Biblioteca Complutense

La imprenta renacentista y el nacimiento de la ciencia botánica

Por Aurora Miguel Alonso

 

La iniciativa de la Universidad Complutense de Madrid, a través de su Facultad de Farmacia, de homenajear a tres generaciones de la familia Rivas, dedicados a la enseñanza de la botánica en nuestra Universidad, ha sido un feliz motivo para que la Biblioteca Histórica presente al público interesado una selección de la riquísima colección de libros de botánica, de entre los siglos XV al XVIII. Una circunstancia doblemente feliz, por ser colección apenas disfrutada por los especialistas, al no haberse incluido de forma global hasta ahora en ningún repertorio especializado.

Como introducción a esta exposición, me ha parecido de interés analizar en este trabajo la importancia que ha tenido la labor entusiasta de un grupo de impresores renacentistas en la aparición y renovación de la ciencia botánica. En Italia, Alemania o Flandes, poderosas casas tipográficas apostaron por el riesgo financiero ante el reto que suponía la creación de un nuevo tipo de libros, el herbario impreso, en el que se combinaba la necesidad de depurar textos de la Antigüedad con la búsqueda de una ilustración cada vez más próxima a la Naturaleza. El resultado está a la vista.

 

Características del libro incunable y su repercusión en la difusión de la ciencia

En 1455, en el taller tipográfico de Johann Gutenberg, se imprimió la Biblia de 42 líneas, el primer libro impreso en Occidente con caracteres móviles. La finalidad buscada con este nuevo invento era ante todo conseguir la reproducción de un texto que mantuviera el máximo parecido con el manuscrito que tenía como modelo, pero abaratando el producto al pasar de un ejemplar único, a contar con copias múltiples exactamente iguales. La multiplicación de copias fue en un primer momento su único interés. Pero la difusión de estas copias por toda Europa, y la posibilidad de concentrar en bibliotecas privadas un número cada vez mayor de obras dio lugar a que paulatinamente el lector cambiase su forma de enfrentarse a los textos que estudiaba, desembocando paulatinamente en la creación de sistemas de pensamiento totalmente nuevos.

En la época del libro manuscrito, el esfuerzo del estudioso se concentraba normalmente en unos pocos textos, aquellos a los que tenía fácil acceso, comentándolos y explicándolos con el mayor lujo de detalles, era el período clásico del glosador. Con la aparición del libro impreso, el lector contaba frecuentemente con un conjunto de obras que le permitían la comparación de textos y su comentario crítico, posibilitando también el hallazgo de diferencias y hasta contradicciones entre las diversas ediciones y la búsqueda de un texto más depurado. Los textos nacidos por este sistema eran de nuevo multiplicados por los impresores y repartidos por la red de libreros, sirviendo a su vez como fuente de nuevas ediciones críticas en las que se habían incorporado correcciones y añadidos que habían facilitado además otros lectores interesados. En muy pocos años se había pasado del sabio errante viajando de biblioteca en biblioteca, buscando el manuscrito concreto que resolviera sus dudas, al erudito sedentario, quien en su lugar de trabajo recibía abundante información de su interés y que, una vez asimilada, va a enriquecer a su vez obras propias y ajenas. Una retroalimentación continua que va a contribuir poderosamente al nacimiento de la ciencia moderna.

A lo largo del período incunable, la estructura del libro va a variar sustancialmente. El estudioso del período manuscrito que quería referirse a un texto leído tenía que indicar el autor y el título de la obra (por supuesto sin ninguna referencia a un ejemplar concreto), el título del capítulo o su número y el párrafo correspondiente. Esto exigía que el texto se organizara frecuentemente en capítulos cortos, para que fueran fácilmente identificables. Ocurría así porque el libro manuscrito no contaba con portada, ni con índices, ni estaba foliado o paginado, elementos que hoy consideramos imprescindibles para la adecuada identificación de una obra (portada), para la fácil consulta de una cita (paginación) o para un mejor aprovechamiento del texto (índices temáticos o alfabéticos).

La necesidad sentida por el estudioso de identificar lo más exactamente posible una cita o una obra van a llevar a los impresores a introducir paulatinamente estas innovaciones, pero no fueron obra personal de un impresor concreto, sino fruto de una generación de tipógrafos que buscaron, y van hallando, el formato más adecuado para las nuevas necesidades de sus clientes potenciales. La paulatina introducción de estos elementos en el libro impreso va a facilitar la aparición de nuevas fórmulas de intercambio de información.

La creación de la portada y de la paginación fue un poco tangencial en los intereses de la primera imprenta, pero pronto se descubren su enorme potencial informativo. En un primer momento se relaciona más con el proceso de creación del libro que con el interés del impresor por facilitar al lector la utilización del libro. En el caso de la portada, el hecho de que, en el período incunable, el impreso saliera frecuentemente al mercado en pliegos sueltos, sin encuadernar, hizo que fuera habitual que los tipógrafos dejaran la primera hoja recto del primer cuaderno en blanco, para evitar que se deteriorara el texto en la manipulación del libro hasta que llegara al comprador. Muy pronto se constató la utilidad que suponía el que en esta primera hoja, inútil desde el punto de vista informativo, se añadieran algunos elementos identificativos, primero el título, luego el autor, y por último la marca de impresor, lugar y año, hasta formalizar en la primera década del siglo XVI el que se puede considerar como el carnet de identidad del libro, la portada moderna.

