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El veneno del Himalaya

Javier Gimeno Perelló 13 de Enero de 2019 a las 21:43 h

A las pocas páginas del Viaje a Ladakh, el pequeño Tíbet, el lector comienza a sentir el deseo de viajar a esas tierras lejanas y experimentar en su interior el veneno del Himalaya. Es el deseo que nos provocan los buenos libros de viaje. Éste es sin duda uno de ellos.

Nuestra compañera y amiga Marta Torres es una profunda conocedora de la Ruta de la Seda, del Himalaya, del Tíbet, de su historia, su cultura, su naturaleza, sus hermosos paisajes llenos de esplendor y de misterio, su religión, su magia. El veneno del que habla Marco Pallis en su libro Cumbres y Lamas ha roído para siempre las entrañas de nuestra amiga y no puede pasar mucho tiempo sin volver a pisar aquellas mágicas tierras.

Así fue: cinco años después de su último viaje al Tíbet, Marta emprende en compañía de su marido Paco este increíble viaje al valle de Ladakh, situado en el estado indio de Jammu y Cachemira. Ladakh forma parte de la Ruta de la Seda en su camino norte-sur, que a través del mítico Karakorum une el subcontinente indio con el oeste de China comunicando el sur de la India con otros lugares como el Tíbet en el este, Kasghar en el norte o Cachemira, Pakistán o Samarkanda en el oeste.

Como no podía ser de otra manera, el viaje comienza en Delhi (pero, como sabemos, todo viaje empieza en sus preparativos -y antes en el deseo o el sueño-, la planificación, las guías de viaje, la lectura de una bibliografía básica...) Aunque nuestros viajeros ya conocían esta gran ciudad de 17 millones de habitantes más 26 en su periferia, nunca termina de conocerse. Además de las visitas obligadas al Chawri Bazar con su ajetreo, sus olores característicos y su colorido, o a la Jami Masjid, la mezquita más grande de la India, de 1656, o al templo sij de Sisganj Gurdwara, que data del siglo XVIII, nuestros amigos descubren en este viaje la tumba de Humayun, el segundo emperador mogol, construida en el siglo XVI. Además de su esplendor arquitectónico, este mausoleo destaca, al decir de la autora, por la elegancia de sus celosías, la bellísima imagen que su reflejo proyecta en el estanque, el contraste armónico de sus colores, en especial, el rojo y el blanco, su jardín lleno de frescor y placidez. Nos recuerda Marta la maravillosa descripción que de este monumento hizo Octavio Paz en su obra Vislumbres de la India: "... Juegos incansables, siempre distintos y siempre los mismos, de la luz y del tiempo. El agua cumple una doble y mágica función: reflejar el mundo y disiparlo..."

Una vez abandonada Delhi, los viajeros emprenden viaje en tren al norte, cuya primera escala es Amritsar, ciudad sij, sede del Templo Dorado que data del siglo XVI, complejo de edificios cuya arquitectura mezcla los estilos hindú y musulmán cubierto de ricos mármoles y cúpulas de oro. Pero lo que destaca nuestra autora, como de todos los lugares visitados a lo largo del viaje, es la amabilidad y las sonrisas de las gentes y el respeto y veneración que se vive desde la armonía y la tolerancia. En este sitio, como en tantos otros, destacan también los colores de los vestidos y turbantes, la luz, los reflejos en el estanque, el ambiente. Marta nos comenta que Michel Peissel en su libro Mustang, el reino prohibido en el Himalaya recuerda que en lenguaje tibetano, "la palabra que significa felicidad significa también belleza, y esto se refleja en la actitud de la gente y en todo lo que hacen o construyen. Intentan siempre aliar belleza y felicidad..." Por desgracia, no siempre ha sido así. La comunidad sij del Templo Dorado no olvida la masacre de casi quinientos independentistas refugiados en el templo, perpetrada por el ejército indio en 1984. Matanza que costó la vida a la primera ministra Indira Gandhi a manos de dos guardaespaldas sijs.

Continúa el viaje adentrándose en el estado de Himachal Pradesh donde se contemplan las primeras estribaciones del Prehimalaya. Aquí se ubica la ciudad de Dharamasala, conocida por ser refugio del Dalai Lama tras la ocupación del Tíbet por China en 1959. En esta ciudad tiene su sede el gobierno tibetano en el exilio y a lo largo de todos esos años se ha ido conformando una comunidad de refugiados tibetanos que han mantenido las costumbres y ritos de su cultura, con proyectos destinados a salvaguardar la lengua, la religión o la artesanía. En esta localidad nuestros amigos tienen la oportunidad de contemplar los molinos de oración: cilindros de metal en cuyo interior hay oraciones o mantras enrolladas que se activan cuando los fieles hacen girar el molinillo y se difunden a través del aire, provocando el efecto de rezos en voz alta. Algo, sin duda, digno de contemplarse.

