Biblioteca Complutense

Biblioteca y Gabinete de curiosidades. Una relación zoológica:

 

La relación entre el arte y el conocimiento no sólo es estrecha, directa e inseparable; además ancla sus raíces en el propio concepto de humanidad. Los mejores ejemplos de esta relación los podemos encontrar en dos contextos del saber que actúan como contenedores de lo científico y de lo artístico: la biblioteca y el museo.  

Una de las intenciones de esta exposición es detener la mirada en los protagonistas de ambos espacios, el libro y el objeto museístico, acotándola en el mundo de la zoología y sus representaciones. La otra, establecer un diálogo entre los modelos y sus imágenes mediante el encuentrode obras ilustradas y los referentes animales que sirvieron para hacerlas.

El mundo animal siempre ha ejercido un fascinante influjo en la mente del hombre causando en él una mezcla de temor, asombro  e intensa atracción. Su presencia en todos los entornos y su naturaleza multiforme,  la mayoría de las veces misteriosa, han  propiciado  una cultura zoológica milenaria, que ha trazado desde interpretaciones simbólicas arropadas por lo mitológico hasta sólidos conocimientos sobre el animal y sus características, todo ello sostenido por un conjunto de obras literarias, científicas y artísticas que, desde sus más diversas formas, han conformado todo el cuerpo de sabiduría que ha llegado hasta nuestros días. 

 

Este cuerpo de sabiduría no hubiese podido llegar hasta nosotros sin la aptitud innata que tenemos por aprender y conocer, pero tampoco por el talante -ya menos innato-, de conservar y proteger nuestros legados de conocimiento. Es ese talante el que lleva a conformar las primeras bibliotecas y  museos. Aunque sus orígenes no son comunes, ni coincidentes, lo cierto es que el libro y el objeto museístico, la biblioteca y el museo, o lo que fue su antecesor -el gabinete de curiosidades-,  han compartido espacio en múltiples ocasiones. Muchos gabinetes, de hecho, se ubicaban junto a bibliotecas,  especialmente en épocas donde aún no estaban tan especializados los museos. De manera inversa, distintas bibliotecas surgieron a la vera de los gabinetes dando lugar a auténticos centros científicos.  Disciplinas como la paleontología, la geología y, por supuesto, la zoología, experimentaron  importantes  avances  gracias a la facilidad que para el científico suponía disponer en un mismo espacio de numerosos especímenes y bibliografía.

El gabinete de curiosidades era un espacio donde objetos raros o extraños se exponían para el disfrute visual del espectador y acicate de su imaginación, o para su análisis y estudio por parte del estudioso o científico. Aunque estos objetos curiosos podían ser de distintas clases, predominaban, en muchos de ellos, los de carácter animal. En algunos casos se trató de dar un cierto orden a lo diverso y variopinto buscando una cierta sistematización, estableciendo criterios de agrupación fundamentados, principalmente, en el origen natural o artificial de los objetos, y en los subgrupos posibles: distintos reinos de la naturaleza -plantas, animales y piedras-, objetos mecánicos y de uso científico, artísticos -pictóricos o escultóricos-, los históricos y etnográficos, y -como hemos visto- también libros. De algunas colecciones se editaron  catálogos con las piezas contenidas, que tuvieron gran importancia en el avance de la ciencia al permitir un fácil acceso a los fondos a un público erudito pero distante geográficamente del museo. Estos catálogos resumen, de alguna manera, la esencia que sustenta esta muestra: el diálogo directo de las piezas coleccionadas con la imagen de las mismas. Ese diálogo, así como sus piezas e imágenes, es extrapolable al que podemos encontrar en alguno de los museos y  colecciones  que conforman el patrimonio de la Universidad Complutense de Madrid.

