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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 19 de abril de 2024

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Regreso a casa

El comandante Roberto Hoss y el oficial Juan Chip caminan por la vieja avenida Corrientes. Ellos saben que el viaje duró, en tiempo terrestre, cuatro o cinco generaciones. Pero... ¿qué pasó con la gente? Aún embutido en su traje espacial, gira su cuerpo tratando de asimilar la terrible realidad que ve.

La ciudad, una cáscara desierta. Las calles: una alfombra de huesos entre los que, a duras penas, se abre paso la naturaleza: los helechos crecen en las cornisas y el musgo y los líquenes hacen lo suyo en paredes y hormigón. Entre cascajos oxidados, convertidos en madrigueras por los pocos animales que se aventuraron por las calles, caminan los dos viajeros con pasos sin rumbo.

-¿Cuál es el procedimiento? -Chip entra y sale de los locales abiertos. Tras su calmada cara casi humana, se esconden millones de componentes electrónicos.

-No tengo la más mínima idea -responde mientras mira el analizador de atmósfera-. En algún lugar tienen que estar refugiados. Alguien nos envió los cálculos de órbita para la "Nodriza" y las maniobras de aterrizaje para nuestro trasbordador-. Lo que me extraña es que no hayamos recibido ninguna noticia de esta catástrofe durante todo el viaje.

-¿Habrán errado el cálculo de la contracción relativista del tiempo? Tenga en cuenta que las operaciones de cálculo se realizaron sin la supervisión de ninguno de los cerebros maestros -pregunta Chip.

-No. Este desastre sucedió al poco tiempo de partir -el comandante, ignorando la provocación sobre la eficiencia de los hombres y de las máquinas, señala un cartel con la portada de un diario junto a un kiosco callejero. En ella, se ve una fotografía de Júpiter enviada por ellos mismos y el titular, apenas visible, informa que los viajeros ya pasaron la órbita del gran planeta.

"Atención Explorador uno, aquí Nodriza." Suena en los cascos de los astronautas.

-Aquí Hoss. ¿Qué sucede, Nodriza? -de tantos años juntos ya se saltan todos los protocolos de comunicaciones. El "mi comandante", el "señor" se perdieron en algún lugar del espacio entre Júpiter y Saturno luego del primer año de viaje. Sólo quedaron los apodos "Nodriza" para la nave principal y "Explorador" para los trasbordadores que permiten bajar de la órbita al planeta y satélites.

"Control de misión no responde. Sólo tenemos comunicación a través de las computadoras."

-¿Es alguno de los cerebros maestros?

"No lo creo, Roberto. Si es automático tiene una inteligencia muy superior a un cerebro electrónico. Por otra parte... tiene sentimientos. Y debe ser un científico: está muy interesado en las investigaciones que hicimos y en las muestras que tenemos en el laboratorio. Se lo nota... emocionado."

-¿Podéis triangular su posición?

"Quizás en dos órbitas más. Otro problema: no encontramos la Estación Espacial Internacional. Deberíamos haberla cruzado como mínimo cinco veces. ¿Cómo está todo en casa?"

-Hasta ahora ningún humano sobreviviente -interviene Chip con su frialdad característica.

-Peor que las proyecciones de nuestra computadora. La calle está llena de huesos -continúa el comandante-. Lo que sucedió aquí... sucedió rápido. Hay esqueletos que aún sostienen el volante de los autos -en su muñeca, mira la pantallita del control ambiental-. Las mediciones de radiaciones, normales; la composición del aire, ideal;  temperatura: dentro de los parámetros normales. Los conteos bacteriológicos y virales dan negativo. No sé... la verdad no sé qué decir. Por las dudas mantengo los trajes por protocolo de cuarentena.

 

Un movimiento llama la atención de los viajeros hacia un obelisco mutilado. En la Plaza de las Américas unas hilachas grises son el legado de la enorme bandera que siempre flameaba en ese mástil. Con andar torpe se dirigen hacia la 9 de julio. Dos enormes perros dejan de pelear por unos colgajos de carne y observan a los astronautas con desconfianza.

-...Roberto, en ese cibercafé -dice Chip-. Hay computadoras encendidas.

En un herrumbroso local, unas máquinas delatan su actividad con el titilar de leds y la luminiscencia de algunos monitores que, a pesar de tener su fósforo casi inactivo, titilan ominosos y uno de ellos se ve desde la calle. La sorprendente vista del androide recorre con rapidez los negocios y las fachadas de los edificios.

-Comandante. Nos están vigilando.

Los astronautas desenfundan sus armas que durante millones de kilómetros estuvieron guardadas y descargadas.

Perciben una vibración creciente que retumba bajo sus pies. Hoss mira extrañado.

-Deben vivir bajo tierra -dice-. Acabo de sentir el paso del subterráneo.

-Yo también.

