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La elegancia del erizo

Rafael Sánchez-Grande Moreno 23 de Marzo de 2009 a las 09:10 h

Se ha considerado en ocasiones el adjetivo "best-seller" de forma peyorativa. Para algunos, "éxito comercial" y "calidad" son dos términos opuestos e incompatibles, pero no nos llamemos a engaño, todo escritor, cuando saca un libro al mercado, desea que se venda el máximo número posible de ejemplares de su obra. Al fin y al cabo, la obra cumbre de nuestra literatura, el Quijote, fue un auténtico best-seller  escrito para satirizar otros best-seller de la época, las novelas de caballería.

La novela que aquí nos ocupa, La elegancia del erizo, es desde luego un éxito editorial en toda regla, con numerosas reediciones, no sólo en Francia, sino también en España; pero es uno de esos ejemplos en los que calidad y éxito de ventas van de la mano. No se trata del típico boom editorial fruto de una elaborada campaña de marketing para encumbrar la obra de un "escritor estrella", como ocurre tantas veces en nuestros días. El éxito de este libro es un fenómeno espontáneo de masas y la mejor campaña que ha tenido, fuera de los circuitos mediáticos, ha sido a través de los propios lectores. ¿Qué mejor campaña publicitaria puede haber que una persona de confianza nos recomiende un determinado libro? Se trata, creo, de la segunda novela de su autora, Muriel Barbery, nacida en Francia en 1969 y casi desconocida hasta la fecha. Quizá el éxito de esta obra la catapulte a la fama y a partir de ahora cada nuevo título suyo que aparezca en el mercado despierte una gran expectación, como sucedió en su día con Ruiz Zafón o J.K. Rowling.

La elegancia del erizo es una deliciosa novela ambientada en un edificio de apartamentos, el nº 7 de la calle Grenelle,  donde reside una muestra de la alta sociedad parisina. Allí conviven la hipocresía y los prejuicios clasistas más lacerantes. La novela se desarrolla a través de los diarios cruzados de sus dos personajes principales, Renée, una mujer madura y viuda que trabaja de portera, y Paloma, una niña superdotada de doce años, que ha decidido suicidarse para denunciar la vacuidad de la vida. A lo largo de los dos diarios, van desfilando el resto de los vecinos del inmueble, una ristra de personajes estirados y almibarados, retratados con gran mordacidad en escenas que rozan incluso en algunos casos la hilaridad, como la del "coitus interruptus" canino del portal. En este sentido, Barbery no deja títere con cabeza; satiriza tanto al aristócrata o burgués conservador de toda la vida como a los que van de "progres", pero que en el fondo no hacen más que ocultar un comportamiento no menos aburguesado que los primeros.

Dos cualidades unen a las protagonistas: ambas ocultan una personalidad mucho más rica y profunda que el resto del vecindario, pero que han decidido esconder bajo una especie de coraza o disfraz, para pasar desapercibidas a los demás. De cara al público, Renée es lo que se espera de una portera de baja condición social, inculta y amante de las telenovelas. Sabe que de esta manera, las personas para las que trabaja pueden sentirse superiores y mirarla por encima del hombro. La auténtica Renée, sin embargo, es una mujer muy inteligente, ávida lectora de filosofía y de literatura rusa. Paloma oculta también su cerebro privilegiado ante sus padres, un afamado político socialista y una señora adicta al psicoanalista que haría la delicia de Woody Allen, y su hermana mayor, una insoportable "niña bien" con pretensiones intelectuales. Lo segundo que las une es su amor por la cultura japonesa, que posee un don especial de captar la belleza en lo más cotidiano y banal de las cosas, tan diferente de la superficialidad de la decadente cultura occidental.

A pesar de estas cosas en común, durante buena parte de la novela, ambas mujeres se ignoran, hasta que la llegada de un tercer personaje, Kakuro Ozu, japonés precisamente, las hace encontrarse, reconocerse y unirse hasta la complicidad. Ozu, se dará cuenta enseguida de la verdadera personalidad de las protagonistas frente a la vaciedad de sus vecinos; son como dos flores crecidas en mitad de un campo de cardos, y las empujará para que se despojen de esas corazas defensivas con las que se han rodeado, que como las púas del erizo, esconden a unos seres maravillosos.

La novela, como la vida misma, es una tragicomedia, dulce y amarga a la vez. Renée cree poder al fin encontrar la felicidad a través de un amor otoñal, pero esa dicha se ve frustrada de forma inesperada y es la desgracia de Renée, lo que hace recapacitar a Paloma sobre el verdadero sentido de la vida y le hace desistir de sus intenciones. Quizá, toda la moraleja del libro está resumida en su última frase: "pues, por usted, a partir de ahora buscaré los siempres en los jamases. La belleza en este mundo"

No me queda más por decir, salvo que es una novela muy recomendable, rabiosamente antiburguesa, que nos insta a buscar el sentido de la vida dentro de la belleza de lo efímero y mundano, frente a la pomposa vacuidad. Está publicada en España por la editorial Seix Barral y traducida a nuestro idioma por Isabel González Gallarza.  Que ustedes la disfruten.

Rafael Sánchez-Grande Moreno (Biblioteca Pública de Guadalajara)

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