Parecido proceso se siguió en la paginación del libro. En el primer período incunable, el libro aparece sin ningún tipo de paginación. Cuando ésta aparece, su finalidad no fue tampoco la de orientar al lector en su lectura, sino proporcionar al impresor, y sobre todo al encuadernador, una guía para una manipulación más sencilla de los cuadernos y libre de errores, ya que permitía que quien tenía que organizar el libro después de la impresión supiera la adecuada ordenación de sus páginas, en un momento en que era muy frecuente que los cuadernos tuvieran un número desigual de hojas. Primero se utilizó el registro, listado al final del texto en el que se indicaba la primera palabra de cada cuaderno, más tarde la signatura, una secuencia de letras o signos, una para cada cuaderno, y que se imprimía en la parte inferior de las primeras hojas de cada cuaderno, y por último la foliación (frecuentemente en números romanos) o la paginación. Todavía a comienzos del siglo XVI sigue siendo muy frecuente el libro sin paginación.

La paginación de un libro es imprescindible a su vez para la creación de un tercer elemento, básico en el libro científico, la aparición de índices alfabéticos o sistemáticos, que mejoran sustancialmente el aprovechamiento de la información incluida en el texto. Los nuevos artesanos del libro se dieron cuenta de la importancia que tenía este elemento para una lectura más provechosa, y lo mucho que lo valoraban los lectores, por lo que, ya muchos de los primeros libros incunables cuentan con excelentes índices, y en la publicidad de algunos impresores, se especificaba que sus libros contaban con índices «más completos y mejor ordenados» que los del competidor.

En el campo de las ciencias descriptivas, la búsqueda de una transmisión más eficaz de la información fue facilitada también por otro elemento indispensable, la ilustración, que permitía que la descripción textual de especímenes de la naturaleza pudiera ser acompañada de una reproducción iconográfica lo más fiel posible con la realidad. La xilografía o grabado en madera, se utilizó en Europa durante todo el siglo XV para otros menesteres: estampación de naipes, de tejidos, etc. pero pronto quedó estrechamente vinculada a la imprenta, hasta el punto de que parece razonable considerar la existencia de una «doble invención», tipografía para el texto, grabado para las imágenes. Que el libro impreso hiciera posible nuevas formas de interacción entre estos distintos elementos tiene quizá más importancia que el cambio sufrido por las figuras o las letras por separado (Eisenstein, 1994).

En el campo específico de la botánica, es sugerente leer en la Historia natural de Plinio las dificultades que los naturalistas griegos encontraron para la descripción de plantas, al no contar con unas posibilidades de transmisión iconográfica, múltiple e idéntica en todas sus copias, como es el grabado: «Hay algunos autores griegos que han tratado este tema. Han reproducido las plantas en colores y han escrito debajo sus efectos. Pero la pintura misma es engañosa, pues los colores son muy numerosos, sobre todo si se quiere rivalizar con la naturaleza, y está demasiado alterada por los diversos azares de la copia».

El estudioso de las plantas del período manuscrito consideró muy útil ilustrar sus escritos para hacerlos más inteligibles; y con este fin incorporó en sus textos ilustraciones coloreadas. Pero los sucesivos copistas, y esto ocurrió a lo largo de mil años, iban añadiendo progresivas distorsiones, por lo que las ilustraciones, en ver de resultar una ayuda, se convirtieron en un obstáculo para la claridad y precisión de sus descripciones. Y por otra parte, aquellos autores que renunciaron a incorporar en sus textos ilustraciones, comprobaron que sus descripciones textuales eran incapaces de describirlas con suficiente fidelidad como para que pudieran ser reconocidas, pues las mismas plantas recibían nombres diferentes en los distintos lugares y, además, el lenguaje botánico no estaba tampoco desarrollado. De ahí que muchos autores renunciaran también a describir sus plantas y se contentaran con enumerar todos los nombres que conocían de cada planta, así como las dolencias humanas para las que resultaban beneficiosas. Es el herbario medieval (Ivins, 1975).

 

El herbario medieval

El herbario tiene una larga tradición manuscrita. Desde finales de la edad Antigua y a lo largo de toda la Edad Media tratados sobre las plantas y sus propiedades curativas se copiaron una y otra vez partiendo de unos textos que enraizaban en la Antigüedad grecolatina. Pero durante toda la Edad Media los textos originales fueron variando paulatinamente a causa de traducciones, interpolaciones de nuevos textos, influencias del mundo árabe, judío o bizantino, hasta el punto de que, partiendo de unos pocos textos originales, la variedad de los textos resultantes a finales de la Edad Media, en la época del nacimiento de la imprenta, sea muy grande.