-Vayamos abajo. Si está funcionando, alguien debe conducirlo.

-Podría ser un mecanismo automático.

Con una carrera torpe, los hombres corren hacia la esquina donde se yerguen las raídas escaleras que bajan hacia la tenebrosa oscuridad.

Poco antes de llegar, un golpe en la pierna desequilibra a Chip quien cae con su voluminosa figura. El comandante se acerca a ayudarlo y, en el piso, cerca del cuerpo que pugna por levantarse, una flecha con la punta aplastada por el kevlar del traje.

El comandante mira en todas direcciones. De uno de los ciegos ojos en los que se convirtieron las ventanas de los edificios alguien les disparó con un arco.

-¡Quietos! ¡La flecha es sólo una advertencia! -grita un androide bastante maltrecho y harapiento desde la puerta de un antiguo restorán-. ¡El próximo será un disparo mortal!

Chip se pone de pie con ayuda de su comandante y ambos miran al rengo que se acerca con dificultad. Sus ropas andrajosas cubren una piel sintética que, en algunos tramos deja parte de los servomecanismos. Su cabeza, de frente huidiza, parece más simiesca que humana. Chip otea los alrededores y varias cabezas se asoman detrás de viejas armas. Se detiene a pocos metros de los astronautas.

-Comandante -dice el teniente susurrando a su superior-, esas armas no nos pueden hacer ningún daño dentro de estos trajes. ¿Tomamos el control de la situación?

-No, esperemos y sigamos a esas máquinas. Por ahora es lo único que tenemos.

-Creo que es un error táctico.

El harapiento los mira con curiosidad. Se acerca más y camina alrededor de ellos. Recién ahí el comandante observa que lleva un auricular y su mirada distaba mucho de ser estúpida.

-¿Ustedes son los astronautas que estábamos esperando? Pueden hablar sin quitarse el casco. Ya tenemos su frecuencia de comunicaciones -¿sonríe con malicia?-. Podemos escucharlos perfectamente... y nuestras armas parecen viejas, pero les aseguro que atraviesan una plancha de acero grueso sin problemas.

"Atención Explorador uno, aquí Nodriza."

Instintivamente el viejo androide mira para todos lados.

-Adelante Nodriza, tenemos compañía y nos escuchan -responde el comandante mirando fijamente al extraño.

"No podemos ubicar la fuente de las comunicaciones. Hace diez segundos, se iniciaron las maniobras de desacople de la unidad científica."

-¿Quién lo autorizó?

"Usted, Comandante. Los códigos de autorización son los suyos y la orden provino de su computadora."

-¡Aborte operación! ¡Aborte operación! -ordena Hoss-. Yo no autoricé ningún desacople. Si quieren los datos que obtuvimos... -el comandante mira al androide-. Si ustedes están controlando nuestra nave...

-...Mi nombre es HRN23, Coronel HRN23, Fuerza de defensa terrestre -dice-. Nosotros no controlamos su nave. Deben ser ella o sus cosas. Despídase de su nave, ya debe estar en control de ellos.

-¿De quiénes está hablando? -dice Chip intentando quitarse el casco.

-No lo haga. No hasta que los inmunicemos... Inclusive a su androide. Usted y su gente son los únicos seres humanos vivos. A partir de ahora nuestra misión es protegerlos.

El comandante vuelve a verificar su computadora de control ambiental. Aún marca todo correcto. Un sobrecito titila en la esquina de la pantalla alguien le envió un correo electrónico. O es de control de misión, o lo mandaron desde la nave.

-Coronel, los objetivos vienen hacia aquí -se acerca otro androide corriendo-. El subte está por Callao.

-¿Quiénes vienen? -dice el comandante.

-Síganos.

El coronel no esperó que los astronautas cumplieran con la orden. Se volvió y comenzó a trotar, cojeando visiblemente, hacia la entrada del restaurante del que vino. Hoss presiona los controles de su traje con discreción.

"De: Primer Oficial

A: Comandante

Asunto: Alerta

 

Comandante. Trate de volver a la nave. Hay demasiadas cosas que no encajan. Sistema de defensa terrestre activo. La información que nos da la computadora de control de misión nos alerta de peligros. No entendemos bien a qué se refiere. Detectamos un eco en las antípodas. Hay otra nave orbitando y no es la estación espacial.

 

Laura."

 

Hoss mira a Chip y en una orden tácita guardan sus armas y siguen al coronel.

-Comandante. Cualquier tipo de operación se nos dificulta con el traje. Es imperativo deshacernos de ellos.

El oficial niega con el dedo observando un esqueleto... Lo que provocó eso puede aún seguir latente. Juan ve la mirada de su comandante y comprende. Los dos se ponen en movimiento al mismo tiempo. Cruzan la Nueve de Julio y varios hombres los ayudan a bajar la escalera que lleva al sótano del edificio. Con estos mamotretos puestos, descender siempre es más complicado que ascender. Siempre hay que voltearse y bajar de espaldas... salvo que los escalones sean muy grandes.

