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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 28 de marzo de 2024

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La Clase (Entre les Murs, Laurent Cantet, 2008)

Laurent Cantet y François Bégaudeau. O si se prefiere, François Bégaudeau y Laurent Cantet. Se trata de los dos nombres propios que se encuentran detrás de la realización de "La Clase" (Entre les murs, 2008), filme francés que en 2008 logró hacerse con la preciada Palma de Oro en el prestigioso Festival de Cannes. Más de dos décadas tuvieron que pasar para que una cinta enteramente francesa volviera a ganar nuevamente el máximo galardón del certamen: la última vez sucedió en 1987, ocasión en que el premio recayó en "Bajo el sol de Satán" (Sous le soleil de Satan, 1987).

 

La concesión de la Palma de Oro no hizo sino dar alas al recorrido comercial del filme y catapultarlo en las carteleras internacionales, logrando darle un empaque a la cinta del que de otro modo no hubiera podido gozar. Pero, ¿qué es lo que hizo a "La Clase" destacar entre los muchos filmes que se proyectaron en el Festival de Cannes? ¿Qué fue lo que motivó al público y a la prensa especializada a recomendar y apoyar esta cinta? La solución para cualquiera que la haya visto es bastante evidente: pone sobre la mesa la cuestión de la educación desde un prisma hiperrealista y libre de cualquier partidismo. Bajo una realización aséptica pero para nada improvisada, el cineasta Laurent Cantet fue capaz de plasmar en imágenes el libro que tiempo atrás había publicado el profesor francés François Bégaudeau. Y fue así, bajo una estrecha colaboración entre ambos, director y escritor, como el proyecto salió adelante convirtiéndose en aquello que ahora estamos comentando en estas líneas.

El cineasta Laurent Cantet se ha caracterizado a lo largo de su filmografía por sentir una especial devoción por la problemática social. No en vano, entre sus anteriores trabajos destacan cintas como "Recursos Humanos" (Ressources Humaines, 1999), en la que se encarga de analizar y poner sobre la mesa la situación de precariedad laboral que se sufre en muchas empresas patrias; "El empleo del tiempo" (L'emploi du temps, 2001), nueva crítica al mundo laboral centrada en la complicada situación de un hombre que pierde su empleo y que, para evitar las consecuencias de decírselo a su familia, se inventa uno ficticio; o la más reciente "Hacia el Sur" (Vers le sud, 2005), donde se denuncian determinadas prácticas de explotación en el Haití de los años ochenta.

Con un currículum como éste, no es de extrañar que cuando la historia del libro de Bégaudeau, "Entre les Murs", llegó a sus oídos, decidiera que tenía que convertirla en película. Como consecuencia de este mutuo interés se fraguó una productiva relación que fructificó en el filme que nos ocupa. Y antes de pasar ya directamente analizar los múltiples aspectos reseñables que la cinta encierra, no quisiera dejar pasar la ocasión de dar un par de meros apuntes sobre el proceso de preparación y filmación del largometraje.

Desde el preciso momento en que el director francés Laurent Cantet se puso manos a la obra con la que sería su nueva producción, había una cosa que tenía con total claridad en mente: el filme iba a tener un marcadísimo aspecto documental. Para ello decidió desechar la filmación con cámaras de 35 mm. (las habituales en cine), debido a que no le permitían la movilidad y el juego que quería tener, y optó por una vía que sí que se amoldaba a sus intereses: el empleo de tres cámaras simultáneas de alta definición, mucho más manejables y baratas. Con ellas lograba algo que de otro modo no hubiera podido alcanzar. Podía moverse libremente sobre el escenario y, lo que es más importante, se garantizaba tres puntos de vista a través de los cuales acercarse a la acción.

Como él mismo se encargaría de matizar, el hecho de contar con tres cámaras grabando de manera simultánea le posibilitaba grabar en todo momento, por un lado al profesor; por otro al alumno con el que estuviera conversando; y con la última de las cámaras se aseguraba de capturar las tomas de situación en las que se reflejaban determinadas acciones del resto de alumnos y que conseguían contextualizar la acción de manera mucho más fiel y realista, además de aportar una cohesión narrativa y una naturalidad documental que difícilmente hubiera podido lograr utilizando el tradicional método de rodaje cinematográfico consistente en un único punto de vista variable en función de las distintas tomas.

