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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 29 de marzo de 2024

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La invasión necesitada

Se creía, por las pistas aportadas, que las habían traído a la Tierra por el hecho de que en un principio fuese en este planeta donde con mayor fuerza y esplendor se habían asentado sus predecesoras. Era bien aceptado que los humanos no habíamos sabido mantener el equilibrio, y agonizábamos junto con todas las especies a las que lentamente y a lo largo de los años nos habíamos encargado de destruir.

Los "alienígenas" pertenecían a una civilización tipo III, según Kardashov. Esto es, sabían gestionar sus equilibrios, y por alguna razón inexplicable (paternalista habían sugerido algunas mentes preclaras), habían tomado la determinación de intervenir en la evolución de una civilización que, aparentemente, estaba condenada a su propia autodestrucción.

La mera intervención de estos seres, había generado no pocos recelos y desconfianzas: si bien los alienígenas tenían aspecto sospechosamente humanoide (¿cómo era eso posible?, ¿trataban de mimetizar con nosotros por algún mecanismo indeterminado?, ¿procedíamos acaso de un mismo antecesor común?, ¿era posible que solo hubiera un camino óptimo para la evolución?) se dejaban ver en escasas ocasiones, y solo podía encontrárseles cuando ellos así lo deseaban.

Y sin embargo, su mensaje había sido tajante: "La introducción de estos nuevos seres mejorados concluirá con la salvación del planeta Tierra como ecosistema viviente" Los humanos aún no nos habíamos recuperado de la sorpresa y asombro por toda esta novedad de interferencia alienígena. Pero habíamos alcanzado un nivel de civilización suficiente como para aceptar la posibilidad de caducidad que el planeta se acercaba a alcanzar si continuábamos con la política vital destructiva que habíamos llevado durante años, como para no aceptar la ayuda. Vamos, que no teníamos nada que perder.

Lo que los visitantes habían traído como presente superaba nuestras más profundas convicciones. Aquel laureado científico, Pokorof, era el que había encontrado la definición más acertada: "Son vegetales con consciencia".

Los alienígenas pastoreaban el desarrollo y supervivencia de aquellos nuevos organismos, que arraigaban en aquel planeta destruido con una facilidad y resistencia, que sus predecesores autóctonos habían sido incapaces de asimilar después que los humanos modificaran el entorno. Eso no significaba que las plantas terrícolas hubieran desaparecido de la faz de la tierra. Convivían con sus compañeras de otro mundo en un equilibrio difícil de explicar, y además los humanos se habían ocupado de preservarlas mediante cultivos de conservación, reservas vegetales, semilleros e invernaderos.

Pokorof era un botánico que había dedicado gran parte de su tiempo y sus recursos a investigar y trabajar sobre aquellos nuevos vegetales. Era de mediana edad, considerando la larga vida humana, y dedicaba gran parte de su escaso tiempo libre en cultivar su cuerpo y su espíritu. Aunque la rumorología le otorgaba actividades de tiempo libre más tórridas y oscuras. Bien formado, no muy alto, pelo corto y ralo en el frontal, con facciones duras y afiladas, y ojos agudos y penetrantes. Hacía tiempo que las expectativas que la humanidad le daba, habían superado sus méritos. Trabajaba con un equipo científico en el que podían encontrarse varias especialidades: biólogos, ingenieros moleculares, genetistas, químicos, zoólogos, paleontólogos y geólogos.

Dentro de la variedad, se distinguían dos grupos: las cabezas pensantes, aquellos expertos asentados que ya no necesitaban demostrar nada, y cuyo trabajo consistía en la recopilación, clasificación y exposición de la información; y las cabezas rodantes, denominados así por la alta rotación de personal, que solían caracterizarse por tratarse de personas muy jóvenes y dispuestas, y de llevar la mayor parte de la carga del trabajo. Con este equipo, Pokorof había llegado a la conclusión que le llevaría a la fama y a la discordia:" Mejorados es la palabra clave: "Los vegetales alienígenas presentan modificaciones genéticas que habían sido introducidas premeditadamente".

