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Sobre la Literatura Juvenil

Rafael Sánchez-Grande Moreno 14 de Febrero de 2013 a las 09:31 h

"(...) me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura." (El Guardián entre el centeno / J. D. Salinger)

 

Es indudable, el valor que ha tenido la literatura juvenil desde hace mucho tiempo. Como género propio, sin embargo, nace prácticamente a la vez que el propio concepto de juventud, o mejor dicho, de adolescencia. Es fruto, por tanto, del desarrollo de lo que hoy llamamos modernidad, que arranca a partir del siglo XVIII, se desarrolla a lo largo del XIX y es a partir del siglo XX cuando se convierte en un fenómeno de masas, potenciado por el cine y la televisión. Los ejemplos de lo que podríamos llamar literatura juvenil, antes del siglo de la luces son muy escasos; las personas pasaban de la infancia a la madurez sin un periodo intermedio. A los 15 años, los chicos y las chicas ya trabajaban como adultos e incluso se casaban y tenían hijos. La palabra "adolescencia" no tenía valor alguno, y por tanto, no existía un género literario  específico para esa franja de edad.

Podríamos definir como literatura juvenil, la dedicada especialmente a personas entre 12 y 17 años, aunque ello no excluye a lectores de mayor edad. Desde sus orígenes hasta la actualidad, la literatura juvenil, si bien ha evolucionado mucho en cuanto a lo formal, sigue manteniendo, en líneas generales, una serie de elementos característicos que la definen.

En primer lugar, predomina la temática poco realista o evasora. El mundo actual no le gusta al adolescente y prefiere evadirse, bien a escenarios lejanos, como en las novelas de Verne o Salgari, bien a mundos inexistentes o imaginarios, como en las sagas de El señor de los anillos, Las crónicas de Narnia o más recientemente la de Juego de tronos. Podríamos poner muchísimos más ejemplos. Simplemente diré que esto no significa que el joven prefiera abstraerse del mundo real que le rodea. Al contrario; en estos escenarios de fantasía, se extrapolan muchos problemas y conflictos de la vida cotidiana: la ambición, la lealtad y la deslealtad, el valor de la naturaleza, etc.

Además, la literatura juvenil suele ensalzar una serie de valores muy claros: la importancia de la amistad, el amor verdadero, la sinceridad. Con frecuencia, el mundo de los jóvenes, que comparte estos valores puros, se contrapone al de los adultos: mezquino, cínico, corrompido por falsos prejuicios. El joven idealista, se erige así como héroe que lucha por salvar la verdad, ya sea en grupo o en solitario. Al igual que Holden Caulfield en El guardián entre el centeno, detesta todo lo que los adultos representan y se refugia en sí mismo o en el grupo de iguales para no verse también corrompido. Hay en la última literatura juvenil reciente numerosos ejemplos. Veamos la célebre saga de Mañana, cuando la guerra empiece de John Marsden, donde un grupo de jóvenes australianos luchan por sobrevivir en su país, devastado por la guerra. Sólo la cohesión y la lealtad del grupo les hará sobrevivir en tan terrible escenario. Otro ejemplo de ello es la novela española Colmillos de Sebastiá Roig. En este libro, basado muy lejanamente en hechos reales, los jóvenes deben sobrevivir en esta ocasión en una especie de centro de internamiento para adolescentes conflictivos, perdido en mitad de la naturaleza, y sometidos a un régimen tiránico. Una vez más, será el valor de la amistad y la cooperación entre ellos lo que les permita liberarse de ese infierno al que han sido enviados por sus padres.

Mención especial merece la novela La chica del lago, de Steph Bowe, una de las sorpresas editoriales del pasado año. Es además, uno de los pocos libros que llegan a las librerías, escrito también por una adolescente. Aquí, el infierno que rodea al grupo de jóvenes es la propia podredumbre  de la sociedad americana, representada en una pequeña localidad claustrofóbica. Sacha, un joven enfermo terminal y suicida y Jewel, una chica atormentada por la muerte de su hermano, descubrirán juntos que a pesar de todo, hay esperanza para ellos, a través de la amistad y del amor.

El amor es el otro gran pilar de la literatura juvenil de todos los tiempos. El amor puro, desinteresado, sin cortapisas, que supera barreras sociales, geográficas, morales y de cualquier tipo. Aquí sí que tenemos unos antecedentes muy claros, como: Romeo y Julieta, dos adolescentes al fin y al cabo, por no hablar de nuestros Calixto y Melibea. De ello se dio cuenta, sin duda, la autora Stephenie Meyer, para escribir su saga de Crepúsculo, en donde se menciona en numerosas ocasiones el clásico de Shakespeare. Coloca en una coctelera mitad de Romeo y Julietta y mitad de género vampírico ¿y qué obtenemos?: pues uno de los mayores best-sellers de los últimos tiempos. En numerosas ocasiones, al igual que a la protagonista de Crepúsculo, esa relación amorosa será de iniciación, como corresponde a la adolescencia. Recordemos así, como ejemplo, el romance juvenil que viven Oscar Drai y Marina en Marina, de Ruíz Zafón, o Eric y Evelyn en Quizá no exista mañana, de Tania López Parra o Alex y Nadia en La Ciudad de las bestias, de Isabel Allende.

La novela de Allende me sirve para presentar otras de las temáticas que han ganado últimamente más fuerza en la narrativa juvenil: la defensa de la naturaleza. Una vez más, el medio ambiente, que se presenta como algo idílico, está amenazada por el mundo de los mayores, que no ven más allá de los intereses económicos y egoístas. En la ya comentada novela de Colmillos, el centro de internamiento es como una herida abierta en mitad de un espeso bosque; algo ajeno, arrebatado por la fuerza a la selva, pero al que unas extrañas criaturas, que simbolizan las fuerzas de la naturaleza, cercarán y tratarán de recuperar de las garras del hombre. El joven héroe, se eleva así como defensor de la naturaleza amenazada, como un Robin Hood moderno. Por tanto, la temática ecologista tampoco es tan novedosa como aparenta. Sin embargo, la destrucción progresiva del medio ambiente de la mano del hombre la ha hecho cobrar cada vez más importancia. Una vez más, se siguen enfrentando los dos mundos opuestos, descritos al principio de este artículo.

En definitiva, la literatura juvenil se caracteriza por estar cargada de conceptos morales, campo de batalla en donde luchan dos mundos opuestos. Esta moralidad llega en ocasiones hasta el maniqueísmo; todo es blanco o negro, no hay lugar para grises, el malo es muy malo y el bueno muy bueno, como los vampiros de Meyer. ¿Y para qué tanta moralidad? Pues porque, más allá del puro entretenimiento, la literatura juvenil cumple una función primordial para la formación de la personalidad del adolescente: su socialización a través de una serie de valores comúnmente aceptados, en mitad de un mundo complejo y plagado de intereses. Lástima que, al final, la vida les termine enseñando en sus propias carnes que, en la realidad, rara vez triunfa el bueno.

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