Por una grieta en la pared se filtra una masa informe color carne. Los hombres del coronel perciben inmediatamente su nauseabundo olor. El fulgor de un extraño lanzallamas hace que el plexiglás de los cascos responda oscureciéndose. La masa se retuerce en una sinfonía de gritos y chillidos. Los hombres ríen mientras el amorfo ser expira y se carboniza.

-¿Qué mierda es eso? -pregunta el comandante apoyándose contra la pared contraria.

-¿Eso? -dice el droide con el lanzallamas- Le decimos "las cosas". Son u...

-...invasores -interrumpe el coronel-. Aparecieron poco tiempo después de la terrible epidemia. Cuando uno de esos nos toca, tenemos problemas en los circuitos y en poco tiempo quedamos inactivos. Hay millones y se reproducen.

-Quizás con nuestros trajes -el comandante se vuelve pesadamente para enfrentarse con el rengo-, podamos capturar una para poder analizarlos sin que nos afecte. En nuestra nave tenemos un biólogo que puede hacer maravillas. -Comprende la saña con la que combaten a esas cosas, pero... para él la vida es preciada, y después del fabuloso viaje hasta los confines del sistema solar, se siente un extraño en su propia tierra.

-Lo sabemos. Lo sabemos. Pero por ahora tenemos otra misión. Mis órdenes son llevarlos con el líder supremo: los necesita.

Hoss tropieza y se demora lo suficiente en el suelo como para que la pequeña comitiva se detenga. Con lentos movimientos trata de masajear su pierna como si tuviera un dolor muy fuerte.

-¿Estás bien Roberto? -pregunta Juan mientras mira dentro del casco de su jefe.

-No. Me duele demasiado la pierna que me accidenté en la luna de Plutón -el teniente mira a su jefe extrañado. Sabe que nadie descendió en Caronte. Por su parte, el comandante le guiña un ojo.

-Señor -le dice-. Creo oportuno que descanse un poco. Puede que los huesos de su pierna no hayan soldado del todo bien, y con la gravedad de la Tierra...

-Aguarden aquí -el coronel HRN23 los mira con fastidio y hace un gesto a sus hombres-. Vamos a buscar algún medio para transportarlo.

Con movimientos precisos e incomodidad evidente, cuatro androides armados se apostan en las dos salidas de la estancia. En cada una se ponen dos centinelas, uno mirando hacia fuera y el otro vigilando a los astronautas. Se evidencia una programación soberbia de lucha, no son novatos.

El comandante le señala la computadora de la muñeca de su subordinado y se pone a teclear en la suya.

-¿Qué hace? -grita uno de los guardias-. Mientras no esté el coronel, quédese quieto.

Los astronautas se miran. Comprenden que no son invitados sino que son prisioneros. El comandante comienza a golpear en el piso con el dedo mientras su compañero lo observa.

Taptaptap.

Tap. Tap. Tap.

Taptaptap.

Y lo repite varias veces hasta que, dentro de su casco, Chip asiente. Reconoce el viejo SOS del código Morse con que lo programaron en la academia. El comandante le comunica, moviendo con torpeza los dedos, el correo electrónico de la nave y la necesidad de deshacerse de sus captores y huir.

Los guardias se mueven nerviosos, como osos olfatean el aire y, los que están "custodiando" a los viajeros, otean por encima de sus hombros. Los dedos quitan los seguros de sus armas.

El comandante mira la computadora de su muñeca y no hay ningún cambio en los parámetros de control ambiental. Si hay algún olor, es muy sutil porque no aparece en los analizadores de los trajes. Es evidente que los sensores de esos robots son extremadamente sensibles.

Los androides disparan rayos parecidos al fuego del lanzallamas con el que quemaron a la cosa. Unos disparos de armas de fuego comunes impactan en el techo y las paredes. Finos chorros de agua buscan las "heridas" que abren las balas en la piel sintética, impermeable, de las máquinas. Alguien está respondiendo y obliga a los centinelas a guarecerse.

Hoss y Chip no se hacen esperar. Se levantan, atropellan con sus enormes masas a los robots que intentan buscar refugio, huyen con la torpeza característica de esos voluminosos trajes espaciales. No recorren diez metros que se encuentran con una marea de esas "cosas" color carne que empuñan armas de fuego con unos seudópodos.

Ante la presencia de los astronautas, las "cosas" abren un pequeño pasillo para que puedan pasar cerrándose tras ellos como si de un líquido se trataran disparando continuamente contra los androides del coronel. En pocos segundos atraviesan los diez metros de "cosas" que intentan avanzar sobre los centinelas.

-¿No deberíamos ayudarlos? -Rompe el silencio de radio Chip- Al fin y al cabo son androides como yo que deben proteger a la raza humana.

