Inicio Biblioteca Complutense Catálogo Cisne Colección Digital Complutense

¡Ah... la pasión! (a la rusa)

Ana Isabel Rábade Obradó 23 de Julio de 2009 a las 10:36 h

Turguenev con libro. Como se puede apreciar, Turguenev era, en todos los sentidos, un gran escritor (casi no cabe en la silla)

No corren buenos tiempos para la pasión. En un mundo que se afirma orgullosamente hedonista y en el que algunas censuras se han venido abajo, habrá quien piense que la pasión debe de estar en alza. Yo no lo creo. Ciertos ingredientes básicos de nuestra realidad lo ponen difícil: un narcisismo que nos jalea a ocuparnos, como es natural, básicamente de nuestro propio placer; una racionalidad pragmática y calculadora que identifica lo razonable con lo personalmente provechoso; un miedo paralizante al fracaso... Nada de esto fomenta precisamente las pasiones desatadas. Al menos, en su paradigmática versión de pasiones amorosas.

 

         "Todo esto, y mucho más. Y, sin embargo, tú no me amas,

         ¡Y nunca me amarás! El amor no depende de nuestra voluntad.

         Y tampoco puedo culparte, aunque mi destino sea

         Seguir amándote intensa, equivocada, vanamente."

 

Estos son los últimos versos, dedicados a Loukas, su joven paje griego, que Byron escribió en Missolonghi antes de morir. Los versos de Byron recogen de forma sintética los elementos de toda pasión amorosa que se precie. Para empezar, nada de medias tintas: se requiere intensidad. Es por ello que la pasión auténtica jamás es frívola. Lo razonable queda, asimismo, descartado: con frecuencia, una verdadera pasión se descubre por su inadecuación a lo útil y lo convenido (de esto Byron sabía un rato). Por último, se trata de amar, no de exigir correspondencia: la catástrofe es siempre más probable que el apacible final feliz. Amar intensa, equivocada, vanamente...

Voy a proponeros cuatro historias de cuatro autores diferentes (dos en esta entrega y dos en una posterior). Cuatro relatos breves, cuatro historias de pasión. En mi opinión, el relato breve exige una especial maestría. No admite páginas de relleno -a diferencia de esas corpulentas novelas atiborradas de páginas que a veces invitan al lector impaciente a saltarse la mitad de las descripciones- y ha de conseguir una grácil redondez. Con los autores que he elegido, no hay problema: le tienen bien cogida la medida al pequeño formato (y también a algún otro).

 "¡Oh sentimientos humildes, sonidos blandos, bondad y tranquilidad de un alma conmovida, alegría diluida de las primeras devociones del amor! ¿Dónde estáis? ¿Dónde estáis...?". Pocas cosas tan literarias o cinematográficas como el primer amor. Esa mezcla de ingenuidad y esperanza, deseo, torpeza y pasión... El sabor agridulce de esas emociones, a menudo sostenidas en el aire, con las que se quiere ingresar en la edad adulta. Descubrir placeres -y miserias- que tal vez luego se hagan rutinarios. El brillo inconfundible de todo lo nuevo... Quiénes aún no lo han vivido no lo anhelan menos que quienes ya lo dejaron atrás. De este Primer amor nos habla Ivan Turguenev. Un hombre en la madurez nos recuerda cómo fue su primera experiencia amorosa. Con dieciséis años, Vladimir pasa el verano en el campo mientras prepara su ingreso en la universidad. Hijo único de una familia acomodada y con una edad en la que los padres han dejado de estar muy encima, Vladimir disfruta de libertad de movimientos. Debería estudiar. Pero, a los dieciséis años, ¿a quién le apetece? No es extraño que, en vez de a los libros, Vladimir se dedique ese verano -¿el mejor momento para las primeras pasiones?- a Zenaida, su guapa vecina, una mujer "mayor" -veintiún años-: su primer amor. La hermosa Zenaida tiene una corte de admiradores con los que juega sin tomarse a ninguno en serio. Tampoco a Vladimir, el más joven, y, por ello, el menos apropiado -y ¡ay!, él lo sabe-. Turguenev nos transmite con admirable sutileza de matices el vaivén de sentimientos por los que se balancea el joven amor de Vladimir: exaltación, esperanza, celos, inseguridad, humillación, felicidad y amargura, éxtasis y desesperación, sucediéndose de manera atolondrada. Pero la coqueta Zenaida está verdaderamente enamorada, ¡y no es de Vladimir! El joven protagonista descubrirá finalmente quién es el objeto de la pasión de Zenaida y, en ese momento, su propio amor se le revelará torpe y pueril frente a ese otro amor mucho más real, más hecho, más denso. Vladimir siente hacia esa pasión en plenitud la misma fascinación que siente hacia su padre, un hombre hecho y derecho, cariñoso y distante, en aparente dominio de sí. Como querría ser Vladimir. ¡Pura delicadeza!

