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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 28 de marzo de 2024

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Pedrícese el mundo (continuación)

Sonó una musiquita de fondo y surgió en la pantalla una imagen en blanco y negro de un planeta en el centro de la imagen. No era una foto, más bien parecía un dibujo. Después de unos segundos la imagen desapareció y apareció un letrero que leía:

"Bienvenidos a Hogar"

La musiquita resultó familiar a Pedro. Intentó recordar. Recuperó una postura más relajada en la que no veía la pantalla pero podía concentrarse mejor. Ahora que no tenía nada que mirar, cerró los ojos y recordó... "¡Ya lo tengo! Ésta es la música que sale al final de Anikilation III: Enemigos de la patria morid, la penúltima entrega de la saga, cuando el malvado Dogfucker ya había explotado en mil pedazos... Eso ocurría después de que Anikilator lo atara a una columna con sus propios intestinos y dejara que la bomba explotara... Después de salvar la Tierra, Anikilator era invitado al congreso USA y el presidente lo recibía con gafas de sol y bailando rap... y... sí... sonaba esta misma melodía..." Pedro sonrió recordando ese gran momento. "Claro, en ningún momento se ve que el dedo gordo del pie derecho de Dogfucker se queme... Todo cuadra con el comienzo de Anikilation IV...", razonó.  Pedro recordaba que aquella misma musiquita también aparecía en Anikilation III: el videojuego, el juego de tiros al que solía jugar on-line muchas noches con Tarao, Fide y Mos. A Pedro siempre le habían llamado la atención los realistas gráficos 3D de aquel juego, así como los originales escenarios coloristas de los planetas que visitaba Anikilator en su aventura. Curiosamente, ahora que Pedro estaba en otro mundo, todo resultaba mucho menos llamativo que en aquel videojuego. Sin ir más lejos, aquella sala de proyección era bastante fea. La pintura se descascarillaba en algunos puntos de la única pared que estaba pintada, mientras que las otras tres paredes eran de ladrillo visto, ladrillos rojos de arcilla como los de toda la vida. Los propios asientos eran bastante toscos. Y el equipo de sonido que estaba emitiendo aquella musiquilla no parecía ser gran cosa, a juzgar por el ruido estático de fondo.

De repente, sintió un extraño cosquilleo... "Un momento... ¿Qué hace esta melodía sonando a miles de años luz de la Tierra?" Se sobresaltó. "¿Y por qué suena exactamente tal y como yo mismo la suelo tararear?" Siguió escuchando. "¿Y por qué se repite el estribillo una y otra vez?" Pedro recordó que la canción continuaba después de manera diferente. Sin embargo, no conseguía recordar cómo... Entonces se dio cuenta de que se estaba perdiendo la película, y volvió a atender.

"...por lo que la luz tarda 5348 años en llegar a Hogar desde la Tierra. Sin embargo, Pedro Martínez estuvo en el salón de la casa de Gómez hace 7457 años. ¿Qué ha ocurrido en Hogar durante los últimos 2109 años?", rezaba un letrero.

El letrero desapareció y surgió una imagen estática de Pedro (o sea, de cualquiera de los presentes). La imagen también estaba en blanco y negro. La musiquita seguía sonando.

"Un momento...", pensó Pedro. "¡Esta película es muda! ¿En una civilización extraterrestre siete mil años más avanzada que la que conozco el cine es mudo y en blanco y negro? ¿Será una licencia artística?", se preguntó. "Qué cosa más cutre..."

Observó los individuos sentados en los asientos contiguos. De repente, la mayoría de ellos puso gesto de estar escuchando la música con gran atención. Poco a poco, todos iban poniendo gestos de sorpresa.

"¡Ahora se están dando cuenta del origen de la melodía! ¡Yo he sido el primero en darme cuenta! ¡Realmente soy diferente!", pensó exultante. El cuello le dolía, así que volvió a relajarse unos segundos en la butaca. "Maldita columna..." Cerró los ojos mientras giraba el cuello lentamente. Tras unos segundos, abrió los ojos de nuevo y volvió a estirar el cuello.

Mientras se intercalaban imágenes cuya calidad recordaban a Pedro el vídeo de la comunión de su primo, pero en blanco y negro, la proyección iba contando la historia de Hogar. Hace más de dos mil años vivía en Hogar una especie alienígena que deseaba entrar en contacto con otros seres inteligentes del universo. Conscientes de que jamás podrían desplazarse físicamente a otra estrella, se dieron cuenta de que su contacto con otras culturas debería limitarse al intercambio de conocimientos e información.

Mandaron mensajes a otras estrellas a través de ondas de radio. Dichos mensajes trataban sobre sí mismos, sobre su cultura y su ciencia. A su vez, en ocasiones ellos mismos detectaron señales procedentes de otros mundos, señales que probablemente no habían sido emitidas intencionadamente al espacio exterior por sus emisores. Cuando esto sucedía, trataban de analizar dichas señales para conocer la cultura del emisor y le enviaban de vuelta un mensaje en su propio lenguaje. Tras cierto tiempo, llegaron a establecer diálogos con otras civilizaciones.

Aunque los diálogos fueron fructíferos, pronto se dieron cuenta de que el procedimiento resultaba rudimentario y muy lento, pues cada intervención de un interlocutor podía necesitar miles o millones de años para llegar al otro. Los diálogos resultaban muy poco fluidos y nada eficientes.

Entonces decidieron que la única manera efectiva de transmitir información sería transmitir un individuo de cada especie a la otra especie. Una vez que el individuo llegara al destino, se podrían establecer diálogos directos con él para acceder a sus conocimientos adquiridos. Este procedimiento resultaría mucho más rápido y fluido. Ciertos conocimientos, que al individuo le resultarían evidentes y triviales, podrían ahorrar a los científicos miles de años de espera hasta que una pregunta se transmitiera y llegara su correspondiente respuesta.