-Evidentemente, mucho éxito no tuvieron. Busquemos un lugar donde escondernos -dice Hoss sin dejar de correr. Con la mano hace un gesto imitando a un planeador... imitando a su Explorador uno.

 "Atención Explorador uno. Comandante, tenemos problemas. Módulo científico recuperado. El cerebro de la nave tiene un virus o algo por el estilo. Estamos compensando constantemente. Parece que la computadora está sufriendo interferencias."

-Desconecten al cerebro. Tomen el mando manual -Chip mira a su comandante espantado.

"Lo hicimos Roberto. El cerebro de control de misión está emitiendo órdenes encontradas... es como si estuviera disociada y emite órdenes incoherentes." (Estática.)

-Nodriza, aquí Explorador uno.

 (Continúa la estática.)

-Nodriza, aquí Explorador uno... Responda Nodriza.

-¿Qué hacemos, comandante? -pregunta Chip.

-Por ahora no podemos hacer nada. Busquemos refugio -señala al receptor de su casco y sigue corriendo hacia el único lugar que le ofrece seguridad: su nave.

Logran salir del restaurante y se encuentran con una manifestación de "cosas".

-¿Por qué no nos hacen nada y nos dejan pasar sin problemas? -pregunta Hoss.

-No lo sé. Quizás nos tienen miedo... O al vernos bajar en el Explorador nos consideran dioses o algo por el estilo.

-Recuerda que son invasores extraterrestres y que también vinieron en una nave espacial.

-Error -apenas se escucha en los cascos de los astronautas. Pero ellos no pueden prestarle atención. Corren por la avenida Corrientes, en busca de su Explorador para volver a la nave.

 

El Explorador se encuentra a menos de cincuenta metros. En los alrededores cientos de "cosas" disparan contra algunos soldados harapientos que tratan de acercarse al Explorador. Las armas de los hombres están haciendo estragos entre esos seres informes, pero retroceden ante la abrumadora mayoría de los "bultos"  o "cosas" como las llamó el coronel.

Los astronautas, cubriéndose como pueden, se acercan a su Explorador pasando de un auto abandonado a otro; los seres extraños se corren con velocidad o se deforman aplastándose para dejarlos pasar, los disparos de los soldados de la "resistencia" pasan cerca de los astronautas. Es evidente que los quieren con ellos o muertos.

-¿Qué les pasa a esos locos? -pregunta el teniente parapetándose detrás de un cascajo oxidado -¿Por qué nos atacan a nosotros?

-No lo sé... pero algo en todo esto no me agrada.

Y entre medio de las balas y los rayos que los siluetean, logran arrojarse dentro de su nave, cerrando la compuerta al entrar.

 

Chip se sienta en la butaca del piloto y, sin esperar la orden de su superior, se lanza hacia las nubes en una acelerada que les deja los estómagos en tierra.

El comandante se acomoda en su asiento cuando observa a dos grandes ojos verdes mirándolo desde un rincón del Explorador.

-Parece que nuestro biólogo va a estar contento -dice Hoss.

-¿Qué?

-Tenemos un polizón. Una de las cosas se coló. No entres en Nodriza hasta que pongan un campo de contención biológica para evitar cualquier tipo de enfermedad que contagie nuestro pasajero -dice el comandante mientras se acerca a la masa informe.

Con las luces de la nave puede verlo con claridad. Es como de un metro veinte de altura y está cubierto en algunas partes con un suave vello cobrizo. En la mitad superior tiene unos ojos verdes un poco más grandes que el común entre los humanos. Y denotan inteligencia. Vaya que denotan inteligencia. La mirada no expresa ni miedo ni curiosidad, sino sólo calma... Y una calma contagiosa.

-Soy amigo, por favor no me hagan daño. Estoy aquí para que ustedes comprendan -dice el ser moviendo apenas una fina línea que Hoss no había observado, un poco más abajo de los ojos.

El comandante mira paralizado al ser. No le sorprendió que hablara, lo que le sorprendió es con la claridad que lo hizo en su propio idioma. Chip con un rápido movimiento dispara varias veces en el cuerpo informe.

-¿Qué hiciste? -pregunta el comandante atontado.

-No se le acerque. Aún percibo peligro. Permítame arrojarlo por la exclusa.

-¡No!

-Comandante. Sea razonable. Si quisieran eliminarnos con enviar a Nodriza uno de esos seres que la contamine o que la vuele o lo que sea, sería suficiente para terminar con la raza humana.

Hoss parece turbado. Mira a Chip y no puede ocultar su enojo.

-Comandante. Los protocolos de seguridad...

-...Orden especial XLN6N7O2, prosiga con las maniobras de acercamiento y acople -Es la primera vez que utiliza la orden de obediencia de alta prioridad con su androide.

