Transversales a mujeres de todos los estratos
Dentro de las manufacturas textiles medievales, pueden distinguirse dos formas de producción: una local, destinada a proveer al grueso de la población de indumentaria a base de tejidos sencillos; y otra de lujo, elaborada con materiales ricos, destinada a las clases pudientes. Los materiales, los tintes empleados, su tejido, su confección y ornamentación determinaban a cuál de estos destinos estaba orientada cada producción. Así, la seda era una fibra exclusivamente destinada a los textiles suntuarios, que además podían incorporar hilos de oro o plata entorchada, y otros aderezos como perlas, esmaltes o joyas. La lana podía estar presente tanto en textiles suntuarios como en otros más humildes, y el cáñamo y el esparto, por su textura áspera, se empleaban para elaborar calzados, cestos o cuerdas. No todos los tejidos se teñían, pues esto incrementaba sustancialmente su coste, especialmente cuando las sustancias tintóreas eran importadas.
Bordado de la Creación, siglo XI. Museo de la catedral de Girona.
Se tienen evidencias de que las labores textiles eran desarrolladas por mujeres de todos los estamentos sociales, aunque con diferentes finalidades y en distintas condiciones de producción. Las mujeres de las capas más humildes hilaban, cosían y bordaban para el autoconsumo o, en ocasiones, para vender los productos resultantes y complementar así los ingresos familiares. También las religiosas ejercían este tipo de labores, aunque las piezas que solían producir solían estar destinadas a los ajuares litúrgicos. El Bordado de la Creación de la Catedral de Girona, uno de los paños medievales más importantes del mundo, ha sido atribuido al taller monástico de monjas benedictinas de Sant Daniel. Asimismo, las aristócratas y mujeres de la realeza confeccionaban piezas textiles a modo de pasatiempo, aunque seguramente asistidas por sirvientas. Ya se ha mencionado anteriormente el caso de la estola y el manípulo de Leonor de Plantagenet. En este caso, el ritmo de producción debía ser mucho más relajado, ya que no eran piezas que hubieran sido demandadas por ningún cliente. Sin embargo, algunas atribuciones legendarias de piezas textiles a reinas, como el Bordado de Bayeux, se solía adjudicar a la reina Matilde, han sido descartadas por la historiografía reciente y se cree que esta pieza fue elaborada en un taller laico en el que trabajarían hombres y mujeres de clase artesana.
Para las mujeres de clase artesana, el textil era la actividad económica principal, ya que dependían de la venta de los productos que manufacturaban, y solían trabajar en junto a otras personas. A diferencia de las mujeres que tejían para consumo propio o como pasatiempo, las artesanas textiles recibían una formación mucho más completa.
Se conservan numerosos contratos de aprendizaje que documentan cómo las adolescentes se mudaban a las casas de maestros o maestras para aprender el oficio. Estos acuerdos, que solían durar varios años, eran firmados por los padres de las aprendizas, aunque no ofrecen muchos detalles sobre la formación en sí. Durante el aprendizaje, las jóvenes debían ayudar con las tareas del hogar y del taller, funcionando también como sirvientas. A cambio, los maestros se comprometían a proporcionarles ropa, calzado y comida. Al finalizar este periodo, las aprendizas recibían un pago, generalmente en metálico, que a menudo utilizaban como dote para su matrimonio.
En los territorios de la Corona de Aragón se conservan muchos de estos contratos, denominados contratos de afermament. Uno de ellos es el de Constanza, quien en 1327 entró a la casa de María Jiménez en Zaragoza para aprender el oficio de corte y confección durante tres años. Este caso pone de relieve que las mujeres también podían ser maestras y enseñar un oficio. Sin embargo, también hay registros de mujeres que aprendieron con maestros varones. Es el caso de Benvenguda, que en 1404 entró al taller de Juan de Vargues en Valencia para formarse durante nueve años en la fabricación de polainas.
Muchas de estas mujeres debían trabajar en talleres dirigidos por hombres, debido a las restricciones gremiales, pero otras pudieron dirigir sus propios talleres con trabajadoras y aprendizas a su cargo: así lo hizo la sedera Romía Fortí en la Barcelona del siglo XIV o la costurera Sibilla, de la misma ciudad. Ya se ha mencionado que en el Livre des Métiers de París existían varios oficios en los que se menciona específicamente a mujeres trabajadoras, todos ellos del ámbito textil.