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Fetichismos lectores, sobre 'El final del desfile' de Ford Madox Ford

Javier Pérez Iglesias - 19 de Octubre de 2009 a las 09:25

Nunca he juzgado una obra de arte por su tamaño. Algunos de mis cuadros favoritos caben en una maleta (los de Vermeer, por ejemplo) y, sin despreciar las catedrales, disfruto con las iglesias pequeñas (Santa Maria dei Miracoli, por citar una). Con la literatura me ocurre lo mismo, no me parece un escritor menor el que sólo, o fundamentalmente, se dedica a los cuentos y creo que un  poema puede encerrar el mundo.

Dicho eso, tengo que reconocer que las novelas de muchas páginas me producen un gusto que va más allá de otras sensaciones. Bueno, más bien es un disfrute especial porque cuando un autor me gusta, la posibilidad de entrar en su mundo por caminos largos (puede ser una única obra extensa o varias una detrás de otra), de recorrer sus territorios inventados, es un placer que no se parece a nada.

Así que he desarrollado un fetichismo particular con las novelas largas, de muchos tomos o de un único volumen que encierra cientos de páginas. Su ancho lomo es una promesa de horas de disfrute, de tardes gozosas en las que parece que llueve sólo para que yo me quede en casa con mi lectura.

Algo de eso es lo que me ha ocurrido con la tetralogía de Ford Madox Ford (1873-1939), El final del desfile, que Lumen ha publicado reunida en un único volumen. El autor ya es conocido de Sinololeonolocreo por un precioso post que escribió Anabel Rábade sobre su novela más conocida, El buen soldado. Eso me evita tener que hablar del autor porque en el citado, y enlazado post, podréis encontrar comentarios jugosos y datos interesantes.

Sólo quiero comentar que Ford Madox Ford era un escritor valiente, comprometido con la experimentación y muy conectado con las vanguardias literarias de su época. Así, utiliza técnicas que luego se han hecho comunes pero que en su momento fueron revolucionarias: monólogo interior, diferentes puntos de vista para narrar el mismo acontecimiento, saltos en el tiempo. Todo administrado con tanta maestría que uno se olvida de la técnica y simplemente disfruta.

Una de las cosas que me ha gustado de esta novela, son cuatro pero las he leído seguidas como si se tratara de una única obra, es que su protagonista, el aristocrático y conservador Christopher Tietjens, me resultaba profundamente antipático al principio, me sacaba de quicio con su caballerosidad decimonónica y su santidad anglicana, pero terminó por caerme bien. Me parece un valor añadido en cualquier lectura el poder simpatizar con alguien que no tiene nada que ver conmigo.

En todo caso, la mayoría de los personajes son una pandilla de snobs, clasistas, estrechos de miras y profundamente racistas (casi todos hablan de los judíos como si fueran la peste). Con ellos, entramos en un mundo que, cuando Ford Madox Ford escribe su tetralogía, entre 1924 y 1928, casi ha desparecido. El huracán del siglo XX ha resquebrajado sus convenciones y sus ritos, su separación de clases casi feudal, sus certezas y sus seguridades. Los Tietjens se mueven en una Europa unida por una continuación de salones y balnearios de clase alta en donde todo es "familiar" (al fin y al cabo, todas las élites gobernantes están, en alguna medida, emparentadas con la Reina Victoria) y donde el futuro va a ser un éxito (económico), un buen acuerdo (matrimonial) o una sucesión de tés y recepciones con gente de bon ton. Es verdad que ya se observan algunos gusanillos (sufragistas, gente de dudosos apellidos que hace carrera, clases inferiores que sacan el píe del tiesto, sindicalistas, escoceses, ¡judíos!) pero nada comparado con el terremoto que desatará la Gran Guerra. Por cierto, la novela tiene descarnadas imágenes del absurdo de las trincheras, de la carnicería de los avances, del miedo, el ruido, el barro y la desesperación que conforman la guerra.

Hay quien no..., No más desfiles, Se podría estar de píe y El toque de retreta, se extienden a lo largo de 1.000 páginas, muy bien sujetas con una encuadernación de tapa dura, y maravillosamente traducidas por Miguel Temprano García. Mi enganche ha sido tan grande que lo he traído y llevado en el metro, me ha acompañado en dos viajes de avión y, sobre todo, me ha pesado en las manos en los ratos de lectura de cama y sofá. Quizá en cuatro partes, por separado, hubiera sido más manejable pero me ha encantado leerlo así, todo seguido y tenerlo junto en el mismo volumen. Ya sabéis, fetichismos que tiene uno.

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