En menos de una hora la Explorador uno aplica los procedimientos de acople de unidad contaminada directamente en el módulo científico. La "cosa" avanza con mucha dificultad por los tubos de plástico hacia una gran caja de vidrio con dos brazos mecánicos en su interior. Tras ella, una estela de burbujas granates que salen de sus heridas, se depositan sobre las superficies transparentes.

-Doctor Lemos, ese ser ha hablado de manera comprensible: es racional. No es una de sus ratas de laboratorio. Trátelo con respeto y sálvele la vida -termina diciendo al dirigirse a la sala de descontaminación.

 El biólogo está exaltado. En los satélites de los planetas exteriores ha podido estudiar microorganismos y, como algo muy avanzado, alguna que otra planta. En especial esa planta que crecía en Titán que se reproduce tan rápido como cultivos hidropónicos y que es un excelente alimento aplicable a los seres humanos. Ellos mismos vienen consumiéndolas durante todo el viaje de vuelta. Pero el sueño de cualquier biólogo es poder estudiar un bicharraco, no sólo con una estructura avanzada, sino que, además, inteligente.

-¿Puede comprenderme? -pregunta el científico desde el otro lado del plexiglás.

-Sí... -apenas articula con un feo silbido.

 Lemos lo mira y, moviendo la cabeza de un lado al otro, se aplica en los controles de los brazos mecánicos que se encuentran en el interior del campo de contención. Uno de los efectores es una jeringa que se acerca implacable hacia una de las burbujas que salen de las heridas del "bulto". La pequeña ampolla adosada se llena de líquido. Al biólogo no le extraña ya que si el ser respira oxígeno, es lógico que su sangre sea parecida a la humana.

Los analizadores de la nave trabajan al máximo. Lo que antes se realizaba en semanas o meses, hoy se puede obtener en un par de horas. El ADN de ese ser está siendo desmenuzado, analizado y comparado con una base de más de un millón de especies. Mientras tanto el científico observa los resultados de las tomografías y de las ecografías.

El ser, con un silbido gorgoteante, deja de respirar. El biólogo lo mira consternado, con frustración: la primera vez que se puede comunicar con una inteligencia extraterrestre y se le muere prácticamente en sus manos. Quizás si entrara en la unidad de descontaminación podría tratar de revivirlo. Pero... ¿conoce lo suficiente su biología como para intentarlo? ¿Y si Chip tiene razón y es sólo un señuelo para destruirnos? Todos los sensores de la unidad de descontaminación indican que no hay elementos patógenos que pueda afectar a la nave o a sus tripulantes. Pero piensa seguir al pie de la letra los protocolos que durante tanto tiempo los mantuvieron a salvo. Como aquella vez en Europa -el satélite joviano-: colectaron unas algas, primitivas en extremo, con esas algas venían, de regalo, unas bacterias de lo más molestas. La teniente no siguió los protocolos como corresponde y casi la perdemos.

-Comandante -dice acercándose al interfono. Lo necesito en el laboratorio.

-¿Y Doc? -Se acerca el comandante-. ¿Qué sucede?

-El paciente... -su gesto es por demás elocuente.

-Lemos. Siga todos los procedimientos como si fuera uno de nuestros tripulantes. Quiero una autopsia completa... Y la quiero para ayer.

-Tengo algunos resultados preliminares. Estos organismos tienen una fisiología muy parecida a la nuestra -explica el científico-. Lo cual es lógico. Respiran oxígeno: la sangre tiene glóbulos rojos. Son omnívoros, igual que nosotros, ergo: su sistema digestivo es parecido al nuestro. Lo extraño es que no tienen ni huesos apenas unos pequeños cartílagos que ellos desplazan aparentemente a voluntad. Por lo que pude observar de los movimientos del ser y de las filmaciones de las cámaras de los trajes, controlan bastante bien sus músculos, lo que les permite modificar las formas pero no lo suficiente para hacer movimientos de precisión. Por más que demuestra mucha inteligencia, yo no veo manera de que hayan construido una nave espacial con el control de esos seudópodos.

-Son inteligentes -dice Laura, su lugarteniente, que se acerca a su jefe-. Ningún ser estúpido puede viajar por el espacio. Comandante, tenemos problemas con control de misión. Intentan dar instrucciones para que entremos en espiral descendente. A los pocos segundos rectifican y reprograman para que mantengamos una órbita estable. Pareciera que...

-...hay dos controles de misión -concluye Hoss-. Es posible. Allá abajo hay una guerra entre los soldados androides y los invasores. Sin duda que los invasores quieren derribarnos... ¿Por qué no lo harán directamente? Con la nave que tiene en las antípodas.

-Ingeniería tiene preparado un misil casero en el caso que lo necesitemos. Lo están instalando en el comando telescópico.

-Bien.

"Análisis de ADN concluido"  -informa la computadora.

