Rituales funerarios para la preparación del cuerpo en su viaje al más allá
Mesopotamia:
En la antigua Mesopotamia se rechazaba la práctica de la cremación, puesto que se consideraba que la destrucción del cuerpo impedía a la persona conservar una forma en el más allá, lo que suponía su completa desaparición.
El cadáver era bañado y ungido con aceites o sustancias aromáticas. El cuerpo se vestía con túnicas y se adornaba con objetos que reflejaban el estatus del/de la difunto/a. A continuación, se procedía a envolver el cadáver con materiales vegetales a modo de esteras de cañas, siendo más sencillas o finas, según la posición económica del difunto. En algunos enterramientos las envolturas encontradas eran alfombras en las que se envolvía el cadáver.
Tocado de una tumba de la ciudad de Ur (2900-2350 a.c.) Metropolitan Museum of Art.
Egipto:
En el antiguo Egipto el proceso de preparación de los cuerpos para su tránsito al más allá se realizaba mediante el embalsamamiento y momificación. La primera etapa consistía en la extracción del cerebro a través de la nariz con ayuda de unos ganchos de bronce. En la segunda etapa, conocida como evisceración, un escriba marcaba el punto exacto donde el parascyte o cortador debía abrir la cavidad ventral. Esta incisión permitía sacar los intestinos y otros órganos internos.
La tercera etapa del proceso consistía en la deshidratación del cuerpo, la cual se lograba mediante la aplicación de natrón, un mineral compuesto principalmente de carbonato de sodio, que actuaba como agente desecante y permitía frenar la descomposición. La cuarta y última etapa consistía en vendar el cuerpo y de esta forma preservar la carne, rellenando las cavidades vacías con materiales orgánicos o resinas aromáticas y envolviendo al difunto con vendas de lino.
Vasos canopos de la era ramesida representando a las divinidades Qebehsenuef, Hapy, Amset y Duamutef. British Museum.
Grecia:
En la antigua Grecia, el primero de los rituales era la próthesis. Esta consistía en la preparación y exposición del cadáver. Tras el lavado ritual, el cuerpo era ungido con aceites aromáticos, ungüentos y revestido con ropas de color blanco y adornos florales en la cabeza.
A continuación, el cuerpo se colocaba sobre un lecho llamado kline con los pies en dirección a la puerta y las palmas de las manos abiertas, cubierto por un manto llamado faraos.
Al tercer día comenzaba la ekphorá, una procesión hasta el lugar del descanso eterno. El difunto era acompañado por una comitiva familiar y de plañideras, y trasladado en carro funerario.
Próthesis en un pínax de figuras negras del Pintor de Gela, segunda mitad del siglo VI a.C. Walters Art Museum, Baltimore
Roma:
En la antigua Roma, la tradición exigía que un familiar recogiera el último aliento del fallecido con un beso para que su alma no fuera atrapada por malos espíritus. El mismo familiar que lo recogía, cerraba los ojos del difunto y le colocaba una moneda en la boca, práctica conocida como óbolo de Caronte. Este gesto tenía la función de asegurar el pago al barquero encargado de conducir las almas a través del río Aqueronte, condición indispensable para alcanzar el más allá según la cosmovisión grecorromana.
El cuerpo era lavado, amortajado y perfumado con ungüentos aromáticos. En el caso de los ciudadanos de mayor relevancia, se les vestía con la toga y se les cubría con un sudario blanco. Por el contrario, los difuntos de condición más humilde eran revestidos únicamente con una túnica oscura. Una vez preparado el cuerpo, el cadáver se colocaba en el atrio de la domus familiar con los pies orientados hacia la puerta, siguiendo una disposición similar a la observada en la práctica funeraria de la antigua Grecia.
Fragmento de un relieve de un sarcófago que representa las etapas de la vida del difunto: iniciación religiosa, servicio militar y boda. Musei Capitolini.