Otro elemento esencial del budismo tibetano son los mandalas, laberintos circulares pintados en las salas de oración construidos con arenas de colores que luego se desdibujan adquiriendo a veces formas tridimensionales formando edificios singulares a modo de maquetas de los monasterios más antiguos. El más sagrado de los mandalas es el Kalachakra, un palacio donde habitan la Sabiduría y la Compasión al que se accede a través de varios círculos y niveles de desarrollo de la conciencia. Entre sus infinitos quehaceres, Dalai Lama tiene la misión de enseñar la complejísima vía del Kalachakra. En Occidente se conocen los mandalas gracias a la difusión de escritores y filósofos como Carl G. Jung, para quien el mandala es "un arquetipo de unidad o totalidad que representa el anhelo universal de relación entre lo humano y lo trascendente"; o en España, Ignacio Gómez de Liaño, que ve el mandala "como un eslabón más en la cadena de los diagramas sapienciales gnósticos que hunden sus raíces en los albores del pensamiento humano" pp.169-170)

Por una de las rutas más conocidas, la Manali-Leh Road, que comunica el valle de Kullu con la región de Ladakh, atravesando valles, puertos y cordilleras de más de 5000 metros de altitud, nuestros viajeros se van adentrando en el Himalaya. Aquí conocemos a los yaks, animales emparentados con los toros o los bisontes, que sólo pueden sobrevivir en estas alturas. Son tan imprescindibles para estas tierras como los camellos para el desierto. Domesticados hace miles de años, son capaces de transitar por estas montañas con 150 kgs de peso a sus espaldas. De ellos se utiliza todo: la lana, la leche para mantequilla, la carne y hasta la cola como espantamoscas, e incluso los excrementos como combustible.

Una construcción muy propia de esta zona son los chorten, en su origen, relicarios que guardaban los restos de algún santo u ofrendas de acción de gracias. Son muy respetados porque indican un lugar sagrado y pueden ser en ciertos casos objeto de adoración mediante pequeñas peregrinaciones a su alrededor o kora. Los chorten tienen un simbolismo muy complejo: constan de un eje que conecta la tierra y los cielos, los cinco elementos esenciales (tierra, aire, agua, fuego y éter), y los diferentes pasos de la evolución del despertar.

En la octava etapa nuestros envidiables viajeros llegan a Ladakh, que había sido un reino independiente desde el siglo IX, con gran influencia del Tíbet central y poco a poco, de los poderosos estados musulmanes del sur y del oeste que codiciaban la riqueza proporcionada por la lana pashmina. Tras siglos de disputas y guerras, los dogras acabaron con su independencia en 1834 y lo sometieron al Reino de Jammu y Cachemira, hasta que pasó a depender del imperio británico, y en 1947, de la India, con graves conflictos fronterizos con Pakistán y China. Leh, su capital desde el siglo XVII, una ciudad de no más de 30.000 habitantes, ha sido un centro esencial en el ramal de la Ruta de la Seda. Este enclave ha hecho de Leh una ciudad caravanera por excelencia, por cuyas calles han transitado camellos, mulos y yaks con alforjas repletas de todo tipo de mercancías para vender o cambiar; y ha permitido a sus habitantes mezclarse de forma natural con musulmanes, indios, mogoles o tibetanos. Característica propia de Leh son los caravansarais o caravanserais, recintos protegidos que de noche se cierran a cal y canto para preservar la seguridad de viajeros y animales. Estos caravansarais nacieron en los desiertos de la Ruta de la Seda y son los eslabones de las milenarias rutas de comunicación y transporte. Aún hoy pueden contemplarse en el Sahara, en Turquía y en otras muchas tierras de Oriente. En 1949 el régimen comunista chino cerró los pasos al norte, interrumpiendo esta fabulosa red comercial, lo que ha hecho de Leh una ciudad dedicada al turismo, con la consecuente pérdida de su tradición caravanera, sólo apreciable en las múltiples etnias que la habitan: tibetanos, chinos, mongoles, hindúes... Por suerte para la cultura y las tradiciones tibetanas, y para el viajero, queda en Leh lo que Michel Peissel define como la "grandiosa sencillez" de su arquitectura: "Quizá no existe en el mundo -afirma Peissel en su libro Zanskar, reino escondido y remoto - quien mejor haya comprendido el papel que juegan la forma, el volumen y el espacio en su relación con la naturaleza". Ejemplo de esta sencilla grandiosidad es la fortaleza-palacio de Leh, construida en el siglo XVII, uno de los mejores y más grandes edificios de la arquitectura civil tibetana.