Al margen de esta disposición de tipo puramente técnica, otra medida que sin duda resultó ser fundamental fue la decisión de que los actores de la película no fueran profesionales, sino que se tratara de alumnos y profesores que en la vida real desempañaran tales papeles. No en vano, si uno visiona los créditos de la película podrá comprobar cómo, en efecto, todos los alumnos y profesores que salen en el filme lo hacen con el mismo nombre que tienen en la vida real. Sin embargo, no debemos por ello creer que la película no esté estructurada ni que todo estuviese dejado al azar: nada más lejos de la realidad.

El procedimiento que se escogió para la preparación del largometraje fue el de realizar una serie de talleres interpretativos a lo largo de un curso académico a los cuales asistían alumnos y profesores reales a intercambiar sus opiniones sobre determinados aspectos de la trama y a ensayar diversas escenas del guión previo. Gracias a esas experiencias, el guión no solamente se fue enriqueciendo a nivel de contenido, sino que se logró introducir ese matiz de realidad que tan presente está en todos y cada uno de los fotogramas de "La Clase".

Durante la filmación, obviamente los actores (que, insisto, eran estudiantes de verdad) recibían instrucciones del director, pero fue gracias a los ensayos en los talleres como se pulieron casi todos los matices interpretativos y, especialmente, todo lo referente al vocabulario empleado por unos y otros, uno de los rasgos más aplaudidos de la cinta. Para terminar en este sentido, simplemente puntualizar que François Bégaudeau, el autor del libro, interpreta al profesor de lengua protagonista de la historia. Se interpreta, pues, a sí mismo.

Y tras esta necesaria introducción, creo que es momento de entrar ya en materia propiamente dicha porque, ciertamente, el filme no es que sea precisamente ligero, sino más bien todo lo contrario: aporta gran cantidad de material sobre el que reflexionar tanto a nivel ético como pedagógico.

Como el lector que haya visto el largometraje sabrá, y el que aún no lo haya hecho probablemente supondrá, la historia se centra en la constante y complicada situación que, día tras día, se establece entre los alumnos y los profesores de un instituto de secundaria situado en el extrarradio de la ciudad de París. La situación es aún más precaria debido al hecho de que se trata de una institución pública de una zona más bien humilde en la que se dan cita alumnos con toda suerte de nacionalidades y problemas personales a los que los profesores tendrán que apaciguar y mantener bajo cierto control para intentar la difícil tarea de enseñarles. Un microcosmos que representa la Francia más actual y cosmopolita y en el que las tensiones raciales y sociales son la tónica habitual.

La primera evidencia con la que nos encontramos en esta precisa radiografía del sistema educativo francés, y fácilmente extrapolable a otros países occidentales sacudidos por la globalización, es probablemente la del establecimiento de dos claramente diferenciados bandos: el de los profesores y el de los alumnos. Es una división tan obvia como fundamental y evidente. De un lado tenemos a los encargados de impartir y transmitir los conocimientos, y del otro a quienes los reciben. Nada reseñable de no ser porque ni los primeros pueden desempeñar adecuadamente su tarea de mediadores de la información, ni los segundos aceptan de buen grado con su implícitamente impuesto rol de receptores.

La primera consecuencia directa de esta difusión en torno a las competencias que han de desempeñar unos y otros es la eliminación, o cuanto menos difusión, de las barreras educativas. El profesor se ve obligado a mezclarse con el alumnado y a ponerse en cierto modo a su nivel para que éstos se sientan predispuestos, no digamos ya a escucharle, sino simplemente a tenerle en cuenta.

