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Qué felices ajenos a la historia

Javier Gimeno Perelló 9 de Septiembre de 2014 a las 09:52 h

La familia de Pierre Hardelot pertenece a la burguesía francesa y es propietaria desde varias generaciones anteriores de una importante papelera en Saint-Elme, una apacible villa próxima al Canal de La Mancha. Siguiendo ancestrales costumbres, sus progenitores han escogido como esposa del joven Pierre a la hija de otra familia de la misma escala social. Pero aquél está perdidamente enamorado de Agnès, cuyo principal pero determinante defecto es pertenecer a la clase inmediatamente inferior, lo que significa carecer de dote. De modo que Pierre se debate entre los deseos de su corazón y los de sus más allegados, hasta que se decide por los primeros, dejando a su pretendiente plantada en las puertas del altar y causando gran escándalo a su familia, especialmente a su madre y a su abuelo paterno, pero también a la tranquila sociedad de su ciudad natal.

La vida en este bello rincón del noroeste francés transcurre para sus gentes acomodadas sin más contratiempos que los devaneos amorosos, las crisis juveniles y alguna que otra ruptura de viejas costumbres, como la protagonizada por los enamorados de nuestra historia. Afuera, el mundo era otra cosa y la I Primera Guerra Mundial estaba en ciernes, pero aquellas inocentes familias no podían o no querían enterarse hasta que la fuerza de los hechos les puso delante una realidad cruel.

"[...] desde hacía cuarenta y ocho horas el mundo entero parecía tambalearse y desmoronarse, como un decorado teatral. Hasta Saint-Elme estaba conmocionado. Eran los últimos días de julio de 1914. Nadie quería pensar en la guerra pero se percibía el ardor de su aliento".

El joven Pierre fue llamado a filas y poco a poco los cimientos que sostenían a la familia Hardelot y a todos los moradores de la villa comenzaron a tambalearse. Al poco tiempo los alemanes invadieron aquella zona y sus habitantes tuvieron que huir abandonando a su suerte casas, negocios y vidas colmadas de bienestar.

Pero la suerte no se olvidó de la familia Hardelot. Pierre sobrevivió a la guerra y finalizada la contienda pudo volver a sus orígenes. Su abuelo logró resucitar la papelera de la ruina y la ciudad entera revivió. La vida siguió como si nada hubiera pasado y los Hardelot y demás familias de Saint-Elme continuaron en su burbuja de cristal.

Veinticinco años después la historia se repitió de manera casi exacta. Guy, el hijo de Pierre y de Agnès fue llamado, como entonces su padre, a luchar contra el mismo enemigo alemán, solo que ahora más fiero, más preparado, más vengativo y mejor armado militar pero sobre todo ideológicamente con la fuerza bruta de un nacionalsocialismo feroz dispuesto a resarcirse de la derrota anterior arrasándolo todo.

Las familias de entonces eran felices mientras no se tropezaban con la Historia en mayúscula.

"Se abrazaron. Pierre vio a su hijo alejarse  y perderse entre la multitud. Cabizbajo y arrastrando la pierna, avanzó unos pasos calle adelante. La gente aguardaba la prensa alrededor de los quioscos cerrados y, a pesar de no conocerse, entablaba conversación".

La censura impuesta por el gobierno de Vichy prohibía trabajar a los judíos, de modo que el nombre de ningún autor que lo fuera podía figurar en ninguna publicación. Irène Némirovsky no pudo entonces firmar con su nombre la primera versión por entregas, que aparecería con el epígrafe: "Obra inédita de una mujer joven" en el semanario Gringoire entre abril y junio de 1941. Escrita en 1940, la estructura de la novela obedece a esa forma de publicación, de manera que sus capítulos constituyen pequeños relatos autónomos pero bien enlazados para constituir una novela completa. Finalizada la guerra, la editorial Albin Michel se encargó de editarla en forma de libro con el verdadero nombre de la autora, quien, lamentablemente, no pudo verla publicada porque había muerto en Auscwitz pocos años antes.

Algunos críticos consideran Los bienes de este mundo una suerte de ensayo literario preliminar de su obra principal, Suite francesa (objeto de un post en este blog). Como lo fueron otras asimismo calificadas de "menores" por la crítica: El maestro de almas, El baile, El ardor de la sangre o El malentendido (también comentadas aquí), todas con un denominador común: la decadencia y la ruptura de costumbres y tradiciones de la burguesía francesa desde fines del siglo XIX, como consecuencia de una vida encerrada en su mundo, al margen de los acontecimientos que llevarían a las dos grandes catástrofes mundiales.

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Comentarios - 3

Javier Gimeno

3
Javier Gimeno - 23-10-2014 - 12:35:27h

No miles, millones, se calculan más de seis. A pesar de la barbarie, el intelecto humano sobrevive y aun en los campos de concentración algunos autores pudieron continuar su obra hasta su muerte, como es el caso de Nemirovsky. Por fortuna, sus hijos se encargaron de sacar a la luz su obra póstuma. Por mucho empeño que se ponga en ello, el negacionismo de la historia carece de argumentos para justificar lo injustificable y mucho menos, negarlo.

Jorge

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Jorge - 23-10-2014 - 12:15:42h

Es impresionante la cantidad de obras que pudo finalizar Nemirovski antes de morir en Auschwitz como otros tantos miles de humanos. Aún después de muerta, a título póstumo, editó 7 novelas más.

Aurora castillo

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Aurora castillo - 10-09-2014 - 11:05:44h

He leído bastantes obras de Nemirovski quien, por cierto, me impresiona, no solo por su calidad literaria, sino también por el volumen de su producción a pesar de que fue asesinada joven.
Suite francesa es una de sus mejores novelas y hay quien dice que ésta, Los bienes de este mundo, es su precursora. Imagino que lo dicen porque plantea los éxodos de la población francesa cuando comienzan las guerras y su seguridad está en peligro ante la invasión alemana.
A mí, personalmente, casi me ha gustado más esta obra que la Suite. Los retratos que realiza de cada uno de los personajes permiten que los lectores podamos casi verlos y, por supuesto, apiadarnos de ellos o aborrecerlos y la la historia de la burguesía europea queda reflejada de una manera irreprochable.
Cada obra que publican de Irene Nemirovsky sigue sorprendiéndome.


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