No se podría transmitir un individuo físicamente. Sin embargo, podría transmitirse la información suficiente para que un individuo pudiera ser construido, átomo a átomo, en el destino. Es como si se enviara un plano perfectamente detallado del individuo y después, en el destino, se creara una copia exacta siguiendo las instrucciones del plano. Dado que los pensamientos y recuerdos de cada individuo se producen y almacenan de alguna forma en su propia materia, transmitir su plano implicaría transmitir todos sus conocimientos. A pesar de la ingente cantidad de información que hay que transmitir para comunicar el plano átomo a átomo de un individuo, transmitir sus conocimientos adquiridos de esta forma resultaba más eficiente que enviando cada dato por separado. Según parecía, todos los seres inteligentes albergaban dentro de su propia naturaleza (en su cerebro, sistema nervioso, o lo que fuera) una forma de almacenar información que era más eficiente que la que esos mismos seres pudieran inventar conscientemente por medio del lenguaje, la escritura u otros métodos artificiales de almacenar sus propios conocimientos.

El individuo a transmitir no podía ser recién nacido, pues en la mayoría de las especies el conocimiento de un individuo recién nacido era muy escaso o nulo. Por contra, debería enviarse un individuo adulto muy sabio que sobresaliera por su conocimiento global de la cultura de su civilización.

"¡Como yo mismo!", pensó Pedro orgulloso mientras observaba distraído los nudos de los cordones de sus zapatos, preguntándose indignado para qué servía el doble nudo. Después se tocó el cuello con gesto dolorido. "Qué coñazo de columna, de verdad..." Miró las butacas contiguas. "¡Y qué morro tienen los demás!", pensó con cierto enfado. En realidad, no estaba solo en su desdicha. Otros pocos individuos adoptaban también posturas imposibles para esquivar sus respectivas columnas.

Los habitantes de Hogar desarrollaron un método de registrar y transmitir el plano completo de un objeto cualquiera, incluyendo seres vivos, e incluyeron una descripción del método en cada transmisión que emitían al exterior.

Esta información llegó a Gómez. Surgió en la pantalla un dibujo de Gómez en blanco y negro, deformado y mal trazado pero inconfundible, lo que hizo reír a Pedro. Y a todos los demás. "El que ha pintado eso dibuja igual de mal que yo", pensó divertido.

Gómez extrajo un plano de Pedro Martínez usando una matriz de yogures de pera de AhorraPlus forrados con papel charol azul, y envió esa información en dirección a Hogar hace más de siete mil años. Los habitantes originarios de Hogar recibieron esa información hace unos dos mil años. Entonces, produjeron la primera copia de Pedro Martínez. Nació Uno.

 

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Cuando los alienígenas explicaron a Uno cómo y por qué había aparecido allí, éste se sorprendió enormemente. En torno al artilugio copiador donde nació Uno, los alienígenas habían construido un gran recinto rodeado por una cúpula. El aire dentro del recinto era apto para la respiración humana y diferente a la atmósfera de todo el planeta. Pedro se dio cuenta de que la imagen de la cúpula en la pantalla consistía en realidad en un bol puesto boca abajo con cajitas en el interior. En una de ellas podía verse incluso el nombre del fabricante: "Martínez S.L."

Los mensajes que los alienígenas habían difundido por el espacio para solicitar, a aquéllos que pudieran escucharles, que les transmitieran un individuo, incluían algunas instrucciones muy explícitas. En particular indicaban que, junto al plano del especímen de intercambio, sus emisores debían transmitir también planos de alimentos que pudieran nutrirlo. Al poco de enviar los planos de Pedro Martínez, Gómez envió planos de los siguientes productos: Un yogur de pera de AhorraPlus, una bolsa de pipas, media coliflor y un bocata de chopped. Esta lista es muy importante, pues Uno sería alimentado toda su vida por medio de estos productos. En cada desayuno, almuerzo o cena, los alienígenas hacían nuevas copias de estos alimentos a partir de los planos originales, y se la ofrecían a Uno. Conviene por tanto dar algunos detalles adicionales. La bolsa de pipas llevaba en su interior un cromo de la serie Kakakulo y Pedopís. Se trata del cromo 76, en que se recuerda cómo Kakakulo abre las tripas a Pedopís después de que éste se haya comido su ojo izquierdo en un desafortunado despiste. En realidad, el cromo sólo recuerda la mitad de la escena, pues la otra mitad iría en el cromo 77, que debía ponerse justo a su derecha. Por su parte, el bocata de chopped no estaba completo. Tenía un gran mordisco que, por la forma de la mandíbula, parecía deberse a Gómez.

A medida que avanzaba la descripción, Pedro iba poniéndose más y más furioso. "Gordo cutre y tacaño... menudo hijo de puta..." Comenzó a oír los gritos iracundos de sus compañeros.

-¡Menudo cabrón! -gritaban unos.

-¡Métete la coliflor por el culo...! -gritaban otros. Pedro recordó que odiaba la coliflor.

-¡Tacaño! ¡Pedazo de cutre! -gritaban otros.

"Gritan cosas diferentes", pensó Pedro mientras esbozaba una sonrisa. Tras observar durante unos segundos, descubrió que había ciertos patrones en los gritos. Los de las primeras filas, impactados quizá por la inmensa imagen de la asquerosa coliflor, protestaban contra ésta. Los de las últimas filas solían criticar la tacañería de Gómez. Quizá esto se debiera a su malestar por la falta de medios de la propia sala de proyección (la pantalla estaba realmente lejos y tenían que hacer un gran esfuerzo para leer los rótulos). En las posiciones intermedias, simplemente gritaban "cabrón".

Los pocos individuos que estaban situados justo tras una columna no gritaban nada, y se limitaban a observar con detenimiento a los demás.

La proyección continuó. Durante meses Uno fue sometido a múltiples interrogatorios sobre la cultura terrestre por parte de los alienígenas. Las primeras preguntas se centraron en conocer en detalle las figuras de Kakakulo y Pedopís, consideradas por ellos muy influyentes a juzgar por el papel que les otorgaba Uno en cada una de sus narraciones. Después trataron de averiguar qué eran en realidad el chopped y el yogur de pera.

