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Mujeres en la Biblioteca Histórica: Rosalía Puig-Dollers y la educación de la mujer en el siglo XIX

Isabel Corullón Paredes 21 de Marzo de 2011 a las 15:04 h

La lectura (1845). Imagen tomada de Revista BiCentenario

El punto de partida de este artículo es un pequeño impreso conservado en nuestra biblioteca con las normas de funcionamiento de un centro de enseñanza femenino: Establecimiento de educación para señoritas, autorizado por S. M. y dirigido en Madrid, calle de los Remedios, número 21, frente á la Merced, por Rosalía Puig-Dollers, [BH FOA 448(1)] editado en Madrid, en 1828. Estamos en el periodo más duro y represivo del reinado de Fernando VII, como reacción al trienio liberal, y este impreso invita a zambullirse en el tema de la instrucción femenina en la primera mitad del siglo XIX. [Seguir leyendo]

 

En la historia de la educación el tema de la instrucción de la mujer sólo se ha desarrollado a partir de la aparición de los estudios feministas. La historia de la educación femenina en el siglo XIX está marcada por la segregación y la diferenciación-devaluación de las enseñanzas. La educación había sido un tema fundamental en el ideario de la Ilustración, pues se le atribuía el poder de modelar los comportamientos y de despertar las cualidades naturales de cada individuo, que facilitaban el buen funcionamiento del orden social y, en consecuencia, la felicidad pública. En este contexto, sin embargo, la educación de la mujer sólo se contemplaba en función de criterios utilitarios: una mujer educada desempeña mejor sus funciones como esposa y madre, contribuyendo así al bienestar de la sociedad en general. Pero algunas mujeres de las clases superiores gozaron de una instrucción esmerada, y defendieron la igualdad de los sexos y las razones personales para justificar la educación femenina, alegando la independencia, la seguridad y la satisfacción íntima que proporciona la cultura.[1]

 

En la España del siglo XVIII habían comenzado a establecerse escuelas de primeras letras para niñas en algunas ciudades, en muchos casos por iniciativa de las Sociedades Económicas de Amigos del País, en las que, aparte de la enseñanza de la doctrina cristiana, se prestaba un interés especial a la labor de manos. Había también algunos colegios religiosos, con una orientación similar. Se echaban así las bases de la educación separada y diferenciada para las mujeres que se desarrolla a lo largo del siglo XIX, siempre con un fuerte componente religioso y moral.

 

En 1790 se publica la obra más radical de la época en cuanto a la educación femenina, la Memoria para la instrucción pública de Condorcet, que propone la extensión de la enseñanza primaria a toda la población y la coeducación de niños y niñas. En los años siguientes se publican en Francia varias obras en la misma línea de Condorcet, proclamando el igualitarismo educativo, aunque en la práctica se introducen diferentes programas para uno y otro sexo.

 

En España la invasión napoleónica y la reacción que provoca marcan el comienzo de una nueva época. En la Constitución de 1812 se contempla que se enseñará "a los niños a leer, escribir, contar y el catecismo de la religión católica, que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles" (Art. 366). Esta proclamación general de la universalidad de la educación primaria no debe engañarnos, puesto que los diputados de Cádiz eran partidarios de una educación separada y diferenciada  para las mujeres. En 1814 en el Proyecto de Decreto para el arreglo de la enseñanza pública de Quintana se preveía el establecimiento de "escuelas públicas en que se enseñe a las niñas a leer y escribir, y a las adultas las labores y habilidades propias de su sexo"[2].  Este proyecto, que no llegó a ser discutido por producirse la restauración de Fernando VII, fue retomado en el Trienio Liberal en el Reglamento General de Instrucción Pública (1821), que señalaba para las escuelas de niñas el mismo plan y sistema que en las de niños[3], siempre refiriéndose a la enseñanza primaria. Este Reglamento fue derogado en 1824 con la vuelta del régimen absolutista,  que, consciente de la importancia de la escuela para la formación ideológica, continuó con esta labor de organización de la enseñanza en España. En 1825 se aprueba el Plan y Reglamento de Escuelas de Primeras Letras del Reino, que establece la diferenciación entre las escuelas de niños y las de niñas. En las escuelas de niñas  "además de la enseñaza cristiana por los libros que van señalados, la de leer por lo menos los catecismos y escribir medianamente, se enseñarán las labores propias del sexo; a saber, hacer calceta, cortar y coser las ropas comunes de uso, bordar y hacer encajes, y otras que suelen enseñarse a las niñas".[4]

 

La proliferación de colegios privados es uno de los aspectos más característicos de esta época. El Plan y Reglamento de Escuelas de Primeras Letras preveía el incremento de las escuelas públicas, pero en la práctica se dejó la enseñanza en manos de particulares, especialmente de las instituciones religiosas,  que aseguraban una formación en la religión, en la moral y en el respeto a la autoridad del rey. El analfabetismo es general y las clases elevadas son las que, casi exclusivamente, tienen acceso a la enseñanza.