La rigidez de la que suele acusarse en no pocas ocasiones al sistema educativo no es algo novedoso. Es más, a lo largo del tiempo no han sido del mismo modo pocas las manifestaciones sobre los difusos límites entre la rigidez disciplinar y el control social que puede llegar a predeterminar la eliminación de la personalidad de los alumnos y el consiguiente adoctrinamiento homogeneizador que programa y determina de manera sistematizada la forma de pensar considerada como la normalizada por la sociedad. Una pesimista visión sobre el sistema educativo más estricto que ya se encargó de denunciar la mítica banda británica de rock progresivo Pink Floyd, en su no menos célebre himno del disco "The Wall": Another Brick in the Wall (Part 2):

 

We don't need no education
We don't need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teachers leave them kids alone
Hey teacher leave us kids alone
All in all you're just another brick in the wall
All in all you're just another brick in the wall [1]


Palabras que podrían ser puestas sin ningún problema en los labios de los alumnos del instituto francés que nos muestra el filme. Una desconfianza tan sumamente alta hacia la rigidez del sistema y ante la figura de autoridad que representa el profesor que imposibilita la normal transmisión de conocimientos propia de cualquier proceso de aprendizaje. En lugar de ello, el profesor ha de ser capaz, primero, de sobrepasar la barrera que se levanta invisible pero inexorable entre él y los alumnos y, una vez superada, y sólo entonces, comenzar a impartir las enseñanzas pertinentes.

Para ellos, la figura del personal docente ha de implicarse especialmente. Ya no basta con las clases magistrales. No basta con sentarse detrás del correspondiente escritorio y soltar el discurso. La suspicacia del alumnado ha de ser superada, y para ello entra en juego la libertad educativa de la que goza cada docente y su capacidad para desenvolverse en la tormenta una vez desatada. Porque si el profesor acepta entrar en el juego que los alumnos proponen ha de estar dispuesto a ceder y perder ciertas parcelas de control para poder conseguir una mayor atención y credibilidad de cara a sus pupilos. Se trata, pues, de una constante dialéctica entre unos y otros, de un ininterrumpido pulso en el que se puede caer con facilidad en terrenos pantanosos tanto por una de las partes como por la otra, y en la que el funambulismo se convierte en una práctica demasiado habitual y peligrosa.

Tal es la situación que "La Clase" plantea. El profesor se ve obligado a traspasar la difusa  frontera que separa la autoridad de la permisividad, abandonando así su condición de maestro para intentar rivalizar de igual a igual con los alumnos. Deja el estrado para mezclarse con la clase aun a riesgo de perder su autoridad o, cuanto menos, de que se le cuestione su liderazgo. Se trata de una práctica que conlleva un importantísimo desgaste mental y emocional por parte del docente. No deja de ser significativa en este sentido la escena en la que uno de los alumnos cuestiona las tendencias sexuales del maestro.

En esta peligrosa situación de difusión autoritaria se desarrolla durante gran parte del metraje. La única ventaja con la que cuenta el maestro es su experiencia y su superior dominio de la retórica, que empleará para intentar encauzar a la horda de ansiosos alumnos que, lejos de querer aprender, lo único que esperan es el momento de dejar en evidencia a su profesor.

Y del mismo modo que los estudiantes no actúan de la forma que se les exige, en situaciones tan al límite, el maestro también puede llegar a perder los papeles. Así sucede cuando François, contrariado por la deleznable conducta de algunos de sus educandos, reacciona tildando de "fulanas" a dos de ellos. La delgada línea del respeto está siendo continuamente traspasada tanto de un lado como de otro, y si bien todos exigen que se les respete cuando se ven perjudicados, no parece que estén por la labor de aceptar sus errores cuando son ellos los que traspasan la frontera para agredir al contrario.

Resulta destacable cómo el hábil pulso narrativo de Cantet refleja con asombrosa transparencia todos estos enfrentamientos. No se toma partido por nadie, no se defiende ninguna conducta, ni se trata de dar aleccionadores sermones ni de un lado ni del otro. La cámara simplemente refleja una realidad que está ahí. Una situación sobre la que habría que reflexionar y sobre la que no hay un claro culpable.

