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Todos los rostros del pasado

Javier Gimeno Perelló 19 de Octubre de 2010 a las 08:41 h

Brines, Francisco. Todos los rostros del pasado. Antología poética. Selección y prólogo de Dionisio Cañas. Barcelona: Círculo de Lectores; Galaxia Gutenberg, 2007.

Dice Dionisio Cañas en el prólogo de esta antología que la poesía es "carne de nuestra carne y de la carnalidad de todo lo que nos envuelve", haciendo suyo el convencimiento del poeta brasileño Haroldo de Campos, para quien el lenguaje, como la poesía, es materia "frente a la absoluta materialidad del mundo que nos rodea y del universo que nos envuelve", constituyendo la poesía un "universo paralelo" fabricado que posee "la fascinación de la naturaleza, las sorpresas de los sentimientos".

En esta selección, Dionisio Cañas asume el riesgo que toda antología poética conlleva: el de excluir poemas considerados fundamentales por la crítica o por los especialistas. Pero el propio Cañas se apresura a rebatir esta suposición al afirmar con absoluta convicción que toda la obra poética de Francisco Brines es fundamental. Vamos entonces a dejarnos llevar por el criterio de un gran conocedor del poeta y a deleitarnos con la obra de este miembro de la generación del 50, contemporáneo de otros grandes como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Antonio Gamoneda, Pere Gimferrer, José Agustín Goytisolo, Carlos Bousoño, José Ángel Valente, entre otros. Y vamos a tratar de desentrañar y de aprehender la visión que del mundo destila la obra de Brines.

 

Así, uno de sus poemas más significativos y representativos es precisamente el que lleva por título el de esta antología (pp. 81-82), correspondiente al libro Palabras a la oscuridad (1966), porque en él se reúnen muchas de las constantes que componen su poética: un tiempo pasado que sin embargo permanece ("todos los rostros del pasado, difusos, bellos, han venido"), y siempre está en ciernes de futuro, por muy incierto y enigmático que éste sea ("y otros asienten al presente porque es siempre el origen del futuro misterioso"), pero presente perpetuo al fin ("de la continuada realidad"); un tiempo presente que puede ser fecundo ("y unos asienten al presente / porque les permitirá nutrirse de sí mismos...") y salvador  ("...y salvar piadosamente de la muerte a los muertos"), pero también "precario como el hombre"; la sensualidad y la fascinación por los cuerpos jóvenes y vitales ("algunos todavía con rubor infantil, otros desnudos / y vigorosos debajo de las sábanas"); la otredad en la mirada, ésta como reconocimiento del otro ("y en la mirada de cada uno reconocemos el bien"); pero la constatación del mal a pesar de todo ("y el mal de cada uno es el que nos transmitimos con ceguedad"); la pregunta constante sobre la felicidad ("Nos hemos preguntado, y nadie sabe la respuesta, / si es más valiosa una pequeña felicidad que el dolor que encanece los cabellos, / si un mínimo desengaño es más valioso que una felicidad enajenada"); la presente presencia de la memoria casi siempre arbitraria ("nunca sabremos por qué la memoria ha sepultado aquel día y ha elegido aquel otro para su salvación"); la constante vida-muerte  como un todo inevitable ("también los jóvenes que corrompió la muerte, / para defender cada momento de la vida"); la naturaleza siempre ("oler una flor de campo"); el acabamiento insoslayable ("ver las sombras abatirse diariamente sobre la tierra"); arrobamiento ante el amado o admirado ("y tú entre ellos, rostro más delicado que ninguno, / rubor tan encendido que me vuelve inocente..."); la luz ("... y miras mi corazón con dos oscuras y suaves violetas alojadas debajo de la luz"); la dualidad placer/sufrimiento ("... para que aceptes de mí la ocasión del dolor y la del gozo, / como yo acepto también el dolor renovado que me traigas / o el alto gozo de la contemplación de tu existencia").

 

Eminentemente cernudiano, la poesía es para Brines un acto promisorio de esclarecimiento y fijación de la verdad, desvelada ésta únicamente por la fidelidad con la que se haya vivido la existencia personal, según palabras suyas de su discurso  de ingreso en la Real Academia Española, con el título Unidad y cercanía personal en la poesía de Luis Cernuda. En el acto poético denominado por el propio autor la respuesta creadora, el lenguaje poético convierte en palabra la experiencia del mundo ("El poema, si uno tiene la fuerza de acabarlo, / da siempre la respuesta". En: Reflexión sobre un incidente p. 174).

 

La fascinación por la naturaleza, siempre presente en cualquier acto de la vida, sea ésta en plenitud ("Ya todo es flor: las rosas / aroman el camino". Elca, p. 45) o en decadencia ("Y qué cansados luego las aguas y las rosas, / el ciprés, los naranjos, el ladrón de aquel huerto. / Y todo fue furtivo: el alba, luego el sueño". Huerto en Marrakech, p. 136). El acabamiento, el desvanecimiento de la vida, expresado en metáforas como la tarde, el crepúsculo, el claroscuro, la noche ("En el acabamiento de la tarde / ... He llegado de pronto / ¿a dónde? / La noche que ha caído, tan repentina y negra, me impide ver". Las últimas preguntas, p. 165). Mi poesía, afirma el autor, es "de tono crepuscular. La muerte siempre está al fondo, acechando. Y en ese sentido, el símbolo del atardecer, de la llegada de la noche, es el símbolo de la existencia y sobre todo, el centro espiritual desde el que escribo: la sensación de pérdida". Sin embargo, la luz, como la naturaleza, está también en cualquier parte. El poeta es, para Brines, "el oscuro que mira la luz" ("... y yo devolveré su luz al mundo". Un olor de azahar, p. 133).

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