Antes de iniciar el estudio pormenorizado del herbario medieval, aquellos que desembocaron en el libro impreso, hay que delimitar el concepto de herbario. En este momento, y hasta muy avanzado el siglo XVI, la palabra herbario se refiere siempre a un libro con finalidad esencialmente curativa, en el que se enumeran los productos salidos de las plantas, y en menor medida, de los animales y minerales con valor sanitario. Era un libro de simples, entendiendo por esta palabra un medicamento compuesto por un solo componente, procedente de la naturaleza, especialmente del mundo vegetal.

La información de un herbario se ordena de una forma muy parecida en todos ellos, con más o menos extensión: nombre de la planta, una lista de sinónimos, descripción de sus características, su distribución geográfica y su hábitat, enumeración de los primeros autores que han citado la planta, sus propiedades curativas, como de recogerla y prepararla, una lista de los medicamentos que se pueden preparar con ella, las enfermedades que cura y, por último, las principales contraindicaciones. En el caso de los herbarios ilustrados, la imagen de la planta suele preceder a la información escrita.

En la historia del herbario medieval, se pueden formar dos períodos bien diferenciados, y que grosso modo coincide con la Alta y la Baja Edad Media. En el primer período, los herbarios conservados tienen una fuente predominante, el tratado médico de Dioscórides: Peri hyles iatrikes o De materia médica, redactado en griego en el siglo I d. C., diseminándose en multitud de variantes por toda Europa, hasta la llegada de la imprenta (cat. 9-16).

La obra de Dioscórides se difundió y se impuso rápidamente por todo el área mediterránea, en un primer momento por Bizancio, y a partir de aquí, por los países dominados por el Islam, y el Occidente medieval. Desde el primer momento los manuscritos más bellos se enriquecieron con miniaturas que representaban las plantas y animales estudiados, pinturas que también ejercieron una poderosa influencia en las etapas posteriores.

A lo largo de toda la Edad Media, la Materia medicinal se conoció en las tres lenguas científicas utilizadas en uno u otro momento en el Occidente medieval: el texto griego, difundido sobre todo desde la Italia bizantina; el texto latino, traducido desde el original griego en Italia del Sur y África del Norte a partir del siglo VI; el texto árabe, traducido en Bagdad en el siglo IX y transmitido a Occidente a partir del Califato de Córdoba en el siglo X; y el texto latino traducido del texto árabe preferentemente en Italia del Sur, a finales del XI o principios del XII. Estas múltiples formas de transmisión textual dieron lugar a una gran diversidad de manuscritos en los que se habían incorporado numerosas variantes, interpolaciones y corrupciones que hacían casi ininteligible el texto original.

La incorporación al mundo de la imprenta del texto de Dioscórides se hizo en dos etapas. Primero se imprimió en 1476 la que en algunos textos se ha considerado como su edición princeps, pero que en realidad es un conocido compendio farmacológico, el Dyoscorides, redactado en la Escuela de Salerno, y en el que, al texto refundido de Dioscórides y organizado alfabéticamente, se le sumaron adiciones de Gargilius, Martialis, Apuleyo Platónico, Pseudo-Oribasio, Isidoro, Galeno y otros con comentarios de Pietro d'Abano, profesor de Padua del siglo XIV. La primera edición del libro de Dioscórides, ya parcialmente depurada de añadidos medievales, fue llevada a cabo por el impresor veneciano Aldo Manuzio en 1499 (Miguel, 1999).

Estrictamente contemporáneo de Dioscórides fue Cayo Plinio Segundo, que redactó una obra enciclopédica de gran difusión en la Edad Media, la Naturalis Historia. El tratado está dividido en treinta y seis libros, de los cuales son de interés botánico los libros XII a XIX, reino vegetal; y XX a XXVII, plantas de interés médico. El interés concedido por Plinio a la botánica médica lo expresa en el último párrafo del libro XIX: «Hemos terminado con las plantas de huerto, exclusivamente en sus empleos alimenticios. Falta tratar todavía, a decir verdad, la importante cuestión de su naturaleza... La verdadera naturaleza de cada planta no puede ser bien conocida sino por sus efectos medicinales. Una legítima preocupación de método nos ha llevado a no tratarla a propósito de cada planta, para no estorbar ni demorar a las personas que sólo se interesan por las virtudes médicas». (Serbat, 1995). Estos últimos ocho libros son los que los autores medievales copiaron, extractaron y recensionaron en multitud de copias, incluyéndose también parcialmente en herbarios posteriores (cat. 3).

La inmensa reputación de la obra de Plinio en la Edad Media explica el enorme caudal de manuscritos que de ella poseemos, más de doscientos. Es verdad que muchos no contienen más que fragmentos o incluso resúmenes, sin contar, aún en los mejores casos, con todos los errores, contaminaciones, «correcciones» y otras dificultades que los estudiosos que se han enfrentado a ellos conocen bien.

La edición princeps de la Naturalis Historia apareció en Venecia en 1469. Fue seguida por muchas otras, acompañadas a menudo de trabajos críticos, todavía útiles hoy día, y que en todo caso dan testimonio de una extraordinaria erudición: Ermolao Bárbaro, Beato Renano, el Pinciano, Saumaise, Beroaldo, Caesarius, Erasmo, etc. La edición que se impone definitivamente es la del jesuita Hardouin, 1685 (Serbat, 1995).

