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El pincel de Balzac

Javier García García 26 de Febrero de 2009 a las 09:23 h

        Honoré de Balzac (Tours, 20 de mayo de 1799 - París, 18 de agosto de 1850) es, me parece a mí, a las letras francesas algo así como Quevedo a las españolas. Además de darse un cierto aire, ambos fueron dos grandes retratistas de sus respectivas épocas, países y de la condición humana, maestros del lenguaje y escritores, en fin, de talla universal.

 

         La influencia de Balzac en la cultura francesa es difícil de exagerar. En lo literario, la inacabada Comedia humana -reformulación decimonónica de la Divina Comedia de Dante- manifiesta una inmensa capacidad creativa (casi un centenar de novelas y ensayos) y de trabajo (15 horas diarias, la mayor parte nocturnas, a base de café) y una ambición de éxito social y literario sin precedentes (en lo económico anduvo casi siempre acuciado por las deudas). Una vida por y para la literatura que fue sin duda una de las grandes inspiraciones de Proust, además de para muchos otros grandes escritores, como Flaubert o Baudelaire.

 

         El influjo de Balzac llegó incluso al cine, como sucede en el caso de François Truffaut. Así como los personajes de Balzac evolucionaban a lo largo de diversas novelas, eso mismo le ocurre al alter ego de Truffaut, Antoine Duanel, ferviente lector de Balzac, cuya vida vemos desplegarse a lo largo de cinco pelis desde su infancia en la extraordinaria Los cuatrocientos golpes (1959) hasta su madurez en El amor en fuga (1978).

         Balzac ha sido también escritor de cabecera de grandes pintores, porque él mismo fue gran aficionado a la pintura (ávido coleccionista y entusiasta de Delacroix, aunque no a la inversa) y su prosa destila una especial sensibilidad por el color y su simbolismo. Este es el nexo común de las dos recomendaciones que hoy os traigo, dos cortas obritas de Balzac que se leen con verdadero deleite.

 

La muchacha de los ojos de oro

         La muchacha de los ojos de oro (mi color favorito de ojos) pasa por ser una de sus más logradas novelas. En ella que se funden un naturalismo descriptivo casi expresionista, el melodrama y la novela gótica en un cóctel con ingredientes tales como el exotismo oriental, la figura del "doble" y del "otro", el dandismo, el sadismo en un peculiar triángulo de pasión y el pulso entre masculinidad y lesbianismo (sí, lesbianismo, que estaba de moda en París allá por 1830). Balzac convierte su pluma en verdadero pincel con el que nos pinta en tintes grises la ciudad de París en las primeras páginas de la obra, descripción que, con mano maestra, enfatiza el sinsentido y la degradación moral de la gran ciudad. A continuación Balzac bosqueja, en completo contraste, al conde Henry de Marsay, uno de los personajes principales de la Comedia Humana, retrato casi irreal de la belleza y elegancia masculina, aunque con un punto de hermafroditismo. Marsay, dandy, cínico, libertino, miembro de una sociedad secreta, queda prendado del prototipo de belleza, ahora femenina, representado por la exótica Paquita Valdés, cuyo boudoir pinta Balzac luminoso, colorista, exuberante en olores y texturas como un verdadero sueño de pasión oriental. Será el escenario cumbre de la obra, en un final tan sorprendente como trágico.

 

 

La obra maestra desconocida de Balzac

 Otra excelente muestra del carácter pictórico de la escritura de Balzac y que es, en sí mismo, una de las mejores obras sobre la propia creación pictórica es La obra maestra desconocida, un cuento delicioso de pocas páginas. Tres generaciones de pintores se dan cita en ella, la del primerizo, la del profesional y la del maestro en su plena madurez, Frenhofer, del que Cezanne dijo "Frenhofer soy yo" y que encandiló a toda una plétora de pintores, comenzando por Picasso. El pintor malagueño (francés para los franceses) realizó algunos grabados para una edición especial de este cuento de Balzac y desde 1936 hasta 1955 vivió precisamente en el número 7 de la Rue des Grands Augustins, donde Balzac sitúa la acción del relato. Lo que Frenhofer pinta, en su búsqueda frenética de la más acabada creación artística, bien puede interpretarse como una prefiguración clara de la búsqueda que llevará a cabo la pintura del siglo XX hacia nuevas formas de representación expresionistas y abstractas. No os lo perdáis.

 

         Termino con esta célebre cita de Balzac que podemos añadir al Lapidario: "Un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano". He aquí dos:

 

  • Balzac, Honoré de. La muchacha de los ojos de oro. Madrid, Velecío, 2007, 169 p.
  • Balzac, Honoré de. La obra maestra desconocida. Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006, 64 p.

 

Javier García García      

 

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