Biblioteca Complutense

Reinando en la Edad Moderna

La monarquía es la forma de organización política más frecuente en Europa del siglo XVI a XVIII. Su poder creció al concentrar las capacidades de legislar, gobernar e impartir justicia. Proceso que culmina con el absolutismo y finaliza con la Revolución francesa.

Con independencia del tipo de sistema sucesorio (hereditario, electivo), todas consideran aptos para ejercer el poder sólo a los varones, dotados de las cualidades y fortaleza necesarias para el buen gobierno por la naturaleza. Carentes de ellas, las mujeres quedan incapacitadas para ejercer idénticas funciones. Creencia que llega al límite en el caso de las monarquías que legalmente excluyen a las féminas de heredar el trono (ley sálica en Francia). Otras, condicionan ese acceso a la ausencia de heredero varón (Monarquía Hispánica durante los Austrias).

De ahí que en el período moderno sean sólo trece las reinas titulares: cuatro en Inglaterra, cuatro en Rusia; dos en Suecia, dos en la Monarquía Hispánica, una en Austria.

Las reinas españolas fueron Isabel I “La Católica” (1474-1504) y Juana I de Castilla (1504-1555). Dos figuras con protagonismo y legado bien distintos. Isabel ejerció el poder dejando una imagen de gran reina. Juana reinó sin gobernar y oculta por la figura de su hijo Carlos I.

La otra circunstancia que permitía a las mujeres acceder al trono era la minoría de edad del futuro rey, su hijo. En la edad moderna hubo cinco regentes: cuatro en Francia y una en la Monarquía Hispánica. Ésta última fue Mariana de Austria (1665-1675), madre de Carlos II.

Reinas titulares y regentes nunca contradijeron la idea general sobre la naturaleza femenina, ni siquiera aquellas que mostraron mayor fortaleza de carácter y personalidad (María Tudor o Isabel I de Inglaterra, Isabel I “La Católica”, Catalina II de Rusia). Las reinas regentes estaban legitimadas por su maternidad; las reinas titulares, por el valor del linaje que permitía sublimar sus figuras hasta convertirlas en mujeres excepcionales con cualidades varoniles. Las deficiencias del sexo quedaban, así, ocultas en aras de la estabilidad política y social.

Reinas titulares y regentes partían de posiciones distintas para desarrollar la tarea de gobernar. Las primeras lo hacían de forma vitalicia y por derecho propio de heredad, lo que las fortalecía. Las segundas, por tiempo limitado y por ser madre del heredero, lo que las debilitaba ante los cortesanos. Sin embargo, ninguna consiguió evitar que su forma de ejercer el poder se percibiera distinta de la de los varones, aunque tuvieran los mismos condicionantes y emplearan similares armas. Vivieron sujetas al minucioso escrutinio de sus acciones y al severo juicio de los coetáneos, que de algunas legaron una imagen tan inexacta como estereotipada de maldades y ambiciones políticas que trasciende la propia persona. En estos casos el género establece diferencias para la posteridad.


Isabel I La Católica, Reina de Castilla

(1474-1504)


Juana I, Reina de Castilla

(1504-1555)


Isabel I de Inglaterra (1558-1603)


Cristina de Suecia

(1632-1654)


María Teresa I de Austria

(1740-1780)


Catalina II La Grande (1762-1796)