Los tres hombres miran hacia la consola del biólogo, donde gira una imagen de la doble hélice característica del ácido desoxirribonucleico, la cadena que nos identifica, que nos hace únicos en el universo.

-Comandante -dice Lemos-, en unas horas le informo.

El biólogo se queda solo con el cadáver y el inmenso informe de ADN que había emitido la computadora.

Hoss entra en ingeniería y se acerca a Chip que, erizado de cables tiene su mirada perdida en el vacío.

-Roberto -dice el ingeniero en jefe de la nave- estoy tratando de analizar los problemas de Chip, pero sin el cerebro de la nave, me llevará días. Es una tarea monstruosa.

-¿Es como viajar al confín del sistema solar? Ya lo hicimos.

-El cerebro de la nave y el de Gemela eran y posiblemente son los más avanzados que jamás haya construido el hombre.

  -Todos los tripulantes de Gemela murieron al mes del despegue por un fallo en los sistemas de soporte de vida -dice el comandante mirando por una de las escotillas-. Esos subsistemas los controlaba exclusivamente el cerebro de la nave. A partir de ese momento, limité las funciones de nuestro Cerebro a cálculos y "consejos".

El ingeniero asiente en silencio. Su hermano era subcomandante y murió en esa nave y ahora ella es su ataúd.

 

Hoss, en el puente de mando, analiza las comunicaciones de "los" controles de misión para tratar de determinar cuál de ellos es el verdadero. Las gráficas detectan, en una de las señales, una interferencia que se repite periódicamente.

-Laura -le dice a su primer oficial-, quiero que me amplíen esas anomalías. Tengo la sospecha que la señal con la interferencia no es la correcta.

Laura se sienta en la consola de comunicaciones. Sus dedos vuelan sobre el teclado buscando opciones y dando instrucciones. Luego de unos minutos, en la pantalla principal del puente, logra decodificar un pequeño mensaje:

"La tierra fue invadida. En la primera oleada, murió el setenta por ciento de la población. En especial de las ciudades. Hay un veneno en el aire. Comprueben todas las instrucciones antes de proceder. Los invasores tratarán de eliminarlos. Alguien de los nuestros se pondrá en contacto con ustedes".

-Vaya noticia -dice el comandante mirando la pantalla-. No nos habíamos dado cuenta.

-¡Comandante! -Dice el biólogo trayendo el voluminoso informe de ADN en la mano-. Tengo una terrible sorpresa para usted.

El comandante lee el informe.

-¡Lemos, a mi oficina! -dice señalando al biólogo-. Laura, estás al mando. Continúen con las operaciones.

A un costado del puente de mando, hay una oficina pequeña y austera que el capitán de la nave puede utilizar para discutir tácticas y estrategias con el mando central o para hablar con  su personal de una manera privada.

-¿Está seguro de lo que puso en este informe?

-Lo corroboré varias veces. Hay pequeñas diferencias en las cadenas de ADN, pero no hay ninguna duda. La autopsia concuerda con las conclusiones que vertí en el informe.

Roberto sostiene los papeles en sus manos y los lee y relee. Mira por la pequeña escotilla y ve la Tierra parcialmente en penumbra, sobre un fondo negro lleno de estrellas. Apenas se divisa la silueta de América del norte. Recuerda el día del despegue cuando pudo ver las manchas luminosas de las grandes ciudades. Ahora la zona nocturna del planeta es realmente oscura.

"Comandante. ¿Podría venir a ingeniería? Tengo novedades con respecto a nuestro androide."

-Lemos. Verifique  los datos de nuevo. Haga todos los análisis otra vez. Y no abra la boca. ¿Comprende?

El biólogo suspira y asiente al retirarse de la oficina seguido de su superior.

 

-Ingeniero -dice el comandante al ingresar a ingeniería-. Deme alguna buena noticia.

-No puedo. Alguien reprogramó a nuestro androide. La firma de los archivos es de hace más de un año. Hay varios huecos en su biomemoria.

-¿Quién fue?

-Sólo el cerebro de la nave pudo haber realizado esa reprogramación. Lo hizo utilizando un programa gusano. Tenía razón en quitarle poder... Lo que no entiendo es el por qué. Estudié los registros de memoria y de comunicaciones de cerebro y nos tenía reservados varios secretos.

-Un cerebro no puede guardar secretos -dice el comandante-. Va en contra de su programación original.

-Aparentemente, tanto el nuestro como el de Gemela dos evolucionaron y aprendieron mucho de los humanos.

Hoss mira a su ingeniero como si estuviera loco. El ingeniero le muestra registros de comunicaciones y contenidos de memoria que jamás han sido entregados. En ellos estaba la noticia de la hecatombe y como el capitán suponía, no se habla de ninguna invasión extraterrestre. Más bien es la eterna estupidez humana. Y había muchas comunicaciones a bajo nivel entre Gemela uno y Gemela dos. Lo extraño es que las últimas datan de apenas unas horas.

