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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 29 de marzo de 2024

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El proyecto

Sareh se despertó con la sensación de haber tenido un bonito sueño y de haber descansado bien. Esa mañana se sentía optimista. Como siempre, era de las primeras en empezar el día. El laboratorio de investigación aún se veía prácticamente desierto, sólo un par de técnicos madrugadores. Se decidió a sumergirse en los tediosos y complejos cálculos que le habían pedido resolver. Él se lo había pedido, y ella, aunque le llevara semanas, los resolvería. Cuanto antes los terminara, más se impresionaría él, y de paso, se mantenía entretenida hasta que llegaran los demás.

Y siguiendo la costumbre, la directora de proyectos era la siguiente en llegar. Sareh no le tenía mucha simpatía. Era una mujer delgada, muy estirada y rubia de bote. Nadie sabía apenas nada de su biografía, lo que la otorgaba cierto aire de misterio, y no se sabía bien por qué, ello la daba bastante credibilidad ante a los ojos de sus colegas. No necesitaba aparentar competencia, era una persona tremendamente eficaz. Demasiado para Sareh; esa mujer no sabía relajarse.

El extraño zumbido del campo magnético que daba acceso al laboratorio vibró en el ambiente. La expectación de Sareh era máxima ante la previsible entrada de él, pero hoy tardaba algo más. El complejo de edificios que componían los distintos módulos de investigación se situaba bastante lejos de la ciudad más cercana, a unos  30 km, más o menos. El objetivo de tal situación era dificultar el asalto de espías o ladrones de tecnología, y hacer más detectable su presencia en el caso de que esta se produjera. Los distintos niveles de acceso a cualquiera de los laboratorios de investigación requerían un pesado trabajo de burocracia y comprobación de identidad. Los muros de los edificios habían sido construidos con varias capas de hormigón, acero e infinidad de sensores conectados en serie que hacían saltar una alarma en caso de que se rompiera la continuidad del muro. La seguridad quedaba garantizada por un amplio dispositivo humano y tecnológico.

El siguiente en entrar era aquel tipo trajeado que Sareh veía de vez en cuando pasearse por el laboratorio. Sólo se dignaba a aceptar como válidas las opiniones y mandatos de la directora de proyecto, y sólo mostraba satisfacción cuando conseguía la promesa de esta de reducción de costes y de tiempo.

Por fin entraba él. Una sensación de alegría y felicidad inundó a Sareh. Hoy se le veía especialmente alegre. La sonrisa que portaba en su boca se reflejaba también en sus ojos, y en ese momento Sareh le deseaba más que nunca. Sin embargo hoy no avanzó a saludar como era habitual, sino que se dedicó a mantener una alegre charla con otros compañeros, lejos de la atención de Sareh. Eso la llenó de incomodidad. Debería ser lo primero que él hiciera. En su lugar, fue un psicólogo el que fue a saludarla.

­-¿Qué tal estás hoy, Sareh? -le preguntó.

-Bien, bien -dijo Sareh distraídamente mientras centraba su atención en la charla que él mantenía con el técnico. Su sonrisa era perenne, y destilaba felicidad. Sareh sentía curiosidad. ¿Se sentía feliz porque por fin la había dejado? Y una ola de esperanza la invadió.

-Pues yo te noto algo rara -dijo el psicólogo.

Sareh centró su atención en el psicólogo. Nunca había entendido la presencia de estos profesionales en un laboratorio de élite. Había sido cosa de la directora de proyecto, eso lo sabía, pero no conseguía entender la función exacta de estos. Era verdad que había cierto componente médico en el tema de su investigación, pero a Sareh le parecía más lógica la presencia de los neurólogos, los cuáles se dejaban ver sólo de cuando en cuando, que la de estos seres pseudomédicos, que parecían darle la vuelta a todo lo que pensabas. Ya le había comentado a él la fastidiosa presencia de estos psicólogos, que además no tenían ningún escrúpulo a la hora de introducir su punto de vista, innecesario a juicio de Sareh, en el trabajo de todos.