Tras unos meses, los interlocutores alienígenas transmitieron a Uno una extraña noticia. Una misteriosa enfermedad estaba diezmando la población de todo el planeta. Según descubrieron, un minúsculo microorganismo había penetrado en sus cuerpos y los estaba matando.

Al cabo de una semana más, Uno dejó de recibir visitas. En previsión de una posible emergencia, los alienígenas habían introducido el artilugio copiador dentro del recinto de Uno. De esta forma, Uno podía generar su propia comida autónomamente y seguir alimentándose.

Al cabo de un mes, Uno llegó a la conclusión de que estaba completamente solo en ese planeta.

 

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Uno había sido provisto de todo tipo de artilugios por sus huéspedes. En poco tiempo encontró un traje presurizado con una bombona de aire y un traductor bidireccional entre su idioma y el idioma alienígena. Con dichos objetos salió de su cúpula y recorrió la ciudad alienígena que lo rodeaba.

Sin duda, los alienígenas habían desaparecido de aquella ciudad. En la soledad más absoluta y a lo largo de varios meses, Uno llegó a conocer en detalle los alrededores de la cúpula. No podía alejarse demasiado, pues tenía que volver periódicamente al artilugio copiador para alimentarse. Tras algún tiempo descubrió un inmenso dispositivo de control del clima. Aprendió que este artilugio permitía modificar la proporción de ciertos componentes de la atmósfera del planeta. Observando las especificaciones del propio aire que él respiraba dentro de su cúpula, introdujo los mismos parámetros en el artilugio. Según se describía en el aparato, los resultados no serían inmediatos, así que debía conservar su traje por el momento.

Uno aprendió a manejar las máquinas de transporte alienígenas, que estaban muy automatizadas en su mayoría. Así pudo explorar los alrededores de la ciudad. Cuando obtuvo más confianza, comenzó a realizar viajes más largos. En cada viaje generaba una gran cantidad de alimentos, los introducía en su aparato volador y se alejaba durante unas semanas para explorar los lugares más recónditos del planeta. Conoció su paisaje natural, así como otras ciudades.

Al cabo de unos quince años en la más absoluta soledad, el proceso de transformación atmosférica terminó y el aire se hizo completamente respirable, lo que le permitió deshacerse de su traje. Pasó los siguientes años aprendiendo todos los detalles posibles sobre la recientemente extinguida civilización alienígena y su cultura. A pesar de su soledad, el constante descubrimiento de las peculiaridades de un mundo tan diferente y sorprendente le mantenía entretenido. Pasaron muchos más años.

Uno se estaba haciendo mayor. Ya no podía hacer sus tareas con el mismo vigor que antes. Se apoyaba en las máquinas alienígenas todo lo que podía, pero necesitaba más ayuda.

Un día se dio cuenta de un hecho trascendental.

Él había llegado a este planeta a través del artilugio copiador. Es decir, el mismo artilugio que utilizaba para reproducir su alimento. El aparato memorizaba todos los objetos que había generado alguna vez, que eran todos los objetos cuyos planos había recibido alguna vez desde estrellas lejanas. Y entre ellos estaba...

Se acercó a sus controles. Los manipuló. Pulsó un botón. Apareció una luz azulada. A los pocos segundos y con gran estruendo, surgió una figura humana en el centro de la plataforma metálica.

-¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy? -dijo el recién llegado.

-Bienvenido a Hogar, mi humilde planeta. Y, a partir de ahora, también el tuyo -dijo Uno con voz orgullosa, mientras se acariciaba la barba con la mano.

-¿No estoy en... la Tierra?

 

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De esta forma nació una nueva civilización. Uno generó a Dos, a Tres y a Cuatro. Dos generó años después a Cinco, a Seis, a Siete, a Ocho, a Nueve, a Diez y a Once. Y así sucesivamente.

Los nuevos habitantes de la ciudad se dieron cuenta pronto de que los artilugios y herramientas alienígenas no durarían mucho tiempo en correcto funcionamiento sin un adecuado mantenimiento. Este mantenimiento podría estar muy fuera de sus capacidades, tanto presentes como futuras. Por lo tanto, debían aprender a crear su propios artilugios, menos sofisticados pero comprensibles, utilizables y reproducibles.

La capacidad de copia de objetos del artilugio copiador no era infinita. Sólo permitía generar cierta cantidad de masa al día, así que la cantidad de alimentos que se podían producir cada día estaba limitada. Para aumentar la producción de alimentos, habría que desarrollar una industria agroalimentaria propia. Esto no resultaba viable con la tecnología de que disponían, pues los únicos alimentos disponibles no crecían en el suelo. Ni el bocadillo de chopped ni el yogur de pera podían plantarse, y las pipas estaban tostadas. Dada la composición tóxica del subsuelo, ni siquiera la coliflor podía plantarse de una forma económicamente viable. Otra posibilidad para obtener más alimentos sería desarrollar una industria que permitiera copiar el propio artilugio copiador, pues los nuevos artilugios copiadores permitirían generar más alimentos cada día. Desgraciadamente, los nuevos habitantes de Hogar no contaban con un plano de la máquina copiadora.

Cuando la población de la Ciudad era cercana a un millar, el individuo 567 encontró en un antiguo edificio los mensajes que los alienígenas habían enviado a otras estrellas. Entre ellos se incluían las instrucciones que proporcionaban a otras civilizaciones para que estas obtuvieran y enviaran de vuelta los planos de un objeto cualquiera. Siguiendo estas instrucciones, los habitantes de Hogar consiguieron obtener el plano del propio artilugio copiador, y acto seguido lo enviaron en forma de luz, como hiciera Gómez desde su casa muchísimo tiempo atrás, si bien esta vez el destino de dicha luz no era otro mundo, sino un colector situado en la misma sala. Entonces conectaron dicho colector con el artilugio copiador para que le transmitiera, como plano que debía copiar, la información que codificaba dicha luz, que no era otra que el propio artilugio copiador. Pulsaron el botón y... ahí estaba. Otro artilugio copiador. La capacidad de producir alimentos se había multiplicado por dos. Copiando más máquinas copiadoras, esta capacidad no tendría límites. Es más, ahora que la máquina copiadora podía utilizarse para copiar cualquier objeto, se podría producir en serie cualquier producto manufacturado sin necesidad de crear una nueva industria.