En el siglo IV un denominado Apuleyo Platónico compila un nuevo Herbarius, utilizando fuentes griegas y latinas, en particular a Plinio. Las últimas investigaciones proponen que existió una primera redacción en la segunda mitad del siglo IV, y una «modernización» del texto en el siglo VII. Posiblemente todas las variantes de este Herbarius fueron escritos en la península italiana (Collins, 2000). Con frecuencia aparece incorporado a un corpus de textos más amplio, en el que se agregan obras como el Ex herbis femininis o el Curae herbarum, que nunca fueron copiadas de forma independiente. La popularidad de este herbario perduró durante toda la Edad Media, si bien declinó a partir del siglo XIV. Está organizado en 130 capítulos, cada uno de los cuales se dedica a una planta, con ilustración incorporada. Los datos reseñados siguen más o menos la enumeración anterior: su nombre, tanto en latín como en púnico, dacio, egipcio, persa, griego e itálico, y en ocasiones su hábitat, sus valores curativos, etc. Sus orígenes italianos explican que fue el primer herbario ilustrado impreso en ese país, en Roma, 1481, adornado con bellas ilustraciones coloreadas a mano. Se cree que la impresión se realizó en los recintos del Vaticano, bajo la responsabilidad de Joannes Philippus de Lignamine, humanista siciliano cercano al Papa Sixto IV. En el libro se explicita que el libro impreso está basado en un manuscrito conservado en el monasterio de Montecassino, del que también se copiaron los grabados.

A partir de los siglos XII y XIII se compilan nuevos herbarios, esta vez bajo la poderosa influencia de la Escuela de Salerno, establecida en esa ciudad italiana, aprovechando la proximidad del monasterio de Montecassino. Las influencias de Bizancio y del mundo árabe en la Italia meridional, hicieron que esa ciudad se convirtiera en un centro internacional de actividad médica, con influencia en todo el occidente medieval cristiano. Cualesquiera que hayan sido sus orígenes, lo cierto es que ya al comienzo del siglo XI ejercen y enseñan en Salerno médicos de renombre, que redactan breves tratados, de intencionalidad didáctica (Puerto, 1997).

La compilación de estos tratados desembocó a finales de la Edad Media en la aparición de una tipología de herbarios, todos ellos ilustrados, que en su momento también pasaron a la imprenta. Quizá el texto de tema botánico que ejerció más autoridad fue el redactado por Matthaeus Platearius, conocido como Circa instans, porque es con estas palabras con las que se inicia el texto. Describe cerca de quinientas plantas, con datos como su origen geográfico, su denominación griega y latina, condiciones para su conservación, sus principales virtudes, etc. Sus fuentes son, en primer lugar la Materia medica de Dioscórides, en su versión latina, y también otros textos de interés botánico, como el ya mencionado Herbarius de Apuleyo Platónico, o el Macer Floridus.

El manuscrito original del Circa instans se considera que fue redactado a finales del siglo XII, pero fue muy pronto traducido al francés, en el siglo XIII, con el título de Livre des simples médecines (cat. 20). A partir de comienzos del siglo XIV aparecen también ejemplares ilustrados. Fue impreso por primera vez en 1478 (Valverde López, 1986).

El otro tratado citado, el Macer floridus, tiene por título De viribus herbarum, y se ha atribuido su autoría tradicionalmente a un clérigo francés, Odo de Meung (Odo Magdunensis), que vivió en la zona del Loire en la primera mitad del siglo XI, aunque las últimas investigaciones parecen confirmar que existió una versión del siglo X procedente de Alemania. A lo largo del siglo XI se incorporan al texto primitivo adiciones procedentes del mundo árabe, gracias a las traducciones llevadas a cabo por la Escuela Salernitana (cat. 19).

El texto del Macer floridus se organiza en versos latinos y fue impreso por primera ver en la ciudad de Nápoles el año 1477, con la descripción de ochenta y ocho hierbas Si bien esta primera edición carecía de ilustraciones, las ediciones posteriores, muy abundantes, incorporan para su ilustración tacos xilográficos de una gran simplicidad, lo que facilita su copia por diferentes grabadores. Su aceptación en el mundo anglosajón hizo que todavía se imprimieran herbarios derivados del Macer floridus como el New Herbal of Macer, versión inglesa de 1525, o incluso el Macer Heball (1539), si bien en este último su influencia es menor (Cabello de la Torre, 1990).

