Un espejo de la vida eterna y el recuerdo
La muerte en la Antigüedad fue un tema central, interpretado habitualmente como un tránsito, lo que se reflejó intensamente en el arte funerario. Este se consolidó como un lenguaje esencial para asegurar la continuidad del difunto, honrar su memoria y guiar su alma, abordando tanto la representación del inframundo y sus deidades como los rituales de despedida.
Esta exposición explora la temática en toda su amplitud a través de los vestigios artísticos, arqueológicos y literarios, prestando especial atención a la representación del inframundo y los rituales de despedida. Si bien hay secciones dedicadas a Mesopotamia, Etruria y el Antiguo Israel, el foco principal se pone en Egipto, Grecia y Roma.
El Antiguo Egipto concebía la muerte como la puerta a la vida eterna. Su interés en la óptima preservación del cuerpo (momificación) ligada a la supervivencia del Ka y Ba, incentivó la realización de sarcófagos y máscaras funerarias, así como de pinturas murales (como el Juicio de Osiris). La iconografía del psicopompo Anubis, ligada a la supervisión de la momificación, reafirmaba la función profiláctica/apotropaica del arte. La ubicación de las necrópolis en la orilla occidental del Nilo (Valle de los Reyes) reforzaba la simbología de renacimiento.
Máscara de oro de Tutankamón, 1354-1340 a.C.,
Museo Egipcio de El Cairo, inv.JE 60672
Crátera de uso funerario, 325-300 a.C.,
Museo Arqueológico Nacional, inv. 32667
La Antigua Grecia veía la muerte como el tránsito de las almas a su destino: el sombrío reino de Hades, guiadas por Hermes Psicopompo y con la intervención del barquero Caronte. Este viaje y los rituales de duelo quedaron plasmados en la cerámica y estelas funerarias, que mostraban al difunto en escenas serenas y cotidianas para inmortalizar su virtud. Las necrópolis se establecían fuera de los límites urbanos.
La Antigua Roma, con su creencia en un más allá gobernado por Plutón y Proserpina, utilizó el arte funerario como una poderosa herramienta de reafirmación social y familiar. El retrato funerario se caracterizó por un realismo riguroso en bustos y relieves, diseñado para inmortalizar la imagen y el legado del difunto Los sarcófagos, por su parte, desplegaban complejos relieves narrativos que glorificaban la vida pública o utilizaban la mitología como alegoría del viaje del alma. Estratégicamente, las necrópolis se situaban a lo largo de las calzadas principales, asegurando la presencia pública y la permanencia del poder familiar.
La literatura de la época complementa estas visiones, actuando el arte como un mediador cultural indispensable que transforma el misterio de la muerte en una forma de eternidad y recuerdo.
Sarcófago de Husillos, mediados s.II d.C., Museo Arqueológico Nacional, inv. 2839