Los detractores de Pokorof argumentaban que esa conclusión solo era válida si se comparaba el ADN alienígena con el ADN terráqueo. "Pero... ¿por qué no compararlo?"- respondía Pokorof -"al fin y al cabo ambos ADNs codifican información para generar y mantener seres que son capaces de sobrevivir en el mismo entorno, el entorno característico de la Tierra".

El nuevo tema de estudio de Pokorof versaba sobre la temporalidad y estacionalidad de las plantas alienígenas. A pesar de que en la Tierra existía una gran variedad de plantas cuya temporalidad variaba desde unos pocos días hasta cientos de años, los organismos no terrestres presentaban sin excepción una acusada temporalidad, del rango de meses.

Sin Tao, un integrante cabeza rodante del equipo de Pokorof le estaba preguntando a una de las plantas, un espécimen de hojas de un verde muy oscuro, con cinco lóbulos cerrado y tallo trepador, una planta muy cínica, el porqué de esta temporalidad. Era un  cerebrito procedente de Singapur, una ciudad que siempre se había adelantado a su tiempo, de tez morena, cara redondeada, tenía como ventaja en un mundo dominado por occidentales que sus rasgos no eran profundamente asiáticos. Había llegado a ICS (International Conciliatory State) hacía algunos años y sus pretensiones pasaban por establecerse en él de forma definitiva.

-Vamos plantita- alentaba a la hiedra -dime cómo funcionas.

Pasó cuidadosamente el bisturí con una precisión ejercitada a lo largo de uno de los vasos conductores de la hoja. La hoja se plegó ligeramente y lentamente sobre sí misma. Sin Tao procedió a cortar un pequeño cuadrado de muestra y colocarlo sobre el porta.

Enfrente de él una despampanante rubia perfectamente maquillada le observaba y realizaba anotaciones. Era una cabeza rodante que ostentaba el record de permanencia en la institución y que ya era más o menos aceptado que su ambición la mantendría allí más tiempo. Leía en alto unas fotocopias mientras apoyaba su espalda en una mesa de experimentación:

"Podría afirmarse que las plantas alienígenas con innovaciones genéticas (PAIG, en adelante) poseen un arcaico y frágil sistema nervioso, basado en una comunicación química, a diferencia de la mayoría de los animales terrestres cuya transmisión nerviosa se basa en impulsos eléctricos. Es por tanto, una trasmisión bastante más lenta. Las imágenes microscópicas (véase Imagen 2) sugieren la existencia de unos tubículos que discurren paralelos a los vasos conductores, por los que podrían circular los mediadores químicos que transmiten la información. Aunque no se ha encontrado un centro coordinador propiamente dicho, si se han encontrado a nivel microscópico nódulos cada cierta distancia capilar (véase Imagen 3) que podrían corresponderse a pequeños centros procesadores de información"

-Y aquí es cuando cito a Pokorof-se interrumpió la rubia. Echó un largo trago de agua de su botella de agua de diseño poco convencional, antes de desechar el envase.

-Impresionante- dijo Sin Tao distraídamente mientras miraba por el microscopio -¿Crees que sienten dolor?

-No. No hay evidencias de sensores- aseveró la rubia-¿Crees que será este el trabajo que me dará el puesto de investigador consolidado?

Sin Tao despegó la vista del microscopio y miró a su compañera. Se llamaba Annette, era bastante y cuidadosamente hermosa, cuerpo esbelto y airoso, y además poseía un cerebro privilegiado. Había llegado a ICS de algún lugar del Norte de Europa, y se había casado con exitoso y perfecto hombre de negocios. Tenían dos perfectas hijas rubias, de perfectas facciones, de dientes blanquísimos y enormes y dulces ojos azules. Eran ambas clavadas a su madre. En las reuniones sociales extra académicas, de gran importancia para recabar fondos, era esta familia un recurso ideal.

-Es posible.