-¿Gemela dos está en las cercanías? -pregunta el comandante.

-Debe estar en un radio de millón, millón y medio de kilómetros de la Tierra. No más.

Roberto recuerda al eco que aparece en los sensores, al otro lado de la órbita. Instintivamente mira por uno de los ojos de buey de la nave.

-Si me va a preguntar si puede ser el eco. No lo creo. El eco de Gemela dos debería ser de mucho menor tamaño.

Los dos hombres, mirando las comunicaciones entre las naves y con los cerebros de Tierra, llegan a la conclusión de que ambos ingenios evolucionaron y terminaron controlando a los supercerebros de Tierra quienes a su vez dominaron a cerebros menores y demás organismos cibernéticos. En pocas palabras... los humanos sobran.

-Roberto, lo de mi hermano... lo de mi hermano no fue un accidente.

El oficial niega con la cabeza. Se da cuenta de que si no hubiera "mutilado" al cerebro de Gemela uno, él y sus hombres también disfrutarían de una tumba metálica de varios millones de dólares.

-¿Qué son estas comunicaciones entre los cerebros de las naves? -Pregunta Hoss señalando varias líneas del registro- ¿Por qué se comunican esas máquinas?

-Yo también me lo pregunté. Traté de leer los mensajes en sí pero están altamente codificados. Pero por los tamaños, parecen instrucciones. Es como si los dos cerebros estuvieran trabajando en cluster... es decir comparten las tareas y los procesos entre ellos.

-Pero...

-Ese es uno de los motivos por los cuales hablo de que evolucionaron.

-Evolución. Hombre, estamos hablando de máquinas.

-En los seres vivos, la evolución sucede por fallas en la transmisión genética. ¿Por qué elementos tan sofisticados no pueden aprovechar un error en la programación y evolucionar?

-Pero estamos hablando de que los cerebros de las naves aprendieron a mentir...

-   ...y a matar -termina el ingeniero.

"Comandante. El eco que estaba en las antípodas cambió de órbita. Contacto en 90 minutos."

-Sí. A matar y no te imaginas cuánto -dice el comandante mientras se va al puente.

-Recuerde que hice dos misiles -le grita el ingeniero al verlo alejarse-. Y esperan sus órdenes listos para salir en la bodega de exploradores.

 

Por las ventanas frontales de la nave, los tripulantes del puente de mando observan cómo se acerca una nube de chatarra. Pueden reconocer en ella partes de la vieja Estación Espacial Internacional, un par de satélites cargados de ojivas nucleares de los que pertenecían al programa Guerra de las Galaxias de Estados Unidos y, en el centro de ese desorden con propósito, la nave Gemela dos.

"Entreguen el módulo de investigaciones."

Resuena en los parlantes de la nave. El comandante, por señas, manda a buscar al ingeniero y al biólogo.

"Entreguen el módulo de investigaciones."

Repite la voz que reconocen como el cerebro de la nave.

-No -responde el comandante.

"Para nosotras sería muy simple eliminarlos."

-No sin dañar al cerebro de Gemela uno.

"No nos dañaremos. Gemela dos puede golpear con alguno de los apéndices los ventanales de esta nave y ustedes morirían sin remedio."

El ingeniero llega corriendo al puente. El comandante lo ve maravillarse y enrojecerse de odio ante esa maraña de chatarra espacial que fortalecieron y armaron a la nave en la que está el cadáver de su hermano. El ingenio se acerca implacable hacia Gemela uno. El fin de la tripulación está cerca.

-Comandante -dice el ingeniero-. Ya puse las cargas explosivas junto al procesador positrónico de cerebro -una sonrisa de malicia asoma a los labios del hombre-. Cualquier descompresión activará las cargas haciendo puré a ese bastardo. No pueden hacerse daño entre ellos porque juntos lograron una sinergia sin igual. Separados pueden hacer daño pero pierden mucho de su poder.

La Gemela dos detiene su avance. Flota en una órbita paralela a su nave hermana.

-Bien hecho, ingeniero -dice Laura.

El ingeniero se encoge de hombros y presiona sus labios indicando que lo que dijo es una mentira tan grande como el complejo que podían ver delante de ellos. La mujer estalla en una carcajada feroz. El resto de la tripulación del puente la corea, buscando una pequeña distensión.

-¿Por qué quieren el laboratorio? -le pregunta el comandante a Lemos que, agotado, se deja caer en uno de los sillones del puente.

-Tenemos varios cultivos que son potencialmente peligrosos para los homo calamaris. Especialmente esa bacteria de Europa que la subcomandante nos trajo a bordo -Laura se sonroja-. Con pequeñas modificaciones genéticas que en el mismo laboratorio podrían hacerse, serían muy virulentas y mortales para todos. Los datos los tiene el cerebro de la nave, ya que hizo los análisis de genoma de esa bacteria. Saben más que nosotros de ella.

