero, ni el ser algo tras no ser nada, ni el retorno después de una larga expatriación, ni la seguridad después del temor y de la falta de todo refugio (...); ni el esponjarse de las plantas después del riego de la lluvia; ni el brillo de las flores luego del paso de las nubes de agua en los días de primavera; ni el murmullo de los arrollos que serpentean entre los arriates de flores; ni la belleza de los blancos alcázares orillados por los jardines verdes, causan placer mayor que el que siente el amante en la unión amorosa, cuando te agradan sus cualidades, y te gustan sus prendas, y tus partes han sido correspondidas en hermosura. Las lenguas más elocuentes son incapaces de pintarlo; la riqueza de los retóricos se queda corta en ponderarlo; ante él se enajenan las inteligencias y se engolfa el entendimiento". No voy a citaros párrafos mucho más atrevidos; tendréis que leerlos vosotros.

            Una advertencia final: leamos y disfrutemos con la mente abierta intentando no proyectar prejuicios extemporáneos ni juzgar tampoco los de Ibn Hazm. Aún así se nos escapará mucho.

Te amo con un amor inalterable,

Mientras tantos amores humanos no son más que espejismos.

Te consagro un amor puro y sin mácula:

En mis entrañas está visiblemente grabado y escrito tu cariño.

Si en mi espíritu hubiese otra cosa que tú,

La arrancaría y desgarraría con mis propias manos.

No quiero de ti otra cosa que amor;

Fuera de él no te pido nada.

Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad

Serán para mí como motas de polvo, y los habitantes del país, insectos.

            Me despido con esta hermosa declaración de amor que Ibn Hazm dirigió, no a una bella doncella oculta tras una celosía, sino a un buen amigo.

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