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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 19 de abril de 2024

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Rastrillo de lecturas #2

Cuando, casi al final del libro, me sorprendí a mí mismo intentando recordar dónde había oído hablar previamente acerca de la leyenda marinera de los peces rojos con rostro humano, caí en la cuenta de que estaba disfrutando de una buena lectura. Evidentemente, se trata de una superstición inventada por el propio autor al principio de la segunda parte de la historia, pero que había resultado tan cautivadora que yo la había incorporado a mi acervo y, al volverla a encontrar 150 páginas después, me produjo la curiosa sensación de familiaridad benigna que para mí es el signo de algo bien escrito. No lo esperaba, puesto que en la tienda el libro me había producido una impresión más bien mala. Por ejemplo, en la solapa se resume de manera poco reconfortante como: "un libro que se compone a sí mismo cuenta su propia historia". Además, el diseño de la portada es más propio de una edición juvenil, con su muchacha semidesnuda y todo. Aun así, pagué 5 euros por él, un poco por puro vicio de coleccionista y otro poco porque encuentro cierto placer en destripar un mal libro como lo parecía éste.

Al principio me provocó cierta mueca mental de disgusto el ir encontrando los nombres que el autor había elegido para su antroponimia y su toponimia, por ser algo ridículos. Sin embargo, conforme avanzaba, me vi envuelto en un mundo construido con alegría y oficio. No se trata de una historia de hard scifi ni lo pretende; sino que más bien el texto fluye como el relato de un romancero futuro... Una vez terminadas sus nada pesadas 261 páginas, sólo puedo concluir que he disfrutado de lo lindo con El libro de la Tierra Negra de Carlos Gardini. Ahora incluso me gustan los nombres de los personajes... Lo recomendaré a aquéllos que disfruten de historias de fantasía pobladas con mutantes, tiranuelos tecnológicos y científicos excéntricos; novelas donde nuestra aburrida sociedad ha sido abolida por poderes paranormales, pasiones extrañas y distopías mesiánicas.

Muchos de estos elementos aparecen también en el clásico El mundo de los No-A (yo he leído la versión inglesa: The world of Null-A), de Alfred E. van Vogt. El estilo, en cambio, es muy distinto: en lugar del lenguaje juguetón y el ambiente fantástico, encontramos acción a raudales en diversos escenarios surrealistas y misteriosos, descritos en un tono que pretende ser riguroso y casi técnico. La dotación pertinente de retorcidos malvados hace valer su ambigua ética dentro de una trama en la que nuestro incomprensible héroe resulta tan patético como Prometeo encadenado. Sus giros argumentales terminan despistando a todos menos al lector más absolutamente concentrado. De pronto, llega el final y, ahora que lo pienso, no soy capaz de explicaros muy bien qué es lo que sucede. Pero no está mal. Creo que la novela pierde mucho de su impacto al leerse hoy en día, cuando ya estamos hartos de leer a Philip K. Dick o al menos de ver Desafío Total, Memento, Matrix y similares.

¡Ah, libros anticuados! Ahora que se ha puesto de moda lo retro, puedo hablaros sin tapujos de cierto tipo de novelitas que devoro con placer. La última de éstas que la crítica más ataráxica denominaría quizás "textos con interés meramente histórico" ha sido Wanderers of time, de John Wyndham. Se trata de una colección de historias cortas publicadas al inicio de la carrera de este autor imprescindible, más conocido por la genial El día de los trífidos. El ejemplar que tengo me costó un euro y luce en la primera página la cartilla de la King's College Library, con sellos entre 1981 y 1984. No parece que la gente lo leyese mucho antes de ser descatalogado en tan prestigiosa institución. Es una lástima, ellos se lo perdieron.

A través de las capas de aventura y acción que usa con destreza Mr. Wyndham, encontramos ideas realmente impactantes. Como la de la historia que da título a la compilación: una singularidad del Universo, un lugar donde van a parar quienes, viajando en el tiempo, sufren la mala suerte de atravesar ciertas coordenadas espacio-temporales. Esto da pie a la convivencia de individuos de la procedencia más divergente. No es que el tema esté estrujado hasta exprimir la última gota filosófica o humanística posible; más bien los personajes tienen encuentros graciosos con otros seres y corren de aquí para allá huyendo de diferentes peligros y conjuras. Eso sí, todo está contado de manera amena y con grandísimas dosis de imaginación y artesanía.

Otras de las historias cortas, todas publicadas entre 1933 y 1939, prefiguran lo que serán las grandes novelas de Wyndham a partir de los años cincuenta. Hay que reconocer que las últimas son mejores que estas obritas escritas por un principiante con tantas restricciones editoriales; pero, tomadas en sí mismas o con la perspectiva adecuada, resultan como deliciosos canapés que ni sobran ni empachan ni tienen por qué guardar relación con el plato principal.

Transferir nuestro zeitgeist a otra sociedad, ya sea en el futuro o en las antípodas, es el principal error que hace que, con el tiempo, una historia quede anticuada. Cuentan que en una entrevista le preguntaron a Gene Roddenberry, el creador de Star Trek, si no le parecía ridículo que en el siglo XXIV no se hubiese encontrado aún una cura contra la calvicie, en referencia al aspecto del actor Patrick Stewart, quien da vida al capitán Picard en la serie. A lo cual respondió que él esperaba que para entonces ya no le importase a nadie.

Como ejemplo, tómese este fragmento:

«Pedro soltó un suave silbido al ver a la muchacha.

-Vaya una hurí -dijo por lo bajo.

-En estos tiempos -manifestó Jerry-, hay muchos adelantos, pero me parece, Triks, que tú eres el único que ha conseguido arrancar el grabado de una portada de modas y hacerlo revivir.