Una vez superadas las restricciones alimenticias, los individuos más mayores ya no tenían ninguna restricción para generar nuevos individuos que les ayudaran en sus tareas. En pocos años, la población de la ciudad llegó al millón de habitantes. Todos ellos Pedro Martínez, a distintas edades. Todos ellos con vivencias idénticas hasta los diecisiete años (más bien, idénticos recuerdos de vivencias). Y, a partir de entonces, vivencias diferentes.

Unas pocas generaciones más tarde, la sociedad humana de Hogar se enfrentó a un nuevo reto. Las máquinas copiadoras consumían mucha energía al producir materia, y el exceso de máquinas colapsó las existencias energéticas. Esto obligó a buscar nuevas fuentes de energía. La capacidad de generar alimentos ya no sería ilimitada nunca más. Por otro lado, la fabricación de productos manufacturados ya no podría basarse sistemáticamente en copiarlos con la máquina copiadora, pues el coste energético de dicho procedimiento era prohibitivo y la energía debía reservase para lo que era primordial y no se podía obtener de otro modo, los alimentos. En adelante, los habitantes de Hogar deberían desarrollar sus propias técnicas de fabricación de artilugios. En adelante, todos los habitantes de Hogar tendrían que trabajar duramente para obtener los recursos necesarios para sobrevivir.

Una sociedad eficiente necesita que sus individuos se especialicen. Los conocimientos específicos de cada individuo permiten a ese individuo aumentar la productividad de las labores que desarrolla. No es fácil especializar individuos que parten de ser exactamente iguales. Sin embargo, vivencias ligeramente diferentes introducen deseos y tendencias ligeramente diferentes. Después, el deseo de cada individuo de no ser igual a los demás, de diferenciarse y ser libre, anhelo que es compartido en realidad por todos los individuos, hace el resto. Unos individuos toman una decisión. Los que vienen después toman la decisión contraria para ser diferentes a los primeros y sentirse libres. Y así sucesivamente.

De esta forma, surgieron manipuladores del artilugio copiador, transportistas para la distribución de los alimentos, analistas de artilugios alienígenas, investigadores para la reconstrucción de la ciencia humana... Después, albañiles para la construcción de barracones, ingenieros para su diseño... Políticos para poner normas que coordinen las actividades de todos, policías para hacer que esas normas se cumplan... Toda una sociedad humana.

Una sociedad en la que todos los individuos creerían haber sido algún día Pedro Martínez.

"Unos dos mil años después de que llegara Uno, la ciencia y la técnica en Hogar han alcanzado un nivel similar al de la Tierra a comienzos del siglo XX. No somos genios, y poco se puede mejorar la capacidad de aprendizaje de un individuo a partir de los diecisiete años... Pero estamos aquí y sobreviviremos. Como prueba de nuestra prosperidad, somos más de mil millones de habitantes los que poblamos Hogar en la actualidad. ¡Viva Pedro!"

"Fin"

 

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Las luces se encendieron. La sala estaba en completo silencio. Los individuos se miraban entre sí con gesto incrédulo. Hasta ahora, cada uno había pensado que todos ellos eran iguales por algún tipo de broma pesada. Ahora se daban cuenta de que no había nadie diferente. En todo el planeta. En todo su mundo.

-¡O sea, que no hay pibas! -saltó una voz desde las primeras filas.

-¡Joder! ¡Mierda! -gritó otro desde atrás.

-¿He sido generado... he nacido sólo para cuidar viejos en un planeta asqueroso?

-¡Es injusto! ¿Quién vendrá a cuidarme a mi cuando sea viejo?

-¡Joder! ¡¡¡Joder!!!

A Pedro el cuello le dolía horrores. Miró a los demás con desprecio mientras se pasaba la mano por la nuca. "¿De qué se quejan estos gilipollas? Todos ahí, tan cómodos en sus butacas..."

-Acompáñenme a la salida, por favor -dijo el guía.

Fueron saliendo de la sala de proyección hacia la explanada exterior. Cuando todos estuvieron fuera, el guía se dirigió de nuevo a ellos.

-Por favor, ahora cada uno de ustedes debe escoger el barrio de la ciudad en el que desea alojarse. Les llevaremos a todos a sus casas.

"Ya quisiera yo. Mi casa en la Tierra, no en esta mierda de sitio", pensó Pedro.

-Los que deseen ir al barrio A -continuó el guía-, cercano a las modernas cadenas de producción de la ciudad, con grandes estructuras de sofisticado urbanismo y altos rascacielos, sigan a mi compañero -dijo señalando a un recién llegado vestido de uniforme. Éste, de mediana edad, se parecía muchísimo al propio guía. Les diferenciaba el peinado y una barba corta.

"Así que así seré yo de mayor... Como mi tío Ramón...", pensó Pedro mirando a ambos.

-Los que deseen ir al barrio B, donde se ubican los centros de investigación de la ciudad, rodeados de bellos paisajes naturales, vayan con el otro compañero -dijo señalando a otro tipo-. Los que deseen ir al barrio C, barrio cultural y artístico de la ciudad, con gran animación diurna y nocturna, sigan a aquél -dijo señalando a otro.

De esta forma, el guía fue describiendo las diversas opciones.

Pedro miró a todos los demás individuos con cara de asco, mientras se tocaba el cuello. "Corderitos. ¡Beeee! Vamos, seguid al rebaño. ¡Vamos! ¡Al matadero! ¡Beee! Cabrones... Pedazo de cabrones...", pensó.