Annette sonrió complacida.

-Gracias, Tao- Agarró otra botella de agua de envase de diseño y salió por la puerta con paso resuelto, meneando su larga y hermosa melena rubia.

Sin Tao quedó solo en el laboratorio. Se acercó al ventanal, donde crecían los especímenes de experimentación. Pasó su mano por una de las estrechas y aceradas hojas amarillentas de una planta parecida a un bambú, y apoyó su cabeza pensativo en el cristal, recibiendo junto con las plantas la luz filtrada del sol. Sin Tao quería establecerse. Annette le daba cierta envidia. Si él tuviera una familia, su status mejoraría. Como Annette. Había salido con varias chicas, todas ellas buenas reproductoras. Pero ninguna le había convencido todavía: las chicas de ICS eran bastante controladoras, todas tenían el impulso de marcarle pautas de comportamiento. Sintió un extraño calor en su dedo. Observó a la planta. La hoja envolvía ligeramente su dedo. La planta parecía dirigir sus hojas y sus movimientos hacia él. Las hojas avanzaban acariciando su mano. Sin Tao se dejaba hacer. De pronto una paz le invadió, su ansiedad desapareció y una perspectiva nueva, como si él fuera otra persona distinta apareció en su mente. Pensó en lo que había hecho y se sintió orgulloso de sus logros. Sonrió. Realmente no tenía tanta importancia, ya encontraría a la chica apropiada. Fue a buscar agua para el bambú.

 

§ § § §

 

La nueva observaba por el amplio ventanal al pequeño Capreolus rumiar su desayuno con parsimonia. A los herbívoros, las plantas extraterrestres parecían gustarles tanto como las terráqueas. Hacía algunos años Ilora jamás se habría preguntado qué sentiría una planta mientras la devoraban; ahora tenía que replantearse su visión vegetal y había dejado de comer vegetales frescos, a excepción de las frutas, claro.

Era una mujer tipo, de origen étnico variado: tez morena aunque no muy oscura, ojos intensamente negros y pelo oscuro y enredado. Era la última incorporación y a ella se le había asignado la tarea de la guarda y mantenimiento de los herbívoros. Estaba bajo el pupilaje de Annette. Esto significaba que debía obedecer todas las ordenes que Annette le diera y que incluían el trasporte de café el abastecimiento de agua de diseño.

Annette entró resuelta, sonriente y con su maquillaje bien cimentado.

-¿Qué tal van los herbívoros, Ilora?

-No hay cambios aparentes.-informó Ilora-Cérvidos, roedores, equinos, bóvidos, caprinos y demás. No hay indicios de que la dieta extraterrestre afecte a su comportamiento ni a su salud.-Ilora permaneció pensativa- Tampoco hay reportes de que la fauna salvaje haya sido afectada de alguna forma en sus respectivos ecosistemas. Ni para los carnívoros.

-Bien- Annette se sentó en el ordenador y abrió algunos programas estadísticos. Fijó su atención algunos minutos en la pantalla antes de volver a prestar atención a Ilora -Selecciona algunos especímenes de cada familia, sacrifícalos y hazles la necropsia.

Ilora asintió sin palabras. Abrió la boca para responder, pero no dijo nada. Tomó aire y lo intento de nuevo. Nada.

-¿Hay algún problema?- la voz de Annette salió de sus espaldas sin ni siquiera girarse para mirar a Ilora. No esperó la respuesta y le dio un largo trago a su botella de diseño antes de arrojarla a la basura. Ilora siguió su trayectoria.

-No...ninguno, solo que pensaba que ya llevo tres meses aquí y me preguntaba cuándo podré retomar mis estudios sobre la capacidad de estas plantas para comunicarse.

Annette se volvió y miró seriamente a Ilora. Tardó unos segundos eternos en contestar, y trato de expresarse con cuidado.

-Ilora...aquí los chicos como vosotros vienen a hacerse mayores. Esta es una institución puntera, con trabajos vanguardistas. Hay áreas, aún no investigadas, que merecen mucha más atención, mayor prioridad que ese...ese en el que trabajabas. Debes avanzar.