 

La imprenta en Italia. La controversia de credibilidad de las obras de Plinio y Dioscórides. Aldo Manuzio

Los tipógrafos de Maguncia, cuna de la imprenta, trataron inútilmente de guardar el secreto de su nuevo invento. Muy pronto, operarios que habían trabajado con Gutenberg salieron de la ciudad y se diseminaron por toda Europa, estableciéndose primero en ciudades de Alemania, y muy pronto en diversos puntos de Italia, Francia, España, etc. Italia era sin duda un país rico, próspero y cultivado, con Roma como centro de la cristiandad y Venecia como centro del comercio mundial. Además, su estructura política, económica y social se parecía en algunos aspectos a Alemania, por la ausencia de un poder central fuerte, y por una vida municipal intensa y próspera. La nueva técnica de la imprenta se desarrolla en Italia, llevando el invento a fórmulas totalmente nuevas, gracias a necesidades también nuevas; es mérito de la tipografía italiana la creación del libro moderno, más cercano a nuestros días que al modelo manuscrito de donde surgió, por la tipografía utilizada, la organización de la portada, la estética de las ilustraciones, el sistema de paginación e índices, etc.

La entrada de la imprenta en Italia estuvo marcada desde el principio por el interés de ciertos círculos humanistas por recuperar y depurar los textos de la Antigüedad clásica. El importante número de estudiosos afincados en la región del Véneto, por la cercanía de Bizancio y por la vitalidad de su vida universitaria: Ferrara, Padua, etc., dio lugar a que su imprenta pronto prevaleciera frente a la poderosa ciudad de Roma, cercana a la corte vaticana. Venecia, en pocos años, se convertirá en la capital mundial del libro impreso, no sólo por el número de libros salidos de sus prensas, sino también por la novedad de su contenido y por su excelente presentación. Hasta el año 1500, más de ciento cincuenta impresores, y más de cuatro mil títulos se publicaron en esta ciudad, produciendo ella sola en este período una décima parte de lo publicado en todo el mundo.

En 1469 se introduce la imprenta en Venecia de manos de un alemán, Johann de Spira. Inicia su trabajo con las Epistolae ad familiares de Cicerón, de las que realizó dos ediciones en pocos meses, y a la que siguió, en ese mismo año, la Naturalis Historia de Plinio. La elección de este texto de entre toda la literatura latina se debió sin duda al interés de los estudiosos, de los filólogos e historiadores, pero también de profesores de medicina y profesionales sanitarios, que querían tener acceso al texto completo de una obra tan citada y copiada en los herbarios y compendios médicos medievales.

La Señoría de Venecia concedió a Spira el privilegio de imprimir en exclusiva en esa ciudad durante cinco años, reconociendo en el documento lo excelente de su trabajo, especialmente por la letra utilizada «pulcherrima literarum forma». En el momento en que llevó a cabo esta edición, todavía no contaba con letrería griega, por lo que tuvo que reservar espacios en blanco para las palabras griegas existentes en el texto, con intención de añadirlas manualmente, antes de su venta. Johann de Spira murió sólo un año después de haber abierto su taller, haciéndose cargo de él su hermano Vindelinus.

El interés despertado por la edición impresa de la Naturalis Historia de Plinio se constata por el número de ediciones realizadas durante el siglo XV, once sólo en Italia, a las que hay que agregar la versiones al italiano llevadas a cabo, todas ellas, en Venecia

La primera edición después de la edición princeps de Spira, y la primera versión al italiano se realizaron, también en Venecia, en la imprenta del francés Nicolás Jenson, rival de Vindelinus Spira y muy conocido en el mundo de la tipografía por la creación de su hermosa letra romana, y cuyo diseño fue recuperado en el siglo XIX por el inglés William Morris (la actual letra Times Roman proviene directamente de ella).

El humanista Cristoforo Landino, profesor de la Academia florentina y maestro de Lorenzo de Medicis, de Ficino y de Poliziano, la tradujo al toscano, posibilitando con ello la lectura a un número mucho mayor de personas: Historia naturale di C. Plinio Secondo tradocta di lingua latina in fiorentina per Christophoro Landino fiorentino (1476). Es un espléndido libro in-folio, considerado como uno de los trabajos más bellos salidos de las prensas de Jenson. La letra utilizada, soberbia, está inspirada en los más bellos manuscritos humanísticos italianos (cat. 3).

Las numerosas ediciones salidas de prensas italianas de la obra de Plinio, incluyendo sus traducciones al italiano, no tuvieron una única fuente. El impresor que se enfrentaba con un texto tan complejo contaba por supuesto con las ediciones anteriores, que sin duda intentaba mejorar, pero también con nuevos manuscritos aportados por intelectuales de su entorno, que buscaban con su esfuerzo recuperar el texto original deformado tras más de mil años de copias, sin apenas elementos de comparación y depuración crítica. Por ello, en 1492, el médico y filólogo Niccolò Leoniceno, profesor en las universidades de Padua, Bolonia y Ferrara, da un paso adelante y publica un trabajo donde saca a la luz, las contradicciones que, según su criterio, existían en el texto latino: Plinii et aliorum doctorum, qui de simplicibus medicaminibus scripserunt, errores notati (Ferrara, 1492), favoreciendo en su valoración la obra de Dioscórides sobre la de Plinio (cat. 4). Se da la circunstancia de que Leoniceno fue discípulo de Ognibene da Lonigo, quien a su vez colaboró con la imprenta de Nicolás Jenson en la época en que éste publicó la versión toscana de la Naturalis Historia.