Terminaron las opciones. Poco a poco, todos los individuos fueron escogiendo el grupo al que deseaban unirse. Pedro no había decidido todavía. Debía reconocer que la presentación de cada opción hacía que todas ellas le resultaran casi igual de apetecibles. Sin duda, eran unas presentaciones creadas a su medida, a la medida de todos.

Entonces comenzó a decantarse por una de ellas. Echó un vistazo global a toda la escena, con casi todos los individuos ya clasificados en un grupo. Finalmente, se dirigió al grupo del barrio G, donde se ubicaban los centros de gobierno de la ciudad. Mientras se dirigía hacia ese grupo, sonreía de manera socarrona.

Al unirse al grupo, observó a los demás integrantes del mismo. Muchos de ellos se llevaban la mano a la nuca mientras emitían un gesto de dolor.

 

            14

-Señores, ahora todos ustedes recibirán un número identificador -dijo el guía dirigiéndose a todos los grupos-. Más adelante recibirán un nombre, que ustedes mismos escogerán...

"Yo soy Pedro Martínez. No necesito escoger nada", pensó Pedro con determinación. Después miró a los demás. Mostraban la sonrisa de quien está satisfecho con una decisión recién tomada. "Aunque quizá no sea tan buena idea...", rectificó molesto.

Los hombres uniformados comenzaron a repartir papelitos entre los presentes. Pedro recibió el número 95271105. "Genial. Ahora soy un maldito número."

Apareció una hilera de autobuses al fondo de la explanada. Los autobuses se aproximaron a los grupos y pararon.

-¡Qué guay, con alerones! -gritó alguien en el grupo del barrio B.

Efectivamente, los autobuses tenían alerones. Pedro reconoció que le daban cierto aire estético. Después dirigió la mirada hacia el asfalto de la carretera. A lo largo de cada carril se extendían dos hileras paralelas de placas metálicas que corrían en la dirección del carril. Las dos hileras estaban separadas por unos metros. Pedro se dio cuenta de que todos los presentes se estaban fijando en lo mismo que él.

-Esas hileras transmiten energía a los vehículos -se apresuró a decir el guía de manera casi mecánica-. En Hogar no hay combustibles fósiles. Los vehículos se mueven gracias a la energía que captan de las hileras electrificadas dispuestas en el asfalto. Sólo los vehículos del ejército y de las fuerzas de seguridad utilizan baterías de energía autónomas.

Algunos miembros del grupo A se acercaron a las hileras y las contemplaron con curiosidad.

-Ahora suban todos a los autobuses, por favor -continuó-. Éstos les conducirán a sus apartamentos. El conductor anunciará su llegada al barrio escogido.

-Pedro subió a uno de ellos y se sentó junto a la ventana. Cuando el autobús estaba cercano a llenarse, otro individuo se sentó junto a él en el asiento contiguo. Finalmente, el autobús cerró las puertas y comenzó a moverse.

Pedro giró la cabeza para mirar por la ventanilla. La explanada parecía continuar indefinidamente, si bien ya no se veían muros en el horizonte. Al poco tiempo, escuchó:

-Hola.

Pedro se dio la vuelta. Se trataba del individuo que se sentaba a su lado. Le miró con extrañeza.

-¿Cómo te... cuál es tu... cuál es tu número?

Pedro le devolvió una mirada de indiferencia y se dio la vuelta airadamente.

-Yo... -continuó el individuo- yo soy 95271199... ¿Qué barrio has escogido?

Pedro frunció el ceño mientras miraba por la ventana. Se dio la vuelta bruscamente y se dirigió a su acompañante.

-¿Qué mierdas...? ¿qué... qué necesidad tengo yo de hablar contigo? ¿Por qué voy a hablar con... conmigo mismo? -respondió Pedro con visible enfado, mientras se pasaba la mano por la nuca. Emitió un breve gesto de dolor. Continuó- ¡Qué pérdida de tiempo! ¡Qué imbecilidad! No necesito pensar en voz alta...

Volvió a darse la vuelta. El extraño continuó hablando.

-Yo voy al barrio B -respondió. Parecía ignorar la respuesta airada de Pedro-. ¿A qué barrio vas tú...?

Pedro se mantuvo en silencio mientras miraba por la ventana. Observó que otros pasajeros estaban estableciendo conversación entre sí. Al cabo de unos segundos, respondió con voz resignada.

-Al barrio G.

Su compañero mantuvo silencio por un momento. Se mostró dubitativo y respondió.

-Entonces ya no somos iguales.

Pedro frunció el entrecejo. Después se dio la vuelta para volver a mirar por la ventanilla. Notó que el asiento no era muy cómodo. Se estaba clavando unos hierros a la altura de la espalda. Volvió a mirar al compañero.

-¡Vaya mierda de asiento! ¿No te estás clavando algo en la espalda?

-No... - respondió el otro con cierta sorpresa.

Pedro mostró incredulidad. Miró a los demás pasajeros. Hablaban animadamente, sin aparentar incomodidad. Cambió su gesto por la resignación. Volvió a mirar por la ventana. "¿Joder, por qué a mí otra vez?" Sintió enfado. "¿Qué coño he hecho yo?" Decidió concentrarse en la ventana.

Observó que en la lejanía se erigía un enorme conjunto de edificios. "Nos acercamos a la ciudad", pensó. En ese momento, un sujeto uniformado de mediana edad se puso en pie junto al asiento del conductor.

-Vamos a proceder a ofrecerles un pequeño refrigerio.

Pedro se dio cuenta de que tenía hambre. "Bien, una buena noticia al fin." El hombre comenzó a repartir bocadillos. Al poco tiempo llegó a su fila. Pedro cogió su bocadillo con cierta ansia. Lo mordió.

Sintió una gran felicidad al comprobar que el bocadillo contenía una compleja mezcla de sabores. "Bien, parece que han conseguido obtener nuevos alimentos." Masticó y saboreó.