 

Retrato de Tolstoi joven
Tolstoi sin barba y con un cierto aire a lo Matt Damon

La siguiente obra nos aleja mucho de la ternura suavemente desencantada de Turguenev. Se trata de un relato mucho más conocido del "rey" de los escritores rusos: la Sonata a Kreutzer de Lev (antes León) Tolstoi. Para quien no sea muy aficionado a los rusos, el autor de Guerra y paz y Ana Karenina escribió también un buen número de sobresalientes relatos breves: el conde Tolstoi tenía mano para todo. Bajo la advocación de Beethoven, Tolstoi desgrana una denuncia de lo que llamamos eufemísticamente amor o pasión, hermosas palabras para sublimar la crudeza animal del deseo sexual. Esto es lo que explica Pózdnyshev a sus compañeros de viaje. Para Pózdnyshev, asesino por deseo y por celos de su mujer, a quien supuestamente amaba, el sexo es la única realidad que se agazapa detrás del amor de pareja. Si actuásemos con honestidad animal, una vez consumado dejaría paso a la indiferencia. Pero la sociedad ha instituido el matrimonio, de modo que el deseo se alterna con el rencor de mantener por fuerza la compañía de quien ya no se desea. Amor y odio se convierten, así, en las dos caras de una misma realidad que degrada a hombre y mujer por igual. Rebaja al hombre a bestia y a la mujer a objeto y mercancía. A no ser que la mujer se libere y deje de ser objeto para convertirse en lo mismo que el hombre. Entonces surgirán los celos de éste como coda de su deseo y su odio. Una tragedia ruin está servida.

La conclusión de Turguenev es amarga: emociones intensas que parecían dotar de un centro a nuestra vida y que, a la postre, se extravían hasta disiparse en humo. Queda la nostalgia, quién sabe si de lo que fuimos o de lo que sentimos. La visión de Tolstoi es más sombría: la pasión es instinto de placer y, a menos que la desenmascaremos como tal, nos conduce al infierno. Más nos valdría renunciar a ella.

¿Estará, pues, en lo cierto nuestro mundo desapasionado? ¿Bastará el sexo sin otros aditamentos como desahogo fisiológico? ¿Los deportes de riesgo como descarga de adrenalina? ¿Los culebrones o las películas de psicópatas y forenses -dependiendo del gusto- como catarsis? ¿Habremos hecho bien, en definitiva, desembarazándonos de la pasión y buscándole sustitutos más controlables? Pero, entonces, ¿por qué la anhelamos? ¿O se tratará simplemente de que, como decía Lichtenberg, "el amor es ciego, pero el matrimonio le devuelve la vista"?

Bookmark and Share
Ver todos los posts de: Ana Isabel Rábade Obradó

Comentarios - 2

Isabel Halcón

2
Isabel Halcón - 27-07-2009 - 12:23:30h

Acaba de salir publicada el mes pasado en Alba Editorial una recopilación de los relatos cortos de Turguenev titulada "Novelas cortas", que incluye además de "Primer amor" otros ocho estupendos relatos de Turguenev, algunos inéditos en castellano. Una maravilla. Estaría genial que nos la reseñases, Ana Isabel, porque disfruto mucho con tus aportaciones al blog, a cuyos responsables también felicito y animo a continuar con esta labor tan estupenda y necesaria de invitar a leer.

Matt Tolstoi

1
Matt Tolstoi - 23-07-2009 - 20:02:50h

¡Es verdad! Tolstoi y Damon tienen la misma cara de monete: http://www.imdb.com/media/rm451123456/nm0000354


Universidad Complutense de Madrid - Ciudad Universitaria - 28040 Madrid - Tel. +34 914520400
[Información - Sugerencias]