Lo que sí existen son demasiados condicionantes, demasiados matices en todo. Nada es blanco y negro. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Es por ello que las normas rígidas tienden a crear desigualdades y/o injusticias, pues los factores secundarios (y terciarios) son los que determinan en numerosas ocasiones las conductas. Lo único que parece evidente es la inseguridad y las dudas que asaltan a todos por su modo de actuar. Ni los profesores saben qué castigos o sanciones imponer, ni los alumnos parecen saber qué hacen en la escuela. Simplemente acuden a ella por obligación y por inercia. En este clima de incertidumbre, aprender se convierte en un objetivo secundario.

En este absoluto relativismo se mueve "La clase", un peligroso terreno que, lejos de ser puramente ficticio, recoge mucha más verdad de la que estamos dispuestos a aceptar. El problema existe y está ahí. Podemos ignorarlo, desde luego. Pero también podemos intentar combatirlo. Ésta segunda opción parece ser la que François adopta. Sin embargo, por mucho empeño que ponga siempre se encontrará con que la rigidez institucional le impide llevar sus tentativas hasta sus últimas consecuencias. Y al margen de esta inflexibilidad burocrática, el otro gran condicionante de todo este asunto es la difícil situación que atraviesa la sociedad actual. La globalización y la constante interdependencia entre los distintos países del mundo aporta muchos beneficios culturales y económicos, pero cuando esta relación no es bien llevada o genera fricciones, surgen peligrosos riesgos como la xenofobia, el racismo o el aumento de los desequilibrios sociales y económicos.

En un contexto tan variable y tan sumamente volátil, las instituciones educativas se han quedado estancadas en un peligroso estatismo que está empezando a generar un comprometido círculo vicioso de consecuencias difícilmente previsibles. Pero no debiéramos perder la perspectiva real de la situación: el sistema educativo no está regido por normas especiales ni existe en una especie de limbo al margen del mundo. Forma parte, importante y decisiva, desde luego, pero parte al fin y al cabo de un sistema mucho mayor: la sociedad. Y es a través de la innumerables interrelaciones que se producen dentro de este macro sistema cómo habría que empezar a analizar la situación.

El sistema educativo forma parte de un todo ligado y cohesionado, y lo que afecta a muchas de las partes del mismo tiene consecuencias en otras piezas del complejo entramado social del que somos espectadores. Somos marionetas del sistema, sí, pero al mismo tiempo somos los titiriteros. El problema es que el actual teatro de operaciones mundial se ha hecho demasiado grande e inabarcable. Las interrelaciones son tan numerosas y los factores secundarios y terciarios tan profusos que la idea de relativismo global cobra cada vez más fuerza. Las certeras desaparecen en un mundo tan inmanejable y lo único evidente es la pérdida de la identidad.

Lo errático, lo diluido y lo diluyente de la sociedad dificulta la correcta percepción de la realidad, y hasta que no superemos esta pesimista perspectiva, hasta que no consigamos elevarnos sobre este macro entramado de relaciones de interdependencia y dominarlo a partir del conocimiento, no podremos empezar a tomar las decisiones que sin duda se necesitan tomar. El rumbo de nuestro futuro está en las manos de todos nosotros. No somos meros espectadores, no somos meras marionetas, somos parte del problema, desde luego, pero indudablemente somos parte de la solución. Y somos los únicos capaces de resolver las dificultades que nos afectan.

"La Clase" es un toque de atención sobre una realidad que está ahí, una realidad que nos rodea y nos afecta directamente. Se trata de un filme comprometido que no da ni quita nada a nadie. Deja las cosas en su sitio y las presenta tal y como son. Podemos ignorar el problema, pero éste no va a desaparecer. Películas así son necesarias. Siempre lo han sido, pero en tiempos tan complicados como los actuales, en los que la pérdida de valores y de certezas aumentan al ritmo que lo hacen desigualdades, lo son aún más. Imprescindible película.



[1] No necesitamos ninguna educación

No necesitamos que controlen nuestros pensamientos

Ningún oscuro sarcasmo en el aula

Maestros, dejad en paz a los chicos

¡Hey! ¡Profesores! ¡Dejadnos a los chicos en paz!

Después de todo, no sois más que otro ladrillo en el muro

Después de todo, no sois más que otro ladrillo en el muro

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