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Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales

Carlos Lombas 21 de Diciembre de 2011 a las 09:45 h

"Hasta que no hayas amado a un animal, una parte de tu alma permanecerá dormida" (Anatole France)

La vi crecer, maullar y seducirme. Paso a paso, o no sé cómo llamarle pues caminar a cuatro patas es paso a paso detrás de paso a paso, sea lo que fuere, después de 17 años mi gata Matilde murió el pasado mes de julio y me quede muy solo. Ya nadie deambula tras mis pasos madrugadores, nadie mira desde el otro extremo del sofá en busca de un gesto cómplice de afecto, y su sombra en la esquina de la cama, a veces la confundo con mi camiseta negra. Hemos llorado juntos, jugábamos a cazar ratones, a derrapar en el pasillo, a cuidar a Luca, con los celos a flor de piel por los espacios de afecto y compromiso. Mi vida al lado de los animales ha hecho que hubiera grandes días  y días menos difíciles.

 

Por eso Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales de VV. AA. me parece un libro donde se sella y exhibe la intimidad.

Desde  los relatos en primera persona hasta  los que hablan de otros escritores con sus animales domésticos,  la literatura está llena de ilustres personalidades y de animales al lado de sus inspirados dueños. Unos, dotados con el  ingenio extraordinario para componer mundos dentro del mundo real, y los otros, ya domesticados, siendo juez y parte de relaciones con otras personas  y en la resolución de conflictos y alianzas.

 A veces al darle gestos de humanidad, nuestras mascotas se identifican con algunos rasgos de sus bípedos, y están colocados como complemento de la biografía y la genealogía de los protagonistas.

Nos detectan el malhumor, la alegría, la enfermedad, el placer y se acercan, miran, o merodean a la distancia que su instinto les aconseja, muchas veces con más prudencia que esas otras almas que también amamos. Y si somos inútiles, ellos se acomodan a nuestro justo servicio alimentario.

Es un desfile con nombres reales: la perra Pinka de mi endeble Virginia Woolf, que se fundió en Flush, o Mitz, el tití de su marido Leonard que con su presencia en el viaje por  Europa hasta Roma, distrajo a los oficiales nazis, hasta obviar su origen judío. Y Manchester, el can de Truman Capote, regalado por Jane Bowles, junto con el adoptado Charlie, en plena vorágine de A sangre fría.

Byron y su zoo con mayordomo, que por su perro Boatswain paro un barco en alta mar, al caer esté al agua; Cortázar con su gato Adorno; Budupple, el loro que iba a los cafés con Paul Bowles; Woopee y Polip lémures de Cyrill Conolly, unos transeúntes más por París, y antes con sus dos hurones.

O los oídos de Ariel, rendido al simbolismo de Laforgue, que frente a Augusta la emperatriz de Guillermo I, envejeció rápidamente de tanto interpretar los textos de su amo. Y muchos más.

Soledad Puértolas, José Carlos Llop o Trapiello, nos hablan de  los suyos, desde lo apto a la adoración. Pilar Adón, Berta Marsé, Carlos Pardo y otros, completan este trasiego animal por la vida de grandes escritores.

En las religiones, gatos y perros han sido elevados a divinidades, ascendiendo a la imaginería como representantes del averno, o como fieles guardianes estáticos de sus faraones, reyes, príncipes, y estados, manteniendo el equilibrio entre el instinto y la razón. Naturaleza y convulsión, para interceder en cacerías, batallas, desfiles y defensas o vigilancias.

Y sus nombres edifican personalidades de otros filósofos, escritores, pintores, dioses, héroes o mitos, batallas, apellidos o ingenuos epítetos, que al tener nombre, disminuyen nuestra soledad y crean hogar.

Pintados, retratados, caricaturizados, dialogantes, fabulosos, extravagantes, certifican su existencia en todos los ámbitos humanos.

En el cine los animales de compañía han sido siempre un recurso complementario; también en los dibujos animados, y en el teatro.

Estas mascotas están en las últimas tendencias de terapia para enfermedades terminales o degenerativas, en recuperación de memoria, y en el diagnostico positivo para estimular la infancia y las secuelas de la parálisis cerebral. Se certifica medicamente su presencia en domicilios de enfermos crónicos.

En este enlace http://www.elortiba.org/gatos.html, conocemos más de gatos y escritores.

Borges decía que gatos y escritores hacen lo que quieren, son libres.

 

Soledad Puértolas  Andrés Trapiello  José Carlos Llop  Antón Castro  Ignacio Martínez de Pisón Andrés Ibáñez  Marta Sanz  Félix Romeo  Berta Marsé  Pilar Adón  Carlos Pardo.

Los editores tuvimos la siguiente ocurrencia: proponer a algunos de los más destacados y reconocidos escritores españoles de nuestros días -autores de distintas generaciones y con proyectos literarios muy diversos- que se acercaran al mundo de los animales de compañía y escribieran sobre ellos. Tal vez incluso para nuestra sorpresa, aceptaron encantados.
Un libro, por tanto, sobre los animales y la literatura, los animales y la escritura. Sobre el animal como sombra del escritor, como amigo, como único depositario de unos sentimientos, e incluso de unas ideas, que el autor no osaría compartir con nadie más.
El animal de compañía, por tanto, como compañero literario. Porque quien tiene un perro, un gato, incluso un loro, un canario o un caballo al que se entrega y ama de un modo especial, de alguna manera le está dando la espalda a la comunidad humana, se está retirando a otro lugar, se encierra en un rincón emancipado de las «torturas del tiempo», nuestro mayor enemigo, del mismo modo que hace aquel que se retira a la literatura. El animal doméstico: extraño invitado a los pliegues más íntimos de la propia personalidad, allí donde también la literatura indaga, escruta, se alimenta

(datos editorial errata naturae).

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Comentarios - 1

MIREYA

1
MIREYA - 10-01-2012 - 20:15:44h

Que palabras más bonitas Carlos, yo tampoco me imagino mi día a día sin animales. A veces, no tan a veces, son mejores que las personas.


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