Leoniceno era consciente de las razones por las que se incorporaron errores en los textos de Plinio consultados por él, manuscritos o impresos, y los asumía como algo inevitable en las nuevas ediciones de todos los autores grecolatinos que se estaban llevando a la imprenta. Pero su crítica a la obra de Plinio la llevó más lejos, al considerar que su tratado, en el campo de la botánica, había errado numerosas veces en la identificación de plantas, sobre todo cuando su información se basaba en textos del mundo griego, especialmente de Dioscórides, acusándolo también de haber dado crédito a noticias y opiniones equivocadas, y que más tarde pasarían sin ningún tipo de criba a los textos medievales. Como médico que era, fue consciente además del peligro que suponía aceptar y difundir textos como el de Plinio sin hacer antes una valoración estricta de su contenido científico, cuando su obra había llegado al siglo XV en muchas ocasiones a través de intermediarios árabes, y a su vez traducidos al latín, lo que conllevó una nueva fase de corrupciones y errores, sobre todo en el caso de las denominaciones de plantas.

La controversia creada por Niccolò Leoniceno fue contestada inmediatamente por otros autores, entre otros, Pandolfo Collenuccio, Pliniana defensio (Ferrara, 1493) y Ermolao Barbaro, Castigationes plinianae (Roma, 1593) (cat. 5), quienes defienden la obra pliniana y consideran que los errores localizados en sus textos se deben en gran parte al trabajo de los curatori y de los amanuenses que habían intervenido en las consecutivas copias. A pesar de estas «contestaciones», la obra de Dioscórides ganó en credibilidad definitivamente frente a la obra de Plinio en el campo de la botánica y la materia médica. Las castigationes de Leoniceno, Barbaro y Collenuccio son un ejemplo muy aclaratorio de cómo la labor conjunta de los estudiosos y de los impresores (personalidades que en algunas ocasiones coincidían) desembocaron en la segunda mitad del siglo XV en adelantos importantes en el conocimiento científico.

Pero para que la comparación de las obras de autores latinos y griegos (es el caso tratado ya de las obras de Plinio y Dioscórides), fuera equilibrada, era necesario acceder a estos últimos también en su idioma original, sin mediadores que pudieran incorporar en su versión errores o interpretaciones personales. En una primera fase de la historia de la imprenta italiana, el acceso a los autores griegos se hizo inevitablemente a través de traducciones al latín, hechas muchas veces, a petición de mecenas italianos, por exiliados bizantinos que huyeron de su país con la toma de Constantinopla, y que, en su huida, incluso trajeron ellos mismos los manuscritos sobre los que basaron su labor de traductor. Así ocurrió con Teodoro Gaza, nacido en Salónica, de donde se trasladó a Italia huyendo de la fuerza turca. Nicolás V y el cardenal Besarion protegieron su labor de introducir la cultura griega en Italia, siendo por ello uno de los más destacados promotores del humanismo clásico italiano.

La imprenta italiana tardó en cambio bastantes años en atreverse a iniciar la edición de textos con caracteres griegos, ya que suponía un riesgo económico que sólo se podía afrontar si el taller de impresión contaba con un respaldo financiero fuerte, que asumiera la posibilidad de un escaso número de ventas. Era necesaria además la creación de nuevos juegos de caracteres, la preparación de operarios conocedores del idioma, intelectuales que apoyaran con sus conocimientos la selección del manuscrito adecuado, etc. Por ello, en un primer momento, los impresores italianos se limitaron a transcribir al latín las anotaciones griegas de los textos latinos que editaban o, como ya hemos visto en el caso de Jenson, a dejar en el lugar correspondiente un espacio en blanco, que se escribía después a mano. La necesidad se había planteado en círculos muy reducidos desde la introducción de la imprenta en Italia, pero sólo a partir de 1474 comenzaron a imprimirse libros totalmente en griego, o a dos columnas, la una con el texto original y la otra con su traducción latina (Febvre, 1962). Pero quien realmente llevó a cabo ediciones en griego de una forma sistemática fue el impresor veneciano Aldo Manuzio.

Aldo Manuzio es el mejor ejemplo de lo que fue en el renacimiento la figura del impresor humanista. Nació en Sermonetta, en los Estados romanos. Se trasladó a Roma donde terminó sus estudios latinos, y más tarde pasó a Ferrara para estudiar la lengua griega bajo la dirección de Baltasar Guarini. Inició un período de docencia, pero al estallar la guerra entre Venecia y el duque de Ferrara, Aldo se refugió en casa de quien entonces era su discípulo, Pico de la Mirandola. Junto a él disfrutó de dos años de generosa hospitalidad, trabando amistad allí con grandes personalidades del humanismo italiano.