Annette miró a Ilora con mirada condescendiente y le dedicó una sonrisa que quería decir "no pasa nada, cualquiera tiene un tropezón".

-¿Quieres agua?- ofreció Annette mostrando su nueva botella. Era su forma de buscar concordia.-Es de mineralización débil. Hidratarse ayuda a mantener la belleza.

-No, gracias Annette- Ilora sonrió débilmente -Voy a seleccionar a los animales.

Ilora no fue directamente al hábitat, sino que fue a visitar Sin Tao. Necesitaba otro tipo de contacto humano que no fuera el de su jefa, necesitaba que alguien la entendiera. No tenía claro que Sin Tao fuera el contacto humano que necesitaba, pero de todo el grupo, era el que más se acercaba. Entró en el laboratorio con cierta confianza y se sentó esperando pacientemente que Sin Tao terminase su tarea con el microscopio, anotando todo lo que observaba. Por fin Sin Tao se dignó a mirar a su compañera. Los ojos de esta brillaban. Una idea fugaz pasó por la mente de Sin Tao: una mujer hermosa, exótica, sus curvas mostraban su capacidad reproductiva, una mente plástica. Lo único que no convencía a Sin Tao era algo instintivo y educativo: su impureza étnica. Pero pensándolo mejor, racional y científicamente las mezcolanzas genéticas constituían los mejores especímenes, los que aportaban mejoras a la especie. La sonrió de una manera muy franca.

-¡Hola Ilora! ¿por qué me traes esa cara de susto?

-No sé cómo soportáis a esa Barbie. Es de ese tipo de personas que a pesar de ver con sus propios ojos como los caprichos y privilegios han acabado con los recursos de la tierra, continua utilizando envases desechables.

-¿Hablas de Annette?

-¿Conoces a otra Barbie?

-Vaya, sí que estás enfadada. ¿Qué te ha hecho ahora?, ¿te ha hecho planchar sus batas?- Ilora suspiró

-Creo que las plantas nuevas pueden comunicarse con nosotros.

Sin Tao miró a Ilora sin saber qué decir. Echó hacía atrás la espalda y adoptó una postura de escucha.

-Tú ya me entiendes, de una forma primitiva, ya sabes. Creo que pueden transmitirnos mensajes, mensajes simples, y creo que pueden entender los nuestros.

-Es posible, Ilora.- concedió Sin Tao.-Es lo que decía Pokorof.

-¿Y por qué ya no trabajamos en ese campo? Sin Tao se encogió de hombros.

-¿Te apetece tomar luego un café, cuando salgamos?

 

§ § § §

 

La lluvia caía suavemente aquella noche sobre el parabrisas del coche, mientras Pokorof repartía su atención entre la carretera y los pechos generosos de su última adquisición.

Era una morena no muy alta, de ojos grandes y castaños, y cara ovalada y pequeña. Una jovencita ataviada para la conquista. Charlaban animosamente con el fondo del leve zumbido del motor eléctrico de aquel pequeño todoterreno con interiores diseñados para cierto lujo y confortabilidad.

-...no me puedo creer que no te hayas enterado por los medios.- decía Pokorof con cierto aire festivo- El incremento de oxígeno ha sido muy bajo, solo un 0,03 por ciento. Pero lo más significativo ha sido la disminución de dióxido de nitrógeno y de carbono, anhídrido carbónico y de los sulfuros que estaban muy altos. ¡Una disminución de hasta un diez por ciento!, ¡y eso en apenas cinco años desde la llegada de las plantas!

-Bueno, sí claro, ya sabía que el aire estaba mejor- se defendió la morena

-Claro que sí- sonrió Pokorof aprovechando otra mirada de soslayo al pecho de la morena.