 

En este contexto Rosalía Puig-Dollers funda una Casa de Enseñanza para señoritas que obtiene la Real aprobación en 1825, una vez comprobada su moralidad y conducta, y su comportamiento político en los años de gobierno liberal. En aquellos años son relativamente numerosas las fundaciones de casas de educación de niñas de carácter seglar en Madrid. La mayoría de estas casas eran creadas por mujeres, muchas veces carentes de formación, pues el Reglamento de las Escuelas Públicas de 1825 admitía que las maestras podían no saber escribir ni contar[5], que enseñaban labores de mano, además de doctrina cristiana. Eran la excepción aquéllos centros en los que se enseñaban también las asignaturas que cursaban los niños en la primaria. Uno de ellos era el de Rosalía Puig-Dollers, que, además de enseñar las disciplinas consideradas obligatorias : labores de todo tipo, doctrina cristina, religión, y moral, ofrecía también la opción de aprender  aritmética, gramática castellana, lengua francesa, geografía, historia sagrada e historia de España, y además las llamadas enseñanzas "de adorno", como música vocal, baile, piano y dibujo. Era un centro con régimen de internado regido por una disciplina estricta, a juzgar por su reglamento, que admitía también alumnas semipensionistas y externas.

 

No tenemos ninguna información de la identidad de Rosalía Puig-Dollers. Sabemos que algunas de las mujeres que detentaron casas de educación eran extranjeras, de origen inglés y sobre todo francés, y se especializaban en la enseñanza de su propio idioma. Otras, de origen español, se habían educado en Francia. De las demás nada sabemos, pero serían muy pocas las españolas que hubieran recibido una instrucción elevada, sólo posible en un ambiente doméstico imbuido de las ideas ilustradas.

 

Las madrileñas de las clases elevadas habían comenzado a intervenir en la vida pública a través de su participación en la Junta de Damas de la  Sociedad Económica Matritense en el siglo XVIII. Pero eran muchas las limitaciones existentes en la sociedad de la época, pues a las solteras se les restringía enormemente la actividad pública y casi las mismas restricciones pesaban para las viudas. Y respecto a las casadas, no era común que mantuvieran una actividad externa paralela a su vida familiar. Muchas de estas mujeres que creaban casas de educación, recibían a las alumnas en su propia casa.

 

No tenemos datos de la procedencia ni del estado civil de Rosalía Puig-Dollers, solamente que habría recibido una educación esmerada. Se sabe que su casa de educación seguía funcionando en 1837[6].  Su iniciativa revela un alto grado de autonomía personal, y su apuesta por elevar el nivel de educación de la mujer la coloca dentro del grupo de mujeres que reivindicaban un mayor papel de la mujer en la sociedad. A pesar de la restauración absolutista, seguía avanzando la corriente subterránea nacida al amparo de la Ilustración, que reivindicaba la igualdad de los sexos.  

 

A la muerte de Fernando VII, cuando arranca definitivamente el régimen liberal, la instrucción pública  será un tema de permanente interés para el Estado. En 1836 se establece la obligatoriedad de la enseñanza primaria par los niños, agrandando así la diferencia con respecto a las niñas, para las que las escuelas eran escasas, atendidas por mujeres sin apenas formación y en las que se impartían las enseñanzas convenientes a su sexo[7]. La educación pública obligatoria para las niñas no se impondrá hasta 1857 con la Ley Moyano, aunque la nivelación entre niños y niñas escolarizados no se logrará hasta el último cuarto del siglo XIX, y las cifras de analfabetismo femenino se mantengan elevadas hasta el siglo XX. La igualdad lograda en la actualidad,  no puede hacernos olvidar una larga historia de discriminación de la mujer española en el ámbito educativo.

 

Bibliografía

 

Araque Hontangas, Natividad. La educación secundaria femenina en España, Madrid, 2010

Simón Palmer, María del Carmen. La enseñanza privada seglar en Madrid, 1820-1868, Madrid, 1972

López-Cordón Cortezo, María Victoria. Condición femenina y razón ilustrada : Josefa Amar y Borbón, Zaragoza, 2005

Ballarín Domingo, Pilar. La educación de las mujeres en la España contemporánea (siglos XIX-XX), Madrid, 2001



[1] El mejor ejemplo en España es el de Josefa Amar y Borbón, autora de una de las obras más completas y sistemáticas que sobre la educación de la mujer se publicaron en España a finales del siglo XVIII

[2] Art. 115

[3] Proyecto de Reglamento General de Primera Enseñanza, Art. 66

[4] Art. 198

[5] Arts. 38 y 39

[6] Rosalía Puig-Dollers aparece como propietaria, en la calle Panaderos, de Madrid, en el Indicador de Madrid para el año 1858, Índice general de los principales habitantes, con las señas de sus habitaciones, ( Madrid, Imprenta Nacional, 1857) 

[7] Plan General de Instrucción Pública de 1836, Cap. III, Art. 21, y Reglamento de las escuelas públicas de instrucción primaria elemental de 26 de noviembre de 1838 Título I, Capítulo III. De las escuelas de niñas, Real decreto de 4 de agosto de 1836 [texto completo]

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