En su calidad de excelente bibliotecaria, no podemos dejar de mencionar la referencia de nuestra autora a una de las figuras emblemáticas del abigarrado panteón budista que lleva persiguiendo desde hace mucho tiempo: Dharmatala, uno de los personajes que la iconografía tibetana añadió a los dieciséis arhats clásicos, hombres santos del budismo. A diferencia de otros monjes, Dharmatala es un sirviente que atiende al resto de los arhats en su sed de conocimiento, para lo cual requieren de sus textos sagrados, de sus libros. Así, Dharmatala es el porteador de libros, el bibliotecario personal de los arhats. Entre los muchos tesoros del Tíbet figuran sus libros, cuya importancia es esencial para la preservación y difusión de su cultura. En ellos prima el valor religioso por considerarse encarnación de Buda y no hay templo o lugar dedicado a la oración donde no haya libros. Y como en todo el mundo, el libro es también instrumento de cultura y de educación, además de objeto artesanal, estético, artístico y también económico. Y, como en todo régimen político autoritario, instrumento subversivo perseguido. La Revolución Cultural china destruyo miles de libros tibetanos en los años sesenta y setenta del pasado siglo. A diferencia del libro occidental cuyo formato habitual desde la Edad Media es el códice, en la India es el formato pothi, construido a base de hojas apaisadas apiladas y protegidas por tela o por dos tablas de madera, mientras que en China el formato característico es el rollo en diferentes soportes: bambú, seda o papel. En el Tibet y en todo el Himalaya se adoptó el formato pothi desde el siglo VII. Como en Europa, los libros fueron copiados a mano hasta la difusión de la imprenta, que en Asia fue más temprana, en el siglo XIII, y a diferencia de la europea de tipos móviles, en Oriente era de planchas xilográficas.

Tampoco podemos dejar de mencionar uno de los lugares emblemáticos de Leh: la Shanti Stupa, una construcción circular que forma parte de un movimiento llamado Pagodas por la Paz. Ésta se halla ubicada en un lugar incomparable desde donde se contemplan hermosas vistas del valle y las montañas circundantes. Al atardecer, los habitantes de Leh y decenas de viajeros suben los 157 escalones que culminan la stupa para contemplar en silencio la luz dorada de la puesta de sol.

Pero sin duda lo que caracteriza a Leh y a todo el territorio de Ladakh son sus más de doce antiquísimos monasterios que jalonan el valle del Indo. Forman parte del budismo tántrico en su variante Vajrayana del norte de la India y del Tíbet, fechada en los siglos VII-VIII, cuya función era organizar la vida económica y social de Ladakh. Es aquí donde mejor se han conservado, aunque la ocupación china destruyó la mayoría. Como ocurre con tantos lugares y monumentos tradicionales, estos monasterios se están reconstruyendo pero ya no con el propósito de preservar esa cultura ancestral sino con fines comerciales de atracción turística. Hemis, Stok, Thikse, Likir, Lamayuru o Alchi, considerado la joya de los monasterios de Ladakh, aún conservan parte del ambiente sagrado de oración, recogimiento y meditación que algún día se respiró tras sus muros.

Seguramente el viaje de nuestros amigos no habría sido un viaje completo sin la aparición del mismísimo Dalai Lama. Fue en el trayecto desde Leh al valle de Nubra, cuya carretera tuvo que ser cortada para permitir el paso de la comitiva del líder espiritual supremo. "Poco a poco notamos su llegada -escribe Marta-. Primero los coches de la policía y de seguridad, y enseguida, un coche negro, pasando despacio, que por sus ventanas tintadas nos dejaba vislumbrar el rostro y la mano del Dalai Lama, sonriendo y bendiciendo a su paso. Fueron unos segundos que se nos hicieron inmensos. La emoción que transcurría por aquella carretera nos inundó a todos. La gente se postraba al paso del coche juntando sus manos, ofrecía sus bufandas, sonreía. Sólo los extranjeros hacíamos fotos" (p.141)