Pokorof sabía explotar su don con ese tipo de mujeres, que les encantaban aquellos hombres que parecían saber muchas cosas y que, a la vez que las ilustraban, no las trataban como si ellas fueran idiotas. Las deslumbraba a la vez que las hacía sentir cómodas. Solía encontrarlas en los jardines privados de la Mansión Vegas. Era este un recinto donde se organizaban fiestas exclusivas para la gente joven y guapa, o bien adinerada, o bien ambas. Era un secreto a voces que en aquellas reuniones se propiciaban encuentros sexuales de diversa naturaleza. Pokorof, un hombre que no aparentaba su edad, bastante atractivo, que había cuidado con esmero su cuerpo y su mente, era bien recibido entre la pléyade de jovencitos, satisfacía con gusto sus instintos de cazador y colmaba sus deseos de sentirse admirado y de superar a otros machos más jóvenes.

Era evidente que, a diferencia de Sin Tao, a Pokorof no le preocupaban demasiado los convencionalismos sociales, aunque muchos no dudaban en señalarle que eso sería su final. Y sin embargo, más tarde, cuando el glamour había desaparecido, se sentía culpable de tanta frivolidad. Suspiraba en su soledad. Por el momento, solo estaba a gusto con aquella forma de vida.

El todoterreno eléctrico encaro la cuesta que daba a la sencilla casa de Pokorof. Seguía manteniendo una jovial charla con la morena, en donde básicamente solo hablaba él y ella le respondía con una melódica risa y un movimiento nervioso de melena. Aparcaron en el garaje. Pokofof apretó el botón que constituía la llave del coche, y que en el garaje venía a significar parada y abastecimiento por medio de conexión a la red eléctrica mediante un enchufe automático. Tomo a la morena de la cintura y la condujo hasta las escaleras que daban a la casa. Ella no opuso resistencia y por el contrario, pegó su cuerpo más a él.

-La casa no es gran cosa. Muchos piensan que los científicos tenemos sueldos astronómicos, pero no es verdad.- Pokorof empezaba a dejar su mano libre para explorar sin que encontrara muchos impedimentos- Vamos, ven, lo prometido es deuda.

La morena se abstuvo de hacer comentarios demasiado explícitos. Encontró que los monosílabos de mediana sorpresa y las sonrisas dentudas eran bastante para complacer a su acompañante.

-El invernadero está por aquí

Pokorof guió a su acompañante hasta el invernadero. El edificio de cristal se veía limpio y cuidado. Su planta ocupaba casi lo mismo que la planta de la casa y tenía bastante altura. Pokorof accionó el interruptor eléctrico y una luz artificial muy brillante inundó el ambiente de una forma consecuente y agradable. En el interior del invernadero había una gran variedad de plantas, verdor que casi alcanzaba el techo, hojas grandes y turgentes, pequeños arbolitos y tupidos arbustos. Todos bien cuidados y esplendorosos. El invernadero lucía una harmonía inexplicable.

-¡Vaya!- exclamó la muchacha -Veo que te llevas el trabajo a casa.

-No creas- rió Pokorof capcioso-Tengo bastante ayuda. Pero lo que tienes que ver está por aquí. Ven, acompáñame.

La guió por pequeños senderos de suelo metálico que separaban el mundo vegetal del humano, hasta un pequeño habitáculo del invernadero. Lo que la chica vio entonces la asombró e impresionó hasta el extremo: ante ellos se abría una humilde planta arbustiva de hojas grandes lanceoladas y sobresaliendo entre ellas, múltiples flores, enormes y preciosas, de una combinación colorida casi imposible: morados, azules y rosas pálidos se repartían en los cuatro grandes pétalos, dos grandes y dos pequeños, en forma de lengua. Del centro de la extraña flor salía un tubículo alargado, de color azul intenso, recubierto de fina pelusilla, suave al tacto y olor tremendamente agradable. Pokorof observó a la chica.