Rona se sintió halagada ante las galanterías que le dedicaban. Triks soltó unos gruñidos.»

Así describe Louis G. Milk en Agencias del futuro el encuentro entre cuatro de los mejores operativos de la más grande agencia de información mundial con la hija del ex-director de la agencia rival, también una agente a su vez. Por supuesto, ella es la que sirve el café mientras preparan una operación secreta que cambiará el rumbo de la historia. A tan importante reunión, Rona (la chica) acude ataviada con «una simple blusita, anudada a la altura del estómago, y unos shorts muy ceñidos a sus generosas caderas». A Rona le gusta vestir así: en todas sus escenas selecciona ropa tal que no sea «suficiente para ocultar las generosas proporciones de su pecho bien contorneado, de un talle increíblemente delgado y flexible y de unas caderas de ánfora». En realidad, la otra agente que aparece en la historia, Lucy, comparte su gusto por los modelitos descocados, así que supongo que debe ser cosa de la moda del futuro.

De los personajes masculinos no sabemos apenas nada más que su nombre. Cincuenta años después de su publicación, sorprende imaginar que sobre los hombros de estos gañanes de barra se encontraba depositado el futuro de la humanidad. Pero era otra época y Luis García Lecha (verdadero nombre del autor) salía a más de una novela por semana para poder vivir de esto. Llegó a publicar más de dos mil "bolsilibros" en Toray y Bruguera, casi un tercio de ellos con temática de ciencia ficción. Utilizó los pseudónimos de Clark Carrados, Glenn Parrish y Louis G. Milk, tan conocidos para los aficionados a la literatura de baratillo.

A través de la urdimbre de sus entimemas obsoletos se teje una trama de mujeres descritas con profusión de detalles lujuriosos, una y otra vez, aun cuando no hay espacio para otra cosa en el bolsilibro de turno; un futuro siempre igual al presente soñado por todos los dictadores de su época, excepto por tres o cuatro juguetitos tecnológicos que simplemente reemplazan objetos ya existentes por sus versiones mejoradas pero igualmente familiares; un final en el que sus castos protagonistas literarios se casan como Dios manda, nada más ser rescatados del resquebrajamiento del asteroide donde sobrevivían como náufragos en sus escafandras de emergencia...

Diez años más tarde escribía Ursula K. LeGuin su novela política Los desposeídos. La señora inspira más o menos simpatía, según, pero está claro que piensa en profundidad, planea en detalle y produce cariñosamente sus libros. Su impresionante trilogía fantástica (luego aumentada a penta o incluso hexalogía con menos fortuna) sobre Terramar (Earthsea) es su obra más conocida en España. Los desposeídos no ha sido construida con simbología tan rica ni su significado se hunde tan profundamente en las teorías psicológicas del siglo XX: se trata de una utopía anarquista, sin tapujos, sin relecturas. No es un ensayo dialogado al estilo de Walden Dos: su forma ha sido pulida mucho más allá. Sin embargo sí comparte con B. F. Skinner la honestidad o el pundonor de mostrar, junto con el ideal, las grietas de la "Ciudad del Sol" construida en sus páginas.

Eran los años setenta y los buenos escritores se dedicaban a meditar sobre estas cosas y a trabajar en lo que escribían... A todo esto, se me plantea una duda: ¿qué nos dice sobre la sociedad actual la novela contemporánea, sabiendo, por las lecturas de rastrillo, que las obras de otras décadas reflejan su tiempo tan a las claras? Concretamente estoy pensando en Reality Dysfunction, de Peter F. Hamilton, un tocho de más de 1200 páginas. ¡Y resulta que sólo es la primera parte de una trilogía! Empieza como una entretenidísima historieta del espacio, llena de acción y descripciones imaginativas de una sociedad futura no tan diferente como para resultar alienadora, pero lo suficientemente intrigante. La trama se va hinchando con personajes más o menos prescindibles, de situaciones que recuerdan una y otra vez a capítulos de Star Trek, de enigmas aburridos, de acción descerebrada... Infla que te infla hasta que aparecen los zombis (¡¿!?) y el invento revienta y la lectura aletarga hasta al lector más crédulo.

No voy a decir que sea mala. Supongo que si hubiera tenido alguna ligera idea de lo que me esperaba me lo tomaría de otra manera. Porque oficio tiene. Exactamente el mismo tipo de oficio que Louis G. Milk. Solo que a uno le publicaban un bolsilibro cada 150 páginas tecleadas, todas las semanas, y al otro le encuadernan diez de esos de una tacada. En el texto, la misma pornografía descafeinada, los mismos garrulos astronáuticos y los mismos correcalles. Levanto la cabeza y miro a mi alrededor: ¿en qué año estamos?

Personalmente prefiero el chocolate espeso, el café ristretto y mis diversiones escapistas en tomitos pequeños, que quepan en el bolsillo. Y una dosis de Ursula LeGuin de vez en cuando.

Otro día os cuento más.

Libros mencionados

Carlos Gardini, El libro de la Tierra Negra, Equipo Sirius - Colección Tau, 2001.

Peter F. Hamilton, The reality dysfunction. Pan, 1997.

Ursula K. LeGuin, The dispossessed, Grafton Books, 1975 (reimpresión de 1989). La única edición española que he encontrado es Los desposeídos: una utopía ambigua, Minotauro, 1974 (con varias reediciones/reimpresiones hasta 2002 al menos).

Louis G. Milk (Luis G. Lecha), Agencias del futuro, Toray - Colección Espacio Extra, 1964.

Alfred E. van Vogt, The world of Null-A, Sphere Books, 1971 (reimpresión de 1974). Parece ser que la edición española es El mundo de los No-A, Acervo Ciencia/Ficción, 1975.

John Wyndham, Wanderers of time, Coronet, 1973 (sexta reimpresión de 1979).

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