El contacto de Aldo con sabios bizantinos refugiados en Italia le llevó a concebir el proyecto de crear un taller tipográfico especializado en ediciones griegas, que Pico de la Mirandola podía costear. En Venecia abundaban los impresores y los libreros, y allí también se habían establecido muchos de los refugiados griegos, por lo que decidió abrir allí su editorial. Eligió como correctores, y probablemente como cajistas, a antiguos calígrafos cretenses. Inició su trabajo con la edición de gramáticas griegas, como la de Lascaris y la de Teodoro de Gaza, para ir posibilitando el afianzamiento del conocimiento del griego entre sus futuros lectores. Para favorecer el contacto entre helenistas de toda Europa, formó en Venecia la Academia aldina, que se reunían una vez a la semana para elegir los textos que habían de imprimirse o los manuscritos cuya versión parecía más autorizada. La cercanía de la Universidad de Padua, y su famosa Facultad de Medicina también propició la publicación de obras fundamentales utilizadas en la enseñanza de la medicina.

Aldo inició la colección de clásicos griegos en 1498, dando a la luz, y sin contar con reediciones, hasta cuarenta y tres obras y cincuenta y cuatro volúmenes de autores griegos, y la mayor parte de ellos, por primera vez. En esta colección se publicaron las obras de Aristóteles, Teofrasto o Dioscórides. La colección de autores latinos la inició años más tarde (Febvre, 1962). En este campo, Niccolò Leoniceno fue uno de los humanistas que colaboró más estrechamente con Aldo en la nueva tarea que se había marcado siendo uno de los responsables de las ediciones de Aristóteles y Teofrasto (cat. 2), y prestando personalmente un manuscrito de su biblioteca personal para que sirviera de fuente en la edición de este último.

A partir de este momento, los estudiosos europeos van a contar con buenas ediciones de los autores griegos en su idioma original, y además con cada vez mejor traducciones, primero en latín, y luego en las diferentes lenguas vernáculas, lo que posibilitó definitivamente el conocimiento depurado de la cultura griega en el Renacimiento europeo. Como ejemplo de esta sucesión de ediciones, se puede consultar en Miguel (1999) la relación de las principales ediciones de la obra de Dioscórides realizadas a lo largo de todo el siglo XVI, tanto en su idioma original, como en latín y en las principales lenguas vernáculas, con o sin comentarios.

 

Los herbarios de Maguncia. Peter Schöeffer

Es significativo que los primeros herbarios que se separan de una manera clara del herbario medieval se redacten y se editen en la ciudad en que se inventó la imprenta, en Maguncia. La originalidad del herbario surgido en Alemania en los últimos quince años del siglo XV se produjo posiblemente por diversas razones, una de las cuales, sin duda, fue la vitalidad de la imprenta alemana durante estos años, que les llevó a arriesgarse a abandonar los textos de los herbarios medievales, aceptados por todos, y aún así confiar en el éxito comercial. Pero también existía sin duda un problema de credibilidad en esta región hacia el herbario tradicional. Las diferencias existentes entre el hábitat fitogeográfico de los países germánicos y el del mundo mediterráneo, de donde eran descritas las plantas de los herbarios clásicos y medievales, hacían prácticamente ininteligibles buena parte de las descripciones al usuario de estos textos. Simplemente, una parte de las plantas descritas por Dioscórides, Plinio, Apuleyo Platónico o Matthaeus Platearius no crecían en Alemania. Y esto llevaba a los lectores a realizar continuos esfuerzos imaginativos (por otra parte ineficaces) para identificar las hierbas y plantas de su entorno con las descritas en los textos.

Todavía podemos señalar un tercer factor que favoreció el éxito de este tipo de textos, y fue la débil red de universidades en el mundo germánico, que significaba a su vez falta de profesionales médicos para una gran parte de la población, que les ayudaran a enfrentarse con sus enfermedades. Un texto médico que asesorara sobre el valor curativo de las plantas de su entorno, escrito en latín, o en propio dialecto alemán, y con atractivas ilustraciones tenía muchas posibilidades de lograr un gran éxito editorial, no sólo entre los médicos y estudiantes, sino también entre la población no profesional.

Peter Schöffer, impresor socio de Gutenberg, inició en 1484 la publicación de una serie de tratados en los que, a modo del herbario medieval, incorporaba un texto descriptivo de plantas medicinales, sencillo y adaptado al entorno, y una bella reproducción xilográfica, aprovechando la importante tradición de grabadores que, aun antes de la aparición de la imprenta, existía en Alemania. La inmejorable situación de Maguncia, al borde del Rhin, lugar de paso imprescindible entre Flandes, Suiza e Italia, y el indudable olfato comercial de Schöffer, hizo que su taller tipográfico se convirtiera en uno de los primeros emporios comerciales del libro en toda el área centroeuropea.

La variedad existente en los ejemplares conservados recuerda todavía la forma de transmisión textual de la época manuscrita, en la que cada copista, en este caso, cada tipógrafo, y éste incluso en cada edición, incorporaba las variaciones que consideraba oportunas y necesarias para hacer el texto más atractivo, sin asumir todavía ningún problema de respeto al texto reproducido. A pesar de esta variedad, se pueden diferenciar tres series claramente diferenciadas, que se agrupan bajo los títulos de Herbarius latinus, Gart der Gesundheit y Hortus sanitatis. Cada uno de estos grupos mantienen entre sí numerosas semejanzas, que a su vez los diferencian de los otros dos grupos.

