Biblioteca Complutense

El estoicismo y sus sombras: ¿libertad o servidumbre?

1ero de diciembre de 2025
Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid
Aula 217

En el siglo IV a.C., un enfermizo comerciante que naufragó en El Pireo se dedicó a impartir filosofía en un pórtico (στοά) de Atenas. Fue el primer paso de uno de los fenómenos intelectuales más influyentes, practicados, y también perseguidos, de la cultura occidental. Nos referimos al estoicismo. Desde aquel momento, su travesía ha sido larga y dificultosa: llegó a la República romana de la mano de prestigiosas figuras tanto de la esfera intelectual como política, y, durante la época imperial, se diseminó entre hombres con perfiles sociales totalmente diversos (un esclavo frigio, un consejero ibérico y un emperador antonino). En la Edad Media, perdió protagonismo, ensombrecido por la espiritualidad cristiana —pese a incorporar ésta muchos de sus elementos—, pero tuvo un florecimiento en el interior del humanismo renacentista, de donde surge el denominado «neoestoicismo». En el barroco, como atestigua la metafísica spinoziana y el Siglo de Oro español, encontrará un fértil territorio. Posteriormente, Hegel empleará el concepto como una fase del espíritu en su camino al absoluto, abriendo así un nuevo campo de disertación en parte liberado de la doctrina clásica; Nietzsche entablará con la Estoa una relación ambivalente, Foucault y Hadot examinarán sus ejercicios espirituales, Deleuze recuperará su ontología para una nueva metafísica y Becker ofrecerá directrices para la puesta en práctica del «estoicismo moderno».


Por estos avatares y muchos otros, pasó la filosofía de aquel náufrago antes de llegar a nosotros. Y hay quien pueda sostener que su persistencia histórica no ha sido en balde, dado que su presencia hoy es más necesaria y vigorosa que nunca. Necesaria porque pone a nuestra disposición las herramientas adecuadas para enfrentar nuestro contexto, y vigorosa porque difícilmente hoy se promueva una forma de existencia que no se esté solapada o explícitamente inspirada en Epicteto, Séneca o Marco Aurelio —el esclavo, el consejero y el emperador antes referidos—. Otro indicativo de su vigor estaría en su multiplicación. Contamos con un repertorio de estoicismos inimaginables en otros tiempos: además del terapéutico, que brinda una serie de «ejercicios espirituales» para afrontar problemas vinculados a la salud mental (Robertson), tenemos propuestas activistas (Whiting y Konstantakos) que promueven la transformación sociopolítica a través de la virtud estoica, además de las de índole empresarial (Holiday), que garantizan el éxito en los negocios; o las massmediáticas, caracterizadas por la incitación socarrona a la disciplina, la virilidad y a ser «persona de alto valor».


¿Y no sería también el coloquio que os presentamos un signo del gran vigor que disfruta hoy el estoicismo? ¿No es precisamente su avasallante presencia en nuestros días el que nos motiva a entenderlo? ¿O es que lo que nos ha llegado con ese nombre poco o nada tiene que ver con las lecciones que se impartían en aquel pórtico ateniense? ¿Será que tales multiplicaciones no son nada más que sombras de su auténtica existencia? En cualquier caso, cabe preguntar si esto que hoy denominamos estoicismo, fiel o no a sus orígenes, es una práctica capaz de ofrecer orientación efectiva al sujeto contemporáneo en la búsqueda de la felicidad, la virtud y la libertad; o si es tan solo una forma más o menos refinada de resignación ante la impotencia y la servidumbre a las que nos condena un presente marcado por la sobreestimulación mediática, la explotación laboral y la dispersión global. Estas preguntas, y otras inquietudes sobre el lugar del estoicismo en nuestra actualidad, es lo que nos convoca este primero de diciembre, si no para aprender a ser libres o a resignarnos, sí al menos para intentar comprender mejor el mundo que nos ha tocado vivir.