"Un momento... La carne es chopped... y la salsa... sabe a... yogur con... con... ¿pipas?" Pedro separó el bocadillo de su boca y lo observó con detenimiento. En el extremo contrario al lugar que había mordido, había otro mordisco que no se debía a él. "Joooodeeeer..." Cerró los ojos y trató de serenarse. Los volvió a abrir y miró a los demás.

Todos tenían el mismo bocadillo.

-¡Bien! ¡Bien! ¡Os jodéis, como yo! -dijo con satisfacción.

Varias cabezas se dieron la vuelta para mirarle. No se dio cuenta de que lo había gritado. Se acurrucó junto a la ventanilla con cierta vergüenza, y se concentró en el paisaje. Las demás cabezas se fueron reincorporando poco a poco.

Pedro se dio cuenta de que la velocidad del autobús no era muy elevada. El estruendo provocado por el motor indicaba que la velocidad nunca podría ser muy superior a la actual. "¿Entonces para qué sirven los alerones...?", se preguntó extrañado. "El caso es que quedan bien..." Siguió observando por la ventanilla.

 

            15

El autobús estaba adentrándose en la ciudad. Pedro observó los edificios. "¡Son como los de mi barrio! ¿Cómo es posible?" Se trataba de bloques de pisos de ladrillo rojo de cuatro o cinco plantas. De las ventanas colgaba ropa tendida. "¿Era eso una camiseta de Kakakulo?", observó incrédulo. Había terrazas, y algunas estaban acristaladas. Por las aceras caminaban individuos. Todos ellos eran iguales a él, pero de diversas edades. Eso sí, usaban peinados diferentes, algunos estaban teñidos, y algunos tenían barba o bigote. Algunos tenían incluso tatuajes. Vestían diferente, e incluso andaban de manera diferente.

El tráfico en las calles era denso, y el autobús se paraba con mucha frecuencia.

-Nos adentramos en el centro de Ciudad -dijo el hombre uniformado.

Pedro observó que el nombre de las calles estaba indicado en placas colgadas de las paredes.

"¿Calle Tarao?" Pedro meneó la cabeza incrédulo. Observó otra placa: "¿Calle Abuela? ¿Qué es esto...?"

El autobús giró y se adentró en una ancha avenida.

"¡Avenida Rocío!", leyó con gran sorpresa. Al poco tiempo se abrió una gran plaza. El centro de la plaza estaba coronado por una gran estatua de mármol que mostraba una extraña escena. Consistía en una chica con gesto angelical, y un tipo tendido en el suelo con gesto moribundo. El moribundo tenía a su lado un casco, y había una moto tendida sobre el suelo.

Pedro miró el rostro de los personajes. Tenían un vago parecido a... "¡Rocío y el gilipollas del Rob!" Pedro esbozó una sonrisa cómplice. "¡Qué bueno!"

El autobús se adentró en una calle más estrecha.

"¿Calle 'Que le den por culo a papá'?" Pedro cerró los ojos y se estremeció, como si esperase recibir un puñetazo por semejante osadía. Luego se fue relajando poco a poco y abrió los ojos. Su padre no estaba allí. Hacía miles de años que debía haber muerto. No tenía que temerle. "El hijo de puta se fue, y ahora me he ido yo." Sonrió. Sintió una gran liberación. "Qué le den por culo a papá... ¡Muy bueno! ¡Ja!"

El autobús se detuvo en otro atasco. Ante su ventanilla se ubicaba la entrada de un cine. Había el cartel de una película. "La victoria de Pedro", se titulaba. El cartel incluía una breve sinopsis de la película.

"La bella Rocío es secuestrada por el malvado Rob, que es ayudado por Gómez, el científico chiflado. El valiente Pedro decide liberarla. Para ello, recluta un comando de asalto y los entrena. Éste está formado por Fideuá y Mos." Más abajo, otro letrero rezaba  "¡Con la participación especial de Anikilator!"

Pedro sonrió ante semejante argumento. Luego torció el gesto. Empezaba a resultarle extraño este mundo a su medida. "Dios, este lugar parece una parodia de mí mismo. Esto empieza a ser un poco cargante..." Miró al resto de los pasajeros en el autobús. La mayoría de ellos observaba todos estos detalles con un elocuente gesto de aprobación y una gran sonrisa.

Bajo el cartel de la película, otro letrero decía: "¡Y a todo color!"

"¿A todo color?", pensó Pedro extrañado. "¿Y la mierda de película muda que nos pusieron antes? ¿No se supone que estábamos más atrasados? Qué raro..." El respaldo del asiento le estaba destrozando la espalda, así que se ladeó hacia delante. Pero en esa postura el cuello le dolía más. Se estaba irritando. Miró a los demás pasajeros. Observó sus sonrisas mientras miraban por la ventanilla, y sintió cierto asco.

Volvió a mirar por la ventanilla. Había un gran bullicio en las calles. Al salir de la calle "Mamá", Pedro pudo ver ante él la entrada de lo que parecía ser un gran centro comercial. Sobre una majestuosa entrada, se leía el siguiente texto en grandes letras amarillas:

"¡Gordo chiflado! ¡Joder! ¡¡Joder!! ¡Iba en serio! ¡Joder! ¿Dónde pelotas estoy? ¡Ahora, por fin lo sabes! ¡En PJR! ¡El Paraíso de los Juegos de Rol!"

Pedro elevó la cabeza. El edificio parecía contar con unas nueve o diez plantas. "¿Todo este edificio sobre juegos de rol? ¡Joder, qué pasada! Con lo que me costaba encontrar tiendas... claro, no éramos muchos", reflexionó. Observó el rostro maravillado de los demás pasajeros. "Aquí todo es diferente, claro." Vio un pequeño cartel a un lateral de la entrada: "MMXXIV Campeonato Mundial de Rol, Copa Val Hancín. Con el patrocinio del Ministerio de Juegos de Rol y Cultura."

