Biblioteca Complutense

"La puerta del infierno" por Carlos Lombas

      La puerta del infierno

 

A mitad del camino de la vida,                                     

en una selva oscura me encontraba                   

porque mi ruta había

extraviado.                                              

 

¡Cuán dura cosa es decir cuál era

esta salvaje selva, áspera y fuerte

que me vuelve el temor al pensamiento!                        

 

Es tan amarga casi cual la muerte;

mas por tratar del bien que allí encontré,

de otras cosas diré que me ocurrieron.                         

 

Yo no sé repetir cómo entré en ella

pues tan dormido me hallaba en el punto

que abandoné la senda verdadera.    

 

                                             Infierno (Canto I) de Dante



           Marguerite Duras en un banco del parque

Doblego otra tarde. Soy M.D. ¡Aún!  Y descanso.  

El tiempo no me sorprende. Nadie me acusa. Todo está después del lago de aguas verdes. Ahora miro.

No está lejos. Veo su dintel sobresaliendo del suelo. Y a diez pasos del arco del paraíso. Oía ahora las definiciones maternas sobre aquellos dos mundos. Pronto elegí en este sobresuelo, lo ardiente. Ahora, ¿donde iría?

En este guión le doy utilidad a mis manos. Sigo teniendo labios. La traquea no está obturada. Mi estómago digiere. Y la nube abruma mi razón.

Nadie espera. El día es para mi sola. Han sido buenos los otros. O están entretenidos. Temen las miradas. Cualquier opción es buena. Siento el paraíso en el infierno. En ambos voy a seguir bebiendo.

Froto los pies calzados contra el suelo disfrazado de hojas. Cruje el banco dormido. No hay sombras. Aquel árbol tan flaco no se mueve. Sin palabras  ni risas.

Ahora me gustaría ver el mar, o el Mekong o la sonrisa de Andreas. Y los fotogramas cortados. Oír la voz de la Moreau. Aterrizar en Orly.

Baja para sentarte pudor junto a esta enana displicente. Estoy repasando con hilo los lomos del amante. Enhebro su seducción con breves cuentas de hiedra.

Que fría el agua que caía el día que me fui de Saigón. Mi hermano me espera. Yo le reconoceré. Aun recuerdo el ruido del puente de madera. Deje solos a los monzones. Nunca más se humedecieron mis zapatos. Caminé firme hasta hoy. Me deje vencer. No pude replicarte. Has vencido. Era cuestión de fuerza. Abriste el vacío. Deje todo para mirar. Ahora espero. Tengo tiempo para elegir. Ya lo sé. Aquel dintel a ras de suelo. Sin cerradura.

Detrás está el barroco. Resnais. Bourbon. Dante. Y las guirnaldas de Auschwitz. Giordano Bruno. Madame Satá. La aurora boreal. Los tiburones. Tu infierno. El mío.

Ahojo la tarde. La última. Ya no despertaré para escribir. Se secará la tinta. Amarillearán mis medias. Oscuro dislate tras la cámara al ver la vieja onda de disparar panfletos.

No he traído nada para leer.

Tengo tinta en los dedos. Que habré contado ayer. Ya se diluye mi visión. Aprovecharé lo que parecen mis últimas fuerzas para llegar al dintel dentado. Del temor se huye. 

La espiral se cierra en el recodo. Oigo tus pasos. Otro frío. La luz se agrieta. Huelo a bambú. Nadie detrás. Hay hilos de humo. El labrador de las cenizas. Más ruido. Más humo.

Veo en blanco y negro. Tapo mi voz con las últimas corcheas. Filtro el hielo con la miel de tus labios. No hay diques para Lol.

Quiero una cama de argamasa. La lámpara siempre encendida. El pasillo iluminado. Cien minutos para mirar. Un suelo encharcado. El desierto muy lejos.

No me queda nada por decir.

Este abrigo no me lo llevo. Se me hace tarde. No me llames. Quedan dieciocho pasos.

Última parada del escueto magma dialéctico.

No pesa nada la puerta. Dentro hay luz. Un paso más. Estoy dentro.

¡Me voy!


Carlos Lombas