-Esto es algo que poca gente ha visto.- dijo - Todo parecía indicar que las plantas alienígenas se reproducían de una manera extraña, sin flores. Pero mira esto, parece que sí son capaces de florecer.- Pokorof observaba el efecto de sus palabras en la chica- Y esto ocurre aquí por primera vez, para tus ojos- Era mentira. Al cabo de cuatro años de no observar ningún tipo de flor alienígena, hacía un mes se habían recabado informes y elaborado artículos sobre la presencia de flores similares en algunas zonas tropicales. Esta planta era una adquisición exclusiva con fines de investigación científica.

La muchacha acariciaba las sumidades floridas, una tras otra, con ganas de llevarse una para sí, pero sin atreverse a hacerlo. Estaba hipnotizada.

-Desde el momento que te vi comprendí que una belleza insólita como tú debía conocer otras formas de belleza insólita, que solo dos formas así pueden comprender.

El tono con el que Pokorof enunció esta frase, el contexto, la predisposición de la chica y el alcohol hicieron que el efecto del golpe fuera inmediato. La muchacha volvió su cara hacia Pokorof con los ojos brillantes y los labios ligeramente entreabiertos. Pokorof no desaprovecho la ocasión y se lanzó sobre ella, dando rienda suelta a todo su deseo.

Después del sexo, Pokorof durmió aquella noche como un bendito. Su despertar al amanecer fue distinto. Como siempre que se despertaba con un bulto a su lado al que no estaba acostumbrado, sintió una inquietud inicial, que después se disipo con el recuerdo. Se removió desperezándose. Había estado bien, pero era hora de continuar con sus asuntos. La chica morena se volteó despierta para saludar a su compañero.

-Buenos días- dijo con una sonrisa perezosa. Tenía los cercos de los ojos negros debidos al maquillaje corrido.

Pokorof le devolvió una sonrisa indolente.

-Buenos días- Y procedió a levantarse animado - ¿tienes hambre? No tengo mucha comida, pero hay una cafetería aquí cerca donde hacen unas tortitas de lujo.

La verdad es que las tortitas le daban igual. Normalmente mantenía sus ligues durante un par de semanas. Le gustaba prolongar la sensación eufórica de la conquista y lucir su triunfo. Pero esta vez, lo único que quería era que la chica desapareciera para que él pudiera continuar con su vida. Y pensó que para empezar tenía que sacarla de su casa. Una amarga sensación de culpabilidad se le asentó en el estómago.

-O a lo mejor podríamos quedarnos en la cama un rato más- dijo la morena destapando sus atributos y contoneándose lasciva sobre la cama. Pero los restos de su maquillaje le quitaban encanto.

-Uy, no creo que nos dé tiempo. Hoy tengo el día muy atareado- Fue la excusa más rápida que encontró Pokorof.

La chica le miró asombrada unos segundos, con los ojos muy abiertos, como tratando de decidir si de verdad la estaba diciendo que la rechazaba. Insistió en sus contoneos.

-Pero si hoy es domingo. No creo que haya nada que no pueda esperar hasta el lunes

-Perdona, pero te digo que tengo trabajo. ¿Acaso crees que llevo una vida disoluta? Todo lo que poseo lo he conseguido con mucho esfuerzo y trabajo.

La chica parpadeo confusa. El tono con que Pokorof había pronunciado esta última frase resultaba algo amenazador. Una vaga sospecha comenzó a iniciarse en su mente. ¿Estaba tratando con la misma persona que ayer mismo era tan simpática y atenta?

-No pretendía insinuar nada- dijo por fin -es solo que no estoy acostumbrada a tratar con gente que trabaja en domingo.

El corazón de Pokorof se ablandó un poco por el peso de la culpabilidad. Aún así, quería que el rito de despedida terminase ya. Suspiró pesadamente.

-¿Vamos a esa cafetería?

Durante el desayuno Pokorof se mostró callado y reservado, mientras que para la chica, ya arreglada y dispuesta para la sociedad, era evidente que debía frenar su entusiasmo. Ella esperaba algo más que un encuentro de una sola noche, pero Pokorof le daba poco donde agarrarse. La tensión se estiró tanto, que acabó rompiéndose. La cosa acabó mal. Más gritos, reproches y lágrimas por parte de ella. Se fue de la cafetería y Pokorof supo que no volvería a verla.

El camino de vuelta a casa fue penoso y angustioso. Esta chica no era peor que otras. Todas solían resultarle...simples. Las toleraba bien durante un tiempo. Pero ahora sentía que esa tolerancia iba disminuyendo. Lo primero que hizo al llegar a casa, fue sacar su esterilla y meditar. Le gustaba hacerlo en el invernadero, en aquel habitáculo con suelo de linóleo donde ahora se situaban las flores. Comenzó por unas posturas de Yoga.

Respiración...concentración...respiración...percepción del mundo que le rodeaba... búsqueda de la conexión con él y desconexión de los fantasmas que acechaban su mente.

Y cuando consiguió vaciar su mente, una voz clara surgió en su oído: "El secreto está en procurar no dañar a nadie. Ni siquiera a ti mismo"

Pokorof abrió los ojos con brusquedad, casi asustado al comprobar que allí no había nadie. Imposible en domingo. Su cuerpo permaneció inmovilizado mientras sus ojos buscaban una respuesta plausible. Allí no había nadie. ¿Estaría volviéndose loco? ¿La culpa le trastornaba? Miró al arbusto floreado, la joya de la corona. Algunas de sus flores se cerraban, se replegaban sobre sí mismas; otras en cambio se abrían; algunas hojas se movían hacía el sol y otras se retorcían hacía el suelo. La planta se estaba moviendo visiblemente.

 

§ § § §

 

En los últimos centenares de años la humanidad había conseguido tales avances que, valorados por un ente objetivo, resultaban bastante asombrosos. Más que nada, por la velocidad a la que se habían alcanzado. Y sin embargo, cambiar la mentalidad de la humanidad resultaba más lento y complejo que cualquier avance en el desarrollo de la civilización. La mentalidad humana era como un barco que navegaba en un amplio mar, y al que se le habían advertido que para su supervivencia debía cambiar el rumbo de forma radical e ir en dirección opuesta. Un barco enorme no puede girar 180 grados sin más: debe primero reducir su velocidad y, a menor velocidad, trazar un amplio círculo en el mar para alcanzar el rumbo deseado.

Así, la política ecológica y de equilibrio de la Tierra debía cambiar su rumbo radicalmente. Pero los humanos, aperas sí habían comenzado a girar. Habían conseguido disminuir un tanto la emisión de gases nocivos, pero no conseguían hacerse aún con la génesis y gestión de los residuos: los humanos no eran capaces de renunciar, o mejor dicho de reinventar, sus privilegios y comodidades.

Las causas eran variadas, y todos éramos culpables. Para una civilización más avanzada cuya intención era ayudar, debía de ser muy desalentador ver que la humanidad se esforzaba muy poco por proteger su propio mundo.

Como Pokorof, ya considerado un excéntrico por aquel entonces y perdiendo cada vez más respetabilidad, no encontró apoyo entre sus colegas de cierto status, buscó a Annette para realizar los trabajos que él quería retomar. Eran aquellos trabajos que tanto habían impresionado a Ilora en su juventud, que Pokorof había iniciado tiempo atrás que trataban sobre la capacidad comunicativa/perceptiva de las plantas alienígenas.

Les llevó algunos meses ponerse en marcha: recopilar bibliografía, diseñar experimentos y recabar opiniones. También algún tiempo más para que los esfuerzos de Annette resultaran algo productivos.