Pedro torció el gesto. "Esto empieza a ponerse un poco desproporcionado...", pensó.

El autobús continuó su recorrido. Al cabo de un rato, el nombre de las calles comenzó a extrañar a Pedro un poco más. "¿Calle 'Mamá II'? ¿Calle 'Tarao IV'?" Pedro frunció el ceño. "¿Calle 'Que le den por culo a papá VI'?" Pedro se inquietó. "¿Tan poco original soy?"

La densidad de edificios se hizo menor, y la calle comenzó una leve cuesta hacia arriba. Poco a poco el relieve se volvió más pronunciado. El autobús comenzó a deslizarse por abruptos acantilados desde los que se vislumbraba un bello panorama de la ciudad. El recorrido ascendente continuó hasta que el autobús se paró ante un edificio de extraño diseño.

-Los que vayan al barrio B pueden bajarse -anunció el hombre uniformado.

Algunos pasajeros salieron del autobús. El compañero de Pedro dijo un breve "Ya nos veremos", y bajó junto a los demás. Pedro aprovechó para ocupar su asiento. Apoyó la espalda contra el respaldo y se relajó un poco.

El autobús volvió a descender. Al cabo de pocos minutos, surgieron grandes edificios llenos de columnas. El autobús volvió a parar.

-Pueden bajar los que vayan al barrio G.

Pedro bajó del autobús junto a otros pasajeros.

 

            16

Otro hombre uniformado esperaba a los pasajeros que se bajaban del autobús.

-Les acompañaré a sus apartamentos. Antes les daré cierta cantidad de dinero a cada uno. Hagan una fila, por favor.

Pedro se unió a ella. Cuando le llegó el turno, recibió un paquete de pequeñas cartulinas. Pedro observó detenidamente una de ellas. Contenía un extraño dibujo incompleto. "¡Ey! ¡Éste es Kakakulo!" El dibujo mostraba una imagen parcial de Kakakulo abriendo las tripas de Pedopís. Pedro dio la vuelta a la cartulina. Estaba escrito el número 76. Luego miró las demás cartulinas. Todas eran iguales.

-Cada billete vale 1 KP, la moneda oficial de la República del Hogar. En total, cada uno de ustedes tiene 25 KP.

"Genial. Veinticinco cromos de Kakakulo y Pedopís", pensó Pedró.

Se le acercó otro individuo que acababa de recibir su paquete. Miró a Pedro, y entre risas dijo:

-¡Qué mala suerte! ¡Todos repe! ¿Cambiamos...?

Pedro se le quedó mirando con gesto serio. Luego, súbitamente, rompió a carcajadas. La risa se prolongó por largo tiempo. Cuando por fin paró, tenía los ojos llorosos. Se secó las lágrimas con el brazo y miró al cielo mientras apretaba los dientes. "Todo es una mierda", pensaba. Sintió una punzada de dolor en el cuello, y volvió a mirar hacia delante. Su mirada estaba perdida.

El individuo que se había dirigido a Pedro se distanció de él con cierto miedo.

-Mañana comenzarán sus estudios de reeducación. Ahora, acompáñenme a sus apartamentos - intervino el hombre.

Abrió un portal y entró. El grupo le siguió por el interior del edificio. Algunos se llevaban la mano al cuello con gesto dolorido. "Pero a ninguno se os estaban clavando estacas en el asiento del autobús. Hijos de puta...", pensó Pedro con rabia. Al llegar a cada puerta, el hombre daba una llave a alguno de los individuos, el cual abría la puerta y entraba con gesto de resignación.

Al cabo de cierto rato, le tocó el turno a Pedro. Tras introducirse en su apartamento, se apresuró a cerrar la puerta con llave. Se sentía feliz de estar solo.

La sala le recordaba a una habitación de hotel en la que estuvo una vez con su madre por vacaciones. Había una cama, una mesa y una tele sobre ella. "¿Una tele? Eso vino mucho después del cine mudo, ¿no?" También había una puerta hacia el servicio. Entró. Tenía sed, y tomó un vaso sobre el lavabo para llenárselo de agua. "Espero que al menos sepan hacer agua." Antes de accionar el grifo, miró el vaso con detenimiento. Tenía manchas de grasa y ¿sangre? Lo dejó con asco donde lo encontró. Echó de menos una bolsa de AhorraPlus. "Incluso cuando se me olvidaba sacar el ticket de compra de la bolsa y nos lo encontrábamos después flotando, era menos asqueroso que esto", pensó. Bebió a morro del grifo. "Este agua sabe a culo", reflexionó mientras saboreaba. Pero era lo mejor que había.

Miró con detenimiento un espejo que había sobre el lavabo. Observó que la imagen de sí mismo sobre el espejo parecía estar inmóvil. "Un momento, esto no es un espejo..." Tocó con los dedos la superficie del objeto. "¡Esto es una foto mía...!" Se enfureció. "Muy, muy gracioso... Vaya recibimiento."

Decidió ducharse. Tras desvestirse, entró en la ducha y accionó el grifo. El agua estaba congelada. Modificó los controles, pero no ocurría nada. "¡Mierda!" Se dio cuenta de que no tenía a quién quejarse. Y tampoco le apetecía salir de la habitación. Ya que estaba en la ducha, decidió ducharse de todas formas. "¡Uaaaa! ¡Joooder que frrríííaaa!" Tras dos insufribles minutos de aullidos, salió de la ducha y se secó con una toalla. Desde el baño, una ventana apuntaba a un patio interior. La abrió. Salía vapor de las demás ventanas. "Los demás hijos de puta tienen agua caliente en sus duchas. Una vez más, soy el único gilipollas." Su pulso empezó a acelerarse mientras su ira aumentaba. "¿Todos iguales? ¡Una mierda! Soy el único imbécil al que le ocurren estas putadas. ¿Joder, por qué yo?" Pedro razonó que a alguien le tenía que tocar la columna en el cine, el asiento roto en el autobús y la ducha sin agua caliente en la habitación. Pero, ¿cuántas casualidades tenían que darse para que le ocurrieran todas esas cosas a él?

