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Protogaea de Leibniz

Javier García García 28 de Enero de 2010 a las 08:40 h

     Gottlieb Wilhelm Leibniz (1646-1716), máximo representante de la filosofía racionalista junto a Descartes y Spinoza, dominó todos los saberes de su época: además de metafísico, fue teólogo (su Teodicea viene a decir que en este mundo no hay mal que por bien no venga), matemático (inventó el cálculo infinitesimal), diplomático y consejero aúlico (casamentero de Estado), jurista, bibliotecario, administrador, ingeniero, inventor, archivero, historiador, filósofo natural y también, cómo no, "protogeólogo".

Su producción fue tan abundante que, no sólo no la publicó enteramente en vida, sino que aún no ha aparecido una edición completa de sus escritos, consignados muchos de ellos en una peculiar taquigrafía. Esto explica por qué Protogaea, la obra que recoge sus más interesantes aportaciones a la geología, no vio la luz hasta 1749, treinta y tres años después de su muerte (y casi sesenta después de escrita), lo que no impidió, sin embargo, que, como solían hacer los intelectuales de la época, Leibniz proporcionara el manuscrito a otros filósofos. "Pese a la tardía divulgación y relativo desconocimiento, suele admitirse que Protogaea fue una contribución capital a la geología en la etapa preliminar de esta ciencia" (pról., p.42), como lo reconocieron ya Buffon en su Historia natural y luego Lyell en sus Principios de geología de 1830 (pról., pp. 44-45).

Convendrá aclarar brevemente que, hasta el siglo XIX, no hubo distinción real entre la filosofía y la ciencia (llamada hasta entonces filosofía natural). De hecho, en la Antigua Grecia, los primeros filósofos, los presocráticos, se llamaban a sí mismos physicoi, esto es, físicos, pues hacían de la naturaleza, de la physis, su principal ocupación. Durante siglos, química y alquimia, por ejemplo, fueron una misma cosa, al igual que la astronomía y la astrología. La obra acaso más famosa de la filosofía moderna, el Discurso del método de Descartes, donde formula su célebre "pienso, luego existo", era en realidad el prólogo a tres ensayos que hoy llamaríamos "científicos": Dióptrica, Meteoros y Geometría.

Leibniz, como buen filósofo moderno, consideró que debía dar una explicación, no sólo metafísica, sino también física del mundo y, en este sentido, abordó en su Protogaea una ambiciosa descripción de la historia terrestre coherente con su pensamiento, que tomó base en su trabajo como ingeniero en las minas del Harz (Alemania) durante 1690, hace ahora, pues, 320 años. A pesar de ser hoy poco conocida entre las obras de Leibniz, tiene un enorme interés filosófico y científico. De hecho, "Protogaea supone la primera obra que integra en un único ensayo explicativo el origen del globo, la formación del relieve, las causas de los mares, de las fuentes, de los estratos y de los minerales, así como el origen orgánico de los fósiles" (pról. p. 51). Leibniz postula con ella una nueva ciencia a la que llama "geografía natural", clara precursora de la geología. Protogaea incluye también una serie de placas grabadas con restos de animales -destaca en particular la famosa reconstrucción de un "fósil de unicornio" (en la portada del libro)-, junto con una sección transversal de la cueva en la que se descubrieron algunos de los fósiles descritos.

Pero Protogaea también resulta muy importante desde el punto de vista metodológico. El empleo de cortes estratigráficos y el intento de introducir la secuencia histórica en el estudio de la formación de rocas, minerales, metales y fósiles son rasgos muy innovadores de la obra. Apuesta Leibniz, además, por la observación y descripción meticulosa, por basarse en lo que él llamaba "verdades de hecho", en lugar de abandonarse a una especulación sin fundamento. Leibniz argumenta al respecto que, puesto que las piedras no pueden contarnos su origen, sí cabe encontrar explicación de dicho origen por analogía con las producciones de las obras de los hombres, que no dejan de ser, de hecho, parte de la propia naturaleza. En otras palabras, aboga por reproducir artificialmente en laboratorio -"que es como llamamos a las oficinas de los químicos" (p. 127)- los procesos naturales a fin de comprenderlos, sentando con ello las bases del método científico experimental en el estudio de las ciencias de la tierra.

Al resaltar la importancia de la experiencia y la experimentación en el avance del conocimiento -algo que contradice uno de los tópicos más burdos sobre el racionalismo del XVII- sigue Leibniz en realidad la estela del pensamiento cartesiano, por mucho que a menudo lo critique. Así, por ejemplo, al final de la introducción de sus Principia, Descartes afirma que serán necesarios muchos experimentos para desarrollar sus teorías y se lamenta de que quienes deberían financiarlos no vayan a tener interés en hacerlo. ¡Ya en el siglo XVII los investigadores se lamentaban de la falta de inversiones en I+D+I!

Leibniz, Gottfried Wilhelm. Protogaea del primitivo aspecto de la Tierra y de su antiquísima historia según los vestigios de los propios monumentos de la naturaleza. Introd., trad. y notas, Evaristo Álvarez Muñoz. Oviedo, KRK, 2006, 372 p.

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