Biblioteca Complutense

4. Asombro en lo cotidiano

Es el asombro que sentimos cuando lo más común y familiar se transforma en algo extraño, inquietante o maravilloso. Es deshacer lugares comunes; una invitación a incomodar, sorprender y, sobre todo, a asumir un riesgo.

El asombro en lo cotidiano es una de las manifestaciones más sutiles y profundas de la literatura. No se trata del misterio insondable, lo sobrenatural o lo fantástico, sino de la capacidad de maravillarnos con lo habitual, lo pequeño, lo que solemos pasar por alto en nuestra vida diaria. Es el arte de redescubrir lo ordinario con ojos nuevos, encontrando en lo aparentemente simple una dimensión poética, filosófica o emocional.


Lo cotidiano como espacio de revelación


Algunas obras nos muestran cómo los momentos más comunes pueden esconder una belleza oculta o una verdad trascendental. Aquí, el asombro no proviene de lo imposible, sino de la profundidad inesperada de la realidad misma.

Marcel Proust, en En busca del tiempo perdido, convierte el acto de probar una magdalena en un viaje sensorial y filosófico sobre la memoria y el tiempo.
Virginia Woolf, en La señora Dalloway y Al faro, utiliza el flujo de conciencia para revelar la intensidad emocional y reflexiva que existe en los pequeños gestos y pensamientos cotidianos.
James Joyce, en Dublineses, logra capturar la grandeza y el drama de la existencia en eventos aparentemente triviales, como una conversación o una cena familiar.

 

portada de la trilogía En busca del tiempo perdido de Proust


El Realismo Mágico: lo maravilloso en lo común


El realismo mágico es un género que lleva el asombro en lo cotidiano al extremo, integrando lo extraordinario dentro de la realidad sin que ello parezca inusual. En estas historias, lo mágico no es un elemento disruptivo, sino una parte orgánica de la vida diaria.

Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad, nos muestra cómo una aldea puede convivir naturalmente con hechos inexplicables, como la peste del insomnio o la lluvia de flores amarillas tras la muerte de un personaje.
Juan Rulfo, en Pedro Páramo, entrelaza la vida y la muerte en un pueblo donde los muertos siguen hablando y recordando.
Laura Esquivel, en Como agua para chocolate, convierte la cocina en un espacio donde las emociones pueden dar sabor a los platos y afectar la vida de quienes los comen.
Algunos escritores nos enseñan que no es necesario que sucedan grandes acontecimientos para que una historia tenga profundidad y asombre al lector. La vida común es suficiente cuando se observa con sensibilidad y detenimiento.

Raymond Carver, en sus cuentos minimalistas, muestra cómo una conversación rutinaria o un momento de silencio pueden ser transformadores.
Haruki Murakami, en novelas como Tokio Blues, hace que detalles simples, como escuchar una canción o compartir una comida, adquieran una intensidad emocional inesperada.
Annie Ernaux, con su escritura autobiográfica, nos revela la grandeza de los momentos cotidianos al explorarlos con una mirada introspectiva y casi sociológica.

portada del libro Cien años de soledad de García Márquez


¿Por qué nos asombra lo cotidiano?


Este tipo de asombro nos recuerda que la vida está llena de significados ocultos y que lo que consideramos "normal" puede ser extraordinario si lo observamos con atención. Nos invita a redescubrir la realidad, a valorarla desde una perspectiva diferente y a encontrar belleza en lo simple.

La literatura nos muestra que el asombro no está reservado para lo exótico o lo sobrenatural, sino que puede estar en un café matutino, en la forma en que la luz entra por una ventana, en una conversación aparentemente banal que, de repente, revela una verdad profunda.

 

Catálogo de la exposición