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Turistas

Susana Corullón 19 de Agosto de 2009 a las 11:31 h

Aunque ahora nos  parezca obvio que a todo el mundo le gusta ir de vacaciones,  eso no ha sido siempre así. Para una gran parte de la población y desde tiempos inmemoriales, viajar se consideraba como un mal necesario. La  gente se trasladaba por motivos profesionales o religiosos, pero siempre con la conciencia de las incomodidades que el viaje ocasionaba.

Los viajeros eran minoría, y sus impulsos  fundamentalmente económicos.

Los viajes de los exploradores, o  aquellos "años sabáticos" de estancias en París o Italia, con que los aristócratas remataban una educación refinada, fueron los modelos adaptados al consumo de masas, y ofrecidos después al alcance del bolsillo de la clase media.

El móvil educativo cedió con el tiempo al ocio y la diversión, y de los antiguos desplazamientos a balnearios con fines terapéuticos nos quedamos con la idea del viaje como algo bueno en sí mismo, tanto para el cuerpo, como para el espíritu.

Con la revolución industrial, una gran parte de la población se desplaza a las ciudades, donde el espacio vital se reduce. Cualquier nativo de un lugar remoto, por pobre que nos parezca tiene a su alcance placeres sencillos, como ver salir y ocultarse el sol en un amplio horizonte, o disfrutar del cielo estrellado por la noche. El ciudadano de una metrópoli del siglo XXI  puede pasar días enteros sin recibir a penas la luz del sol, y su  contacto con la naturaleza se reduce muchas veces a cuidar las macetas del balcón.

Somos el caldo de cultivo ideal para un mercado floreciente, el de los viajes de vacaciones, algo que necesitamos y nos merecemos ¿Quién lo duda?

Quizás fuera suficiente con un cambio de aires, con disfrutar de la naturaleza en un entorno tranquilo, y abandonar por un tiempo la rutina y el estrés del trabajo,  pero dedicar las vacaciones a realizar largos viajes se está extendiendo tanto, que parecen crear adicción.

Después de unas horas de avión, el viajero occidental puede experimentar en sus carnes las contradicciones del mundo globalizado. Dueño de una divisa fuerte, se siente cómodo en escenarios diseñados para emular el brillo colonial, pero al alcance de todos los bolsillos. Además, el contacto con la naturaleza virgen o con personas cuyo sencillo modo de vida hace evocar épocas pasadas, crean en el viajero la sensación de haber realizado un viaje interior en busca de otros modos de vida más auténticos.

Por si fuera poco, los organismos internacionales y los gobiernos nos presentan el turismo global como el abracadabra que va a sacar a los pueblos del subdesarrollo con el mínimo coste,  además de favorecer el conocimiento y la paz entre las naciones. Todo es  demasiado bonito.

 Igual que cuando compramos en una gran superficie, las lechugas se han adquirido al por mayor a espaldas de los agricultores locales para ser competitivas, los grandes operadores turísticos hacen lo que sea para conseguir esos buenos precios que nos encanta pagar.  La triste  realidad es que la mayor parte del dinero gastado por el turista se "fuga" del país anfitrión.

Las incipientes industrias locales nunca podrán competir con multinacionales que son dueñas de todos los eslabones de la cadena, desde la agencia de viales hasta el hotel, pasando por las compañías aéreas.

La población autóctona no suele  recibir formación especializada por estas compañías, por lo que ha de conformarse con empleos mal pagados e invisibles.

Los paisajes se degradan y se pierden las formas de vida tradicionales, sin contar con el impacto ambiental que supone la proliferación de los vuelos baratos y de los cruceros de lujo.

 Es verdad que el turismo bien llevado podría ser una industria sostenible que favoreciera el desarrollo de los pueblos de una forma respetuosa. La población de los lugares anfitriones debería tener derecho a decir "no" al turismo. Y en cuanto a los consumidores occidentales de "vacaciones al paraíso", estaría bien que tuvieran en cuenta el siguiente código de conducta:

 

" . Haga el menor número de viajes posible . Evite volar siempre que pueda . Trate a la población local como iguales . Viaje a pequeña escala y con moderación . Evite los viajes organizados, complejos hoteleros, campos de golf . Infórmese sobre el turoperador y sobre las comunidades locales..."

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Comentarios - 1

Carmen Horta

1
Carmen Horta - 21-08-2009 - 12:32:33h

Comparto completamente el citado código de conducta.


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