Las exequias funerarias en la Antigüedad
En el antiguo Egipto, la momificación no era más que el inicio del viaje hacia la otra vida. Una vez concluido este proceso, el difunto era trasladado en una procesión hasta su tumba, acompañado por sacerdotes, familiares y plañideras. El cortejo recorría la orilla del Nilo —o navegaba por sus aguas— mientras los participantes se golpeaban el pecho y la cabeza en señal de duelo. Durante la procesión era común la presencia del tekenu, cuya función continúa siendo motivo de debate entre los estudiosos.
Al llegar a la necrópolis, los bailarines mww realizaban danzas que simbolizaban la bienvenida al más allá. A continuación, se llevaba a cabo la ceremonia de apertura de la boca: tras un ritual de purificación, el sacerdote pasaba sobre el rostro del difunto diversos instrumentos litúrgicos con los que se le devolvían los sentidos necesarios para la vida eterna.
Finalizado el ritual, se celebraba un banquete en honor al fallecido, durante el cual sacerdotes y familiares depositaban distintas ofrendas. Estas continuaban presentándose periódicamente como muestra de respeto y devoción hacia el difunto.
Libro de los Muertos, Papiro de Ani (cuadro 5) (Detalle: Procesión funeraria), XIX Dinastía (1295-1186 a. C.)
Bailarines mww, detalle dibujado
de la tumba TT60 de Antefoker,
XII Dinastía (1990-1786 a.C.).
Conjunto de herramientas para la
Ceremonia de Apertura de Boca,
2465-2150 a.C
En Mesopotamia, dar sepultura a los muertos era una práctica esencial, pues se creía que, de no hacerlo correctamente, el espíritu del difunto podría perturbar a los vivos. El cuerpo era ungido con aceites y vestido con las mejores ropas según su posición social. Luego se le depositaban diversas ofrendas —comida, bebida y ajuares— que le servirían como protección en la otra vida. Parecía creerse que honrar a los muertos en vida contribuía a su bienestar en el más allá.
Tras el funeral, se celebraba un banquete y, en ocasiones, se realizaban rituales de purificación del lugar, especialmente cuando la causa de la muerte estaba relacionada con enfermedades o plagas.
La responsabilidad de organizar el entierro recaía en el heredero de la familia, quien debía disponer las ofrendas y recitar las oraciones que simbolizaban el relevo del poder. Además, era costumbre regresar periódicamente a la tumba —por lo general durante las lunas nuevas— para llevar comida y bebida, y ofrecer plegarias al difunto.
Estela de Kuttamuwa, s. VIII a.C.
En su inscripción el difunto exige
un sacrificio para alimentarse a él, a sus
allegados y a los dioses Hadad y Shamash
Reconstrucción ilustrada de los sacrificios
humanos en el cementerio real de Ur,
23 de junio de 1928,
The Ilustrated London News
En la antigua Grecia, la próthesis o lamentación, según relatan los textos homéricos, podía prolongarse de manera indefinida. Sin embargo, en época histórica, la ceremonia se realizaba al día siguiente del fallecimiento. Aunque se desconoce el lugar exacto donde debía efectuarse, la ley de Solón establecía que debía tener lugar dentro de la casa.
Durante la próthesis se observaban dos gestos característicos: las mujeres se llevaban las manos a la cabeza y se tiraban del cabello, mientras que los hombres se golpeaban el pecho con una mano en señal de duelo.
En la ékphora, el cuerpo era transportado en un carro fúnebre. La procesión era encabezada por hombres armados y cerrada por las mujeres, mientras se entonaban cantos fúnebres. La ceremonia principal, celebrada durante la próthesis, también estaba acompañada por cánticos rituales.
En cuanto a las prácticas funerarias, durante el período clásico no existió una preferencia clara entre la inhumación y la cremación. No obstante, en la época helenística predominó la inhumación. El verbo thaptô (‘enterrar’) se utilizaba indistintamente para referirse a ambos ritos.
Crátera funeraria (Detalle: escena
de próthesis —arriba— y escena de
ékphora —abajo—.) c. 750 a.C.
Modelo en arcilla de ékphora
(Procesión funeraria con féretro
cubierto por un sudario)
s. VII-VI a.C.
Urnas cinerarias, s.VI a.C.
En la antigua Roma, era costumbre que los funerales se celebraran durante la noche, iluminados por la luz de las antorchas. Cuando el cortejo fúnebre llegaba al lugar de la deposición, en el caso de una cremación, se cortaba una falange del cuerpo (os resectum), la cual era posteriormente enterrada como símbolo de preservación del difunto.
En las inhumaciones existían marcadas diferencias según la clase social: los pobres eran enterrados directamente en la tierra, mientras que los ricos eran depositados en sarcófagos tallados y ornamentados.
Al regresar del funeral, los familiares debían realizar el suffitio, un rito de purificación. Ese mismo día daba comienzo un período de ceremonias purificadoras (feriae denicales) en la casa del difunto, durante el cual también se celebraba un banquete en la tumba, conocido como silicernium.
Transcurridos nueve días, y al concluir el período de luto, tenía lugar la cena novendialis, celebrada en la tumba y acompañada de una libación a los Manes. Finalmente, el lar doméstico —el espíritu protector del hogar— era purificado mediante el sacrificio de carneros. A lo largo del año se realizaban, además, diversos ritos funerarios en memoria de los fallecidos.
Pompa funeraria romana (Cortejo fúnebre) Relieve de Amiterum, s. I a.C.