A lo largo del libro nuestra autora intercala reflexiones suscitadas ante la contemplación de los mágicos parajes que recorrieron o la observación de determinadas escenas. Así, en Ladakh, como en tantos lugares, se observan actitudes y comportamientos universales. Algunos como éste que tuvo lugar en el atrio del monasterio de Thikse nos los describe Marta en esta escena: "En un recodo del patio encontramos a un grupo de mujeres que se han parado. Parecen de la misma familia ... La más mayor, con el pelo cano, está sentada en el suelo en uno de los peldaños, claramente agotada, y una de sus hijas le está poniendo un paño en la cabeza, quizás para reconfortarla, mientras las demás esperan de pie. Hay mucha ternura en esa escena y veo en ellas algo muy cercano que reconozco, el mundo de las mujeres de una misma familia y las relaciones que entre ellas se crean. Son las mujeres, a través de las distintas generaciones, las que van legando al mundo una mirada propia ... Ese mundo de mujeres es de una gran intensidad y encontramos ternura, miedo, poder, protección, sabiduría, dominación, tradición, solidaridad, alegría, confidencias, secretos. Hay dependencias emocionales y lazos que ... se encuentran en mujeres de diferentes lugares del mundo ... Yo comparto sus mismos sentimientos y una profunda empatía me une a ellas" (p.129).

Más adelante, en las dunas de Hundar, Marta cuenta otra escena protagonizada esta vez por camellos que en su día fueron salvajes y ahora habían sido domesticados para uso y disfrute del turismo: un grupo de turistas indios se divertían montados en esos animales guiados por sus dueños, del mismo modo que en Lanzarote o en el Sahara marroquí, argelino o tunecino cualquiera de nosotros puede hacer lo propio. "Es evidente que cuando el turismo llega a zonas vírgenes se rompe parte de la magia del lugar", escribe Marta ante esta escena, para preguntarse seguidamente si "somos nosotros menos turistas y más viajeros que otros". ¿Qué turista o viajero no se ha hecho alguna vez esta pregunta? ¿Cuando viajamos, qué somos? ¿En qué se diferencia una categoría de otra?, suponiendo que ambas sean diferentes. "En cualquier caso -concluye nuestra amiga-, la calidad del viaje la pone la mirada del que viaja, el tempo lento, la comprensión de lo que ve o la degustación tranquila de lo que va absorbiendo" (p.148)

Las tres últimas etapas del viaje tienen un denominador común: el brusco contraste entre la paz tibetana budista que nuestros viajeros habían respirado hasta su undécima etapa y dos elementos esenciales: por un lado, el conflicto entre India y Pakistán que pudieron apreciar a través de los numerosos enclaves militares a su paso por el glaciar de Siachen, al norte de Ladakh, en su decimosegunda etapa; por otro lado, la aparición, en la siguiente etapa, del islam en la región de Purig, de población musulmana chií, cuyas mujeres iban cubiertas con velo, a diferencia de las mujeres budistas, que gozaban de una libertad inimaginable en la religión de Mahoma. Por último, ya finalizando este maravilloso viaje, nuestros amigos llegan Cachemira, inmersa en uno de los más sangrientos conflictos de la época poscolonial. Desde aquí ponen rumbo a Delhi para regresar a Madrid.

Tratándose de una gran amante de los libros, no podía faltar en éste un último apunte bibliográfico, una bibliografía comentada que orienta magníficamente al futuro viajero y a quien quiera adentrarse en el conocimiento del Himalaya, del Tíbet y en particular, de Ladakh.

El viaje de Marta y Paco ha llegado a su fin. El nuestro, a través de su literatura, también. Igual que en el viaje que relata Peter Matthiessen en El leopardo de las nieves, el de nuestros amigos ha transitado también "del presente al pasado, a una forma de vida estancada desde hace siglos, y en la lucha se va despojando de cargas superfluas para llegar a una comunicación con la naturaleza... Un hombre sale de viaje y es otro quien regresa" (p.133).

Como si hubiéramos viajado a Ladakh, la lectura del libro nos ha inoculado el veneno del Himalaya y no hay antídoto que lo elimine. Definitivamente, estamos obligados más temprano que tarde a viajar a Ladakh.

 

 

 

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Comentarios - 1

Victoria Fernández

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Victoria Fernández - 14-05-2019 - 13:10:42h

Magnífico libro. Seguí las andanzas de Marta por Facebook, y allí veía un libro que, finalmente, se ha publicado. Trataré de leerlo. El trabajo de Javier es muy notable también. Mi enhorabuena a ambos.


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