El primer herbario, el Herbarius latinus es el más sencillo, y el que guarda más conexiones con el pasado, sobre todo en las ilustraciones. El texto, un tratado de remedios simples, estaba dirigido a gente sencilla, con la descripción de plantas mayoritariamente nativas de Alemania y de jardín Se presenta en formato cuarto y la descripción de cada planta está acompañada de su ilustración correspondiente, unas 150; los grabados son muy esquemáticos, tendiendo a la simetría, y sin mantener correctamente las proporciones del modelo real. En el mismo año de 1484, se publicaron dos nuevas ediciones, en Spira y en Lovaina, exactamente iguales, con la única variación del cambio de los nombres nativos de las plantas. En total aparecieron once ediciones sólo en el siglo XV (Anderson, 1977).

Un año más tarde, en 1485, Schöeffer da un paso adelante en busca de la credibilidad de sus tratados, tanto en el texto como en las ilustraciones, y edita un nuevo herbario, esta vez en alemán, el Gart der Gesundheit, conocido también como Herbarius zu Teutsch (Arber, 1986) y cuyas ilustraciones, hermosas y bien dibujadas, supusieron una inflexión en la historia de la ilustración botánica. Por primera vez en este tipo de tratados, se abandona la lengua clásica, griego o latín, y se redacta en un lenguaje que entienden las personas no eruditas. Además, en el prólogo, nos comenta Schöffer el interés que tuvo en que las ilustraciones fueran tomadas de la naturaleza, para que el lector las pudiera identificar más fácilmente. Esto se constata al menos en 65 de las ilustraciones, un número importante si tenemos en cuenta la tradición. El número de plantas incluidas se duplica respecto al herbario anterior. El formato pasa a ser folio, y las xilografías son de mayor tamaño, con lo que es posible la reproducción más detallista de las plantas. Se duplica también el número de páginas y se incluye un tratado sobre la orina. Durante la primera mitad del siglo XVI, el texto del Gart der Gesundheit siguió incorporando actualizaciones y nuevas ilustraciones que incorporaban a la obra un barniz de modernidad.

La edición prototipo del Ortus sanitatis, el tercero de los conocidos como herbarios de Maguncia, se publica también en esta ciudad, esta vez en la imprenta de Jacob Meydenbach, 1491; ediciones posteriores se imprimen también en otras ciudades alemanas y, ya en el siglo XVI, aparecen ediciones traducidas al latín y al francés, esta última con el título Le jardin de la santé, impreso en París, por Philippe le Noir (Arber, 1986).

El texto es básicamente el del Gart der Gesundheit parcialmente modificado, al que se le ha añadido tratados sobre animales, pájaros, peces, piedras preciosas y sobre la orina. Sólo apenas un tercio de los grabados son nuevos, el resto son copiados, a escala reducida, del herbario alemán. Se incorporan además ilustraciones a toda plana a modo de frontispicio al comienzo de cada tratado. Entre los grabados aparecen escenas de género, con vestimentas propias de la región donde se imprime, y representaciones de paisajes, lo que hace que las ilustraciones muestren una mayor variedad (cat. 21).

Para estudiar el esquema organizativo de los tres herbarios hemos seguido el trabajo de Arnold D. Klebs (1918). Parte para ello de un ejemplar prototipo, el que considera más antiguo, y enumera en cada grupo la existencia o no de portada, las partes de la obra y los índices, el número de ilustraciones y su situación en el texto, el formato, etc. A pesar de haber sido hecho este estudio en una fecha tan lejana, 1918, y que en esa época muchos de los ejemplares hoy conocidos todavía no se habían localizado, en lo fundamental mantiene plenamente su vigencia.

Herbarius latinus.

Prototipo: Mainz: Peter Schöffer, [14]84. Cuarto. 174 páginas, 150 plantas numeradas con el nombre en latín y en alemán. Organización del texto:

Portada
Inicio del prefacio: Rogatum plurimorum, etc.
Pesos medicinales; parte ilustrada
Índice alfabético de plantas
De virtutibus herbarum, 150 plantas ilustradas
Índice de 96 simples, desarrolladas, indicando su acción o derivación
Gart der Gesundheit (posible autor: Johann Cuba).

Prototipo: Mainz: Peter Schöffer, 28 marzo 1485. Folio. 358 páginas, 379 ilustraciones, de las cuales, 368 plantas y 11 animales.

Organización del texto:

Inicio del prefacio: «Oft und viel hab ich bei mir selbst…»
Texto principal, ilustrado, en 435 capítulos numerados, en los que se describen principios activos, mayoritariamente vegetales, ordenados alfabéticamente
Primera tabla de contenido, agrupando los remedios según su acción o derivación
Capítulo sobre orina (diagnóstico)
Segunda tabla de contenido, agrupando los remedios por el nombre de las enfermedades o síntomas
Tercera tabla de contenido, lista de los encabezamientos del capítulo en latín como aparece en el texto principal. En algunas ediciones se le añade una cuarta tabla incorporando una lista