En 1529, Pedro de Cazalla, descendiente de una prominente familia de judíos conversos al cristianismo de Toledo, declaró que la conexión entre el hombre y Dios era solo un hilo y que no debía ser mediada por la Iglesia.
Este libro explora las múltiples ramificaciones de esta idea. Se basa en la convicción de que, durante el inicio de la Edad Moderna, el mundo ibérico era a la vez excepcional y paradigmático. Era un laboratorio de experimentación religiosa, jurídica e intelectual donde, a partir de 1391, las oleadas de conversiones masivas obligaron no solo a los intelectuales, sino también a las mujeres y los hombres comunes a reflexionar sobre los mecanismos de inclusión en la sociedad cristiana.