El Museo de Anatomía Comparada de Vertebrados y el Museo de la Farmacia Hispana son los dos museos que participan con sus piezas en esta muestra. Sobre ellos levita, más allá de su labor educativa vinculada a la docencia e investigación, el encanto de los antiguos gabinetes a los que nos estamos refiriendo, bien a través de las vitrinas llenas de evocadoras figuras, bien a través de las recreaciones de ambientes que nos retrotraen a épocas donde era más fácil dejarse sorprender por un cuerno de unicornio o una costilla de Leviatán. Entre las piezas expuestas encontramos desde colmillos de narval hasta serpientes venenosas. En algunos casos, ha sido el animal el que ha servido de referencia para encontrar la imagen, en otros la sido la imagen la que ha obligado a buscar la pieza zoológica.

También se incluyen en la exposición varios ejemplares que fueron utilizados como modelos en la asignatura de Bestias, estudio de la representación animal, que durante varios años he impartido dentro de los programas de doctorado de la Facultad de Bellas Artes de la UCM.

A partir del siglo XVIII los gabinetes empezaron a desaparecer, los  objetos considerados más interesantes fueron reubicados en los  museos de arte y de  historia natural que se comenzaban a crear. Los libros pasaron a ocupar las estanterías -no compartidas con objetos- de las salas de las bibliotecas. Muchos de estos libros que en su momento contenían conocimientos vivos empezaron, con el devenir de los tiempos, a verse relegados por nuevas publicaciones más actualizadas y, poco a poco, fueron convirtiéndose en joyas bibliográficas  con un valor no sólo para la historia de la ciencia, también para nuestro patrimonio cultural y artístico.

 

La Biblioteca Marqués de Valdecilla contiene muchas de esas importantes joyas bibliográficas y patrimoniales, y participa en la exposición con varias de ellas. Se han incluido, por ejemplo, el Breviarium historiae catholicae de Rodrigo Jiménez de Rada o el Liber de gratia Dei contra Julianum  de Beda el Venerable.

Complementan la exposición  otras joyas bibliográficas presentadas en forma de facsímil ante la imposibilidad de poder acceder al préstamo de los originales que se conservan en diferentes bibliotecas e instituciones del mundo. Son obras escogidas de gran interés e importancia en la literatura animalística y forman parte de una colección que he ido formando a lo largo de varios años. Podemos disfrutar, entre más de cincuenta tratados diferentes, del Atlas de Historia Natural de Honoratus Pomar, del Libro de las utilidades de los animales de Ibn Bajtisu o del Cuaderno de dibujos de Giovannino de Grassi.

Selección de libros.

 En la selección de las obras ha primado el que fueran, principalmente, manuscritos. Y, en el caso de los libros impresos, que en la medida de lo posible sus grabados estuviesen iluminados. Se buscaba con ello encontrar  la mayor diversidad y riqueza plástica.

La selección de obras ha tratado de ser  lo más heterogénea posible, tanto en temáticas como en cronologías, siempre y cuando subyaciese una intencionalidad científica o pseudocientífica en las representaciones.  Se han incluido desde  tratados de alquimia, cuadernos de apuntes, colecciones de láminas, libros de horas o bestiarios,  hasta crónicas de Indias y códices precolombinos.  Esta diversidad  permite hacer un recorrido por muy diversas variantes estilísticas y técnicas,  confrontando  las distintas destrezas artísticas que cada uno de los autores volcaba en sus dibujos. Algunas de estas destrezas quedan ligadas a la época, otras al lugar geográfico donde se hicieron  y, todas, a las habilidades técnicas del autor. El ratio de siglos que separa unas obras de otras -s. XIII al s. XVIII- permite también vislumbrar recorridos cronológicos en épocas diferentes pero con problemáticas comunes. Estas problemáticas comunes  están relacionadas, fundamentalmente, con los modelos.

