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Melenudos de 1900

Susana Corullón 14 de Noviembre de 2011 a las 11:26 h

Rafael Cansinos Assens (1883-1964) fue testigo de una época apasionante: llegó a Madrid en 1898, con quince años. Tenía prácticamente la misma edad que Juan Ramón Jiménez y Ortega y Gasset. Villaespesa y Antonio y Manuel Machado, unos años mayores que él, le introdujeron en los ambientes modernistas. Vivió la fama de Azorín, Baroja y Valle-Inclán, conoció a Galdós, rivalizó con Ramón Gómez de la Serna, tuvo como discípulo a Borges...

Quizás eclipsado por sus brillantes contemporáneos, pronto tomó conciencia de su fracaso como escritor y encaminó su trabajo hacia la traducción y el periodismo. No obstante, publicó varias novelas vanguardistas, y las interesantes memorias contenidas en los tres volúmenes de La novela de un literato. La obra fue escrita en 1961, pero en su día tuvo problemas con la censura y hasta 1982 no llegó a publicarse. Llama la atención la visión tan fresca y moderna de una época,  de la que, a pesar de haber hombres de la talla de los arriba mencionados, conocemos bastante poco.

Del primer volumen, que abarca hasta 1013, es interesante la fascinación que los modernistas despiertan en el escritor casi adolescente.

"Empezaron a sonar nombres desconocidos [...] Martínez Ruiz, Baroja, Salvador Rueda, Valle Inclán, Rubén Darío... como salvas de una misma descarga contra lo viejo, contra todo lo anterior al desastre, que la protesta juvenil confundía en el mismo anatema, sin hacer distinción entre lo político y lo literario".

 "La opinión general[...] indignábase contra aquellos jóvenes que escribían una prosa y un verso difíciles de entender, como música wagneriana, y herían todos los principios dejándose unas melenas no siempre pulcras y cuidadas"

O la descripción de la visita hecha a la casa donde vivían los Machado:

"Uno de los Machado, creo que Antonio, en mangas de camisa, se estaba acabando de afeitar ante un trozo de espejo sujeto en la pared, como los que se ven en las carbonerías. La habitación, destartalada, sin muebles, salvo algunas sillas descabaladas, con el suelo de ladrillo, salpicado de colillas y las paredes desnudas, tenía todo el aspecto de un desván bohemio. Eran tan pocas las sillas, que algunos permanecían de pie. Allá dentro, tras una puerta lateral, sonaban voces femeninas. El sol, un verdadero sol de domingo, era el único adorno de aquella habitación que parecía una leonera de estudiantes. El sol y el buen humor juvenil."

 

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