Su odio hacia todos los demás individuos de ese inmundo planeta crecía por momentos. Volvió a la habitación. Miró la cama con más detenimiento. "Colcha de Anikilator, cómo no." Se estaba hartando de tanta chorrada hecha a medida. "A los demás subnormales les encantará, claro."

"Tengo que relajarme." Encendió la televisión. Se trataba de un gran armatoste. Al salir la imagen, Pedro comprobó que era en blanco y negro. "Bueno, algo es algo", pensó.

Parecía que estaban emitiendo una serie.

"¡Rocío! ¡Yo te salvaré!", gritaba el héroe. Era Pedro, claro.

"¡Socoooorro!", gritaba una voz afeminada. Bueno, más bien era una voz de hombre imitando una voz de chica, y bastante mal. Pedro se fijó en el personaje. "Soy yo mismo con peluca y tetas postizas. Qué cosa más cutre y lamentable", pensó.

"¡Jajaja! ¡No escaparás!", gritaba el villano desde su moto mientras agarraba al personaje de Rocío. "Ese también soy yo", reflexionó Pedro. "Menuda mierda..."

"¡Pedro! ¡Yo te ayudaré!", gritaba un nuevo personaje que apareció en escena. Estaba metido dentro de un grotesco disfraz, con una inmensa cabezota azul y dos ojos saltones. "Un momento... ¡Ése es Kakakulo! ¡Joder! ¡Esto es patético!" Se levantó de la cama y apagó el televisor de un manotazo.

"Menudo mundo de lamentables payasos." Sentía una profunda ira. Apagó la luz, se tumbó en la cama y cerró los ojos. Hacía ya bastante rato que era de noche y estaba agotado. Trató de relajarse, pero sintió que no podía. Entonces se dio cuenta de que una fuerte luz golpeaba sus párpados cerrados a intervalos irregulares. Incómodo, abrió los ojos y se levantó de la cama para averiguar de dónde procedía aquella luminosidad. Abrió la ventana de su habitación y asomó la cabeza. Entonces comprobó con bastante enfado que, justo al lado de su ventana, colgaba de la fachada de su edificio un inmenso letrero luminoso que leía 'Apartamentos Anikilator'. El letrero no era intermitente a propósito, sino que parecía estar estropeado y emitía un desagradable zumbido metálico. "¿También esto me ha tocado a mí?", se preguntó irritado. Pedro pegó un fuerte puñetazo contra la pared. Mientras se pasaba la otra mano sobre sus nudillos doloridos, volvió a tumbarse. "Vaya mierda. ¡Vaya mierda!", pensó iracundo. Cerró los ojos y giró su cuerpo en dirección contraria a la ventana.

Al cabo de unos minutos, oyó un gran golpe procedente de la calle. Había sonado como algo blando estampándose contra una superficie dura.

Sobresaltado, se levantó y volvió a mirar por la ventana. En el suelo de la calle yacía un individuo. Otras cabezas salieron por las ventanas.

-¡Ha saltado por la ventana! -gritó una voz.

-¡Aaaah! ¡Se ha suicidado! -le siguió otra.

Otras voces de lamentos le acompañaron.

Sin embargo, Pedro se dio cuenta de que se alegraba. "Un payaso menos." Al principio se asustó por sentir eso. Luego meneó la cabeza. "Bah, no son yo. Son seres patéticos y lamentables. Y si mueren, mejor."

Pedro volvió a tumbarse con una sonrisa en sus labios. Oyó cómo un vehículo con sirena llegaba con gran rapidez, y cómo sus vecinos relataban nerviosos y acalorados la escena a sus ocupantes. Las voces de los recién llegados del vehículo, sin embargo, no mostraban signos de sorpresa. Oyó cómo montaban el cuerpo dentro del vehículo y arrancaban. Al cabo de un rato, las voces temblorosas de los vecinos comenzaron a apagarse. Volvió a hacerse el silencio.

Un rato después, se oyó otro gran golpe. Esta vez Pedro no se levantó.

-¡Otro! ¡Ha saltado otro! -dijo alguien.

-¡Oh! ¡Nooo!

-¡No lo hagáis, hermanos! ¡Es duro, pero debemos resistir! -intervino otro vecino.

Pedro volvió a esbozar una sonrisa. Tras unos momentos de confusión, la escena del vehículo se repitió. Y otro rato más tarde los ruidos de los vecinos fueron apagándose de nuevo. Ya había entrado la noche. Pedro decidió dormirse.

Cuando Pedro estaba a punto de dormirse, se oyó otro golpe más. Se repitieron las voces de horror, miedo y aliento mutuo. Esta vez Pedro sintió que tenía que intervenir.

Sacó su cabeza por la ventana, y con una gran sonrisa comenzó a aplaudir.

Los demás vecinos callaron y le miraron con gesto incrédulo.

-¡Bravo! ¡Un imbécil menos! -gritó Pedro socarronamente, mientras no dejaba de aplaudir.

-¡Cómo puedes decir eso! -le respondió una cabeza asomada con gesto de indignación y asco.

-Está loco... -murmuró otra cabeza más lejana en voz baja.

-¡Bravo! -repitió Pedro. Después dejó de aplaudir y volvió a meter la cabeza en la habitación. Las voces de indignación continuaban.

"Ya podrían tirarse todos... Así me dejarían dormir."

Durante un rato pensó en los suicidios. Se dio cuenta de que él no quería suicidarse.

"Odio demasiado a estos anormales como para dejarles solos. Me necesitan", pensó mientras sonreía y apretaba el puño derecho con fuerza.

Pedro recordó que al día siguiente comenzaría sus "estudios de reeducación". Sería otra soplapollez. Tenía que dormirse.

 

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Puede leerse la obra completa en http://npcompleto.wordpress.com

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