La gran dificultad en la historia de la representación de los animales estribó, durante muchos siglos, en los propios modelos a representar: bien por la rareza de los ejemplares, bien por la dificultad de observarlos o, simplemente, porque no les gusta estar mucho tiempo posando para el artista. Desde nuestra perspectiva actual, como seres imbuidos por las imágenes que, presionando una tecla, podemos acceder  instantáneamente a cualquier conocimiento formal de cómo es tal o cual animal, puede resultarnos difícil imaginar cuál sería la imagen que tendríamos del mundo si desapareciesen de un soplo internet, la fotografía y todos los libros impresos. Imaginemos un mundo sin imágenes o, mejor dicho, con unas cuantas imágenes pintadas, y que, esas imágenes, fuesen el espejo del mundo zoológico circundante, nuestra única fuente de información visual de cómo son las cosas y animales que no conocemos.  Estaríamos tan perdidos y desorientados como los autores de los libros que forman esta exposición, con la diferencia de que ellos, motivados por el ansia de saber, se ocuparon en la formidable misión de dar grafía al animal, de ilustrar la vida. En el caso de un perro o un caballo -los animales más representados en la historia del arte-  la tarea no parece especialmente complicada, estamos acostumbrados a convivir con ellos. Aunque no nos engañemos, ni siquiera lo que parece fácil necesariamente lo es, basta leer las palabras que incluye Robert Hooke en su Micrographia (1665) explicando lo tremendamente dificultoso que le supuso dibujar una simple hormiga, para darnos cuenta de ello. Pero, claro, quizá ahí estriba el problema: que las hormigas no son simples, cualquiera que las haya mirado por un microscopio, como hizo él, se da cuenta al instante. Y si una hormiga, normalmente dibujada como tres puntitos con rayitas no es simple, qué se puede pensar de un cocodrilo o una ballena, de animales que no sólo es que no convivamos con ellos, sino que, probablemente, nunca hemos visto al natural. Traslademos estas reflexiones a la época en que fueron realizadas estas obras y nos daremos cuenta de lo extremadamente complejo que les debió resultar a los dibujantes hacer sus representaciones.

Esta exposición no busca, sin embargo, una mirada benevolente y comprensiva con aquellas representaciones que, vistas desde hoy en día, pueden parecer más burdas o toscas, o que reducen la complejidad animal a unos cuantos trazos. Muy al contrario, busca el aplauso y el deleite con unos dibujos plenos de magia y encanto que nos trasladan, no sólo a un territorio zoológico absolutamente seductor, también a un contexto histórico donde prácticamente todo estaba por dibujar.  Muchos de estos dibujos se realizaron en el umbral de lo científico y contienen llamativas distorsiones entre lo real y su representación. Distorsiones que estimulan nuestra imaginación más allá de lo real. Las imágenes de la Historia general de las cosas de la Nueva España de Bernardino de Sahagún, cualquiera de las incluidas en los bestiarios,  o las que incluye Martínez Compañon en su Trujillo del Perú, son claros ejemplos de esto.

 Hay, por tanto, una intencionalidad en la acotación temporal: no aparecen expuestas obras posteriores a la aparición de la fotografía, pues fue la fotografía la que marcó un punto de inflexión en la representación zoológica -más allá de cámaras obscuras y otros artilugios que abrieron el camino- . Los trabajos de Étienn Jules Marey o Eadweard Muybridge son, en este sentido, sintomáticos: la capacidad de detener el movimiento, de variar los enfoques o de captar al animal en las más diversas posturas cambiarían para siempre la manera de acceder a su imagen.

En la exposición prevalece el interés por la seducción visual sobre cualquier otro. Al fin y al cabo es la belleza, contenida tanto en las formas naturales como en los dibujos, sobre la recae la responsabilidad de atraparnos en la magia del gabinete a la que antes nos referíamos. Cuando observamos el grabado del cuarto de maravillas que Olaus Worm incluye en su Museo Wormianum, se nos despierta la necesidad de recorrer ese espacio bidimensional saltando de un objeto a otro, tratando de descubrir rarezas escondidas o deleitándonos con alguna de las más visibles. Vamos y volvemos sobre los objetos contenidos en la cámara sin un orden preestablecido dejándonos guiar por nuestra propia curiosidad.  El recorrido de la exposición propone el mismo juego: que el espectador entre en la biblioteca-gabinete y que sean los libros y animales los que le orienten en su viaje. Disfrutar del viaje ya depende de él.

Manuel Barbero Richart
Comisario de la exposición