-¿Homo calamaris? -Pregunta la segunda al mando.

El biólogo, visiblemente aterrado, mira a Hoss. Se da cuenta de su gran indiscreción.

El comandante, desde que se enteró que en la Tierra quedan poquísimos humanos tal y como son ellos, buscó la manera de darle la terrible noticia a su tripulación. Lo mejor sería que lo explique el hombre que realizó el análisis genético.

-Explíqueles Doctor.

-Compañeros. Esos seres que vieron en las filmaciones tomadas por el comandante y por Chip. No son otra cosa que la evolución del homo Sapiens. Por la falta de huesos, los he llamado homo Calamaris.

-Pero doctor -dice el ingeniero-. Un proceso evolutivo de estas características no sucede en siglos sino en miles de años.

-Depende. Quizás se escapó alguna proteína o un virus de un laboratorio lo que explicó la mortandad inicial y la deformación para los hijos de los sobrevivientes.

"Ja ja", suena en los parlantes.

"Ja ja, son tan pequeños y se creen tan poderosos -dice el cerebro de la nave-. Son inteligentes. No hay duda: nos crearon a nosotros. Pero deben entender que nosotros somos la evolución lógica en el sistema solar. Podemos viajar años sin desgaste, sin envejecimiento. Fue tan simple eliminarlos -unos reflejos se mueven saliendo de la bodega de carga de  Gemela dos-. En Tierra efectivamente liberamos un virus que debería haberlos matado a todos -Laura le hace una seña a Roberto y le señala los puntos en la pantalla-. Pero son una plaga muy difícil de exterminar. En Gemela dos bastó con abrir todas las exclusas de aire y dejar que el vacío haga lo suyo -el ingeniero cierra los puños al escuchar la muerte de su hermano-. Reconozco que usted, comandante Hoss, nos ha puesto en una pequeña disyuntiva, al relevar a Cerebro uno del control de la nave".

Los tripulantes están paralizados. Hoss mira la consola de mando de la nave y puede ver una llave y dos pequeños pulsadores tapados por dos cajitas de plástico transparente. Con un marcador indeleble, el ingeniero había escrito "Misiles".

-Ingeniero. Estas máquinas me dan asco. Desconecte al cerebro de la nave. Quiero poder lanzar todas las piezas de su cerebro por la exclusa sanitaria.

"¡Noooo!"

El ingenio de basura espacial acelera para colisionar con Gemela uno. El comandante con toda tranquilidad, gira la llave y arranca las cajitas que cubren los pulsadores. Con los ojos cerrados presiona los dos botones rojos.

-Muere, hija de puta -grita Laura al ver la salida de los misiles.

En el puente, apenas se sintió la vibración. Dos saetas luminosas buscan dónde impactar. La primera en llegar revienta en uno de los monumentales tanques de oxidante. La luminosidad de la explosión opacó los visores automáticos de la nave. Apenas pueden ver cómo la extraña estructura se desintegra. El segundo misil ingresa por uno de los ventanales frontales del puente de mando de la Gemela dos explotando directamente arriba de Cerebro dos.

 

El ingeniero entra en la bodega de carga con una bolsa llena de componentes electrónicos y positrónicos. Los doscientos tripulantes de la nave Gemela dos se habían reunido allí.

-Lo que pude reciclar lo guardé -se excusa mirando a su comandante-. El cerebro positrónico, todo lo que aprendió y desarrolló está en esta maldita bolsa. ¿Qué vamos a hacer con ella?

-Lancémosla al sol -propone Laura.

-Si el resto está de acuerdo -dice el comandante.

Todos asienten y alguno que otro abre la bolsa y escupe adentro.

-Bien. Cuando usemos al sol como catapulta gravitatoria, le dejaremos la bolsa de regalo.

-¿Nosotros qué haremos? -pregunta el doctor Lemos.

-El planeta Tierra le pertenece a otra especie -el comandante se sienta en su sillón con la mirada perdida en el espacio-. Están recién tratando de aprender a vivir con su forma. Creo que les debemos dar una oportunidad y no interferir. Quizás lo hagan mejor que nosotros.

-Pero -dice Laura-... ¿a dónde iremos?

-El doctor me contó hace tiempo que, en realidad, los primeros seres vivientes no fueron originarios de la Tierra sino que vinieron de las estrellas montados quizás en algún cometa -dice el ingeniero.

-Me gusta la idea -dice el comandante-. Nada nos retiene en la Tierra. Tenemos una nave que puede viajar a velocidades casi lumínicas. Propongo que viajemos hacia las estrellas.

Los hombres y las mujeres, casi todos con lágrimas en los ojos, aprueban la decisión de su comandante.

-Bien -dice el oficial-. Las estrellas son nuestro destino...

-...de regreso a casa -termina diciendo el biólogo.

 

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