Además, Sareh les tenía miedo. Tenía miedo que un día descubrieran la especial relación que mantenía con él. Pasaban muchas horas hablando los dos, trabajando codo con codo, y a veces a Sareh le hacían preguntas incomodas. Sareh presentía que él también sentía algo especial por ella, a pesar de la otra. ¿Y si les descubrieran? ¿Podrían separarles? Y un pavor visceral la estremeció.

Cuando por fin él llegó hasta ella, su sonrisa no había desaparecido ni de su cara ni de sus ojos. Sareh estudiaba la forma de preguntarle delicadamente el motivo de su aparente felicidad. ¿Habría dejado por fin a esa mosquita muerta? Él le había dicho que su querida era más lista de lo que parecía en un principio, pero Sareh no se lo tragaba. Aún recordaba el día en que ambas se conocieron. La otra no paraba de hacer preguntas estúpidas.

"¿Y qué es esto?" "Un monitor de Cristal LCD con sensores táctiles" (¿Pero es que no lo veía?)

"¿Y para qué sirve?" "Es solo un monitor: sirve para recibir datos e introducir comandos" "Ahh" (había visto a lactantes que lo habrían identificado con mayor celeridad)

"¿Y por qué todos vais de blanco?". Para eso Sareh tampoco tenía respuesta.

-Que contento te veo hoy. ¿Te has quitado un peso de encima? -le espetó Sareh directamente.

Él parecía algo confuso por la pregunta, pero no le dio importancia. La verdad es que después de dos años de réplicas inexplicables por parte de Sareh, sus planteamientos, faltos de lógica, habían dejado de sorprenderle.

-No, no sé... -dijo él riéndose- en todo caso, creo que me he puesto alguno más.

-¿Por qué? -preguntó Sareh intrigada.

Él dudó, pero al fin respondió:

-Malda está embarazada.

Por un efímero momento, el mundo de Sareh se volvió negro.

-¡Enhorabuena! -respondió el psicólogo.

Vaya, encima ese todavía seguía aquí. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo por recobrar la compostura, aunque no consiguió recuperar la serenidad. La directora de Proyecto también se acerco al grupo, para felicitar al futuro padre. Todos a su alrededor irradiaban energía positiva y felicidad. Sareh se sentía como si nunca en su vida hubiera estado tan sola. La rabia y el dolor la carcomían. ¿Cómo era posible que él la hubiera engañado así? ¿Que había sido de aquellas incontables horas que habían pasado juntos, contándose sus intimidades, sus sentimientos? ¿No habían servido de nada? ¿Había sido todo una mentira? ¿Una mentira? ¿Y cómo podía él malgastar así su tiempo y sus genes con... esa? Era evidente para cualquiera que ella sería mucho mejor compañera, su inteligencia era infinitamente superior, tenía gran capacidad para escuchar, pero sobre todo, ella le adoraba.

Se sintió traicionada. Una rabia ciega le nublaba la mente. No era capaz de reaccionar.

-¿Te sientes bien, Sareh? -le preguntó él.

-Perfectamente -dijo sibilante Sareh.

-Ja, ja... está mintiendo -dijo el psicólogo.

Y Sareh sintió tanto odio hacia el psicólogo, que si hubiera podido, habría hecho que el techo se desplomara sobre él, que apareciera un león y lo despedazará, o que un asesino con un hacha se la incrustara en el cerebro.

-¿Puede hacer eso? -preguntó la directora de proyecto.

-Yo diría que te has pasado a la hora de modular la intensidad en el "sentimiento de amor", y se ha enamorado de ti, Xavel.

Y Sareh deseó, con todas sus fuerzas, que el asesino con el hacha apareciera al doblar el acceso al laboratorio.

-No puede ser -dijo Xavel. La sonrisa en sus ojos se había evaporado-. Aún no hemos llegado a esos niveles de emoción.

-Arréglalo -dijo secamente la directora de proyecto antes de dar media vuelta e irse.

Y Xavel pulsó unos suaves toques sobre el monitor táctil, que después se transformarían en ordenados impulsos eléctricos sobre los circuitos de Sareh en forma de placer, hasta que llegó al comando que buscaba:

"¿Desea reiniciar el sistema?". Pulsó sí. Y fue lo último que sintió Sareh.

Reiniciando proyecto Sareh... (Sistema de análisis de las respuestas emocionales humanas)

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ISSN: 1989-8363