Durante ese tiempo, las plantas alienígenas comenzaron a mostrar patentes muestras de capacidad de florecer. El mundo entero se había llenado de color con la presencia de estas flores y este misterio constituía para los científicos una esperanzadora e interesante nueva vía de investigación. La moda era cultivar estas flores entre los laboratorios de fisiología vegetal más punteros. Annette bufaba de rabia al no formar parte de esa competencia entre grupos investigadores. ¡Cómo estaban desperdiciando aquellos equipos de laboratorio tan costosos! Ilora en cambio, estaba exultante. Aquel florecimiento parecía haber llenado de positiva felicidad al mundo entero. Rodeada de todas aquellas hermosas circunstancias concurrentes, en su trabajo con sus expectativas colmadas y en su vida con Sin Tao concediéndole el menor de sus deseos, su sangre llena de serotonina y feniletilamina, se dejaba llevar por la situación, consciente que en algún momento, tendría que acabar.

Sin Tao y ella habían establecido un régimen de experimentos, por los que sometían a diversos especímenes de plantas a diversas situaciones: estrés, oscilaciones térmicas, ruido, pero sobretodo, efectos de la presencia de animales en las plantas, y no al revés. Los resultados eran cuidadosamente anotados para su posterior análisis, y con gran deleite para Ilora y Sin Tao, ya que los resultados eran indicativos una posible consciencia vegetal. Ilora había tomado por costumbre hablarle a las plantas todos los días, y su sensación subjetiva, era que estas le respondían, tanto con sutiles movimientos, como con mensajes subliminares. Tendría que pensar en algún tipo de experimento que pudiera probar que las plantas tenían sentimientos.

 

§ § § §

 

Un día de principios de primavera, según iba entrando la noche en cada región, todas las flores alienígenas del mundo comenzaron a marchitarse y a caer. En el plazo de un día, todas aquellas flores habían desaparecido de la tierra. A este invierno floral, le siguió un marchitamiento de la planta en sí: comenzaron las plantas a adquirir paulatinamente un color amarillento, a doblarse sus hojas sobre sí para caer más tarde, y los tallos perdieron su posición erecta. Las plantas alienígenas morían lentamente.

Para algunos, entre los que se encontraban Pokorof y los miembros más entusiastas de su equipo, aquello fue un auténtico drama. De nada sirvieron todos los esfuerzos por lograr recuperar la vitalidad de las plantas: ni más sol, ni más calor, ni agua frecuente, ni vitaminas y nutrientes, lograron hacer revivir a aquellas plantitas. Morían sin dolor y sin pena, todas a la vez, como si aquello fuera una etapa sin más. Incluso las plantas jóvenes se apagaban y no había plantas nuevas para reemplazarlas.

Un mes después de aquel día de principios de primavera, no quedaba ni una sola planta alienígena en la Tierra. Meses después, empezó a observarse que las plantas terrícolas comenzaban a recuperar sus territorios, sin tanta fuerza como las otras, pero de forma continua.

Y un día, los alienígenas sorprendieron al mundo con un comunicado. Pokorof, Annette, Sin Tao e Ilora sintonizaban la interfaz del comunicado alienígena en el equipo de comunicación común.

"A veces los dones que se nos ofrecen, es algo pasajero que hay que saber compartir, pero que quién los recibe también debe saber apreciar y aprovechar. Después de largos debates, hemos concluido que aún no estáis preparados para entender determinados axiomas. Pero lo estaréis, todo es evolución. No penséis que os abandonamos. Las opotunidades únicas no existen. Estaremos por aquí"

El alienígena, de forma humanoide, pero sus caracteres faciales, si es que los tenía, ocultos tras una especie de máscara flexible, meneó la cabeza en un gesto típicamente humano. Era evidente que todo su aspecto, morfología y movimientos estaban pensados para no intimidarnos.

"Pero hay cosas que solo se pueden aprender por uno mismo"

Muchos decían que la Tierra nunca moriría. En todo caso, seriamos nosotros los que pereceríaos. Con una longevidad estimada por delante de unos cinco mil millones de años, habría tiempo de generar muchas formas de vida.

Ilora cerró los ojos, suspiró y tragó sus lágrimas. El futuro era incierto. Siempre lo fue. Lo único que sabía, que lo había aprendido de las plantas, es que todo es etéreo y perecedero. Pasara lo que pasara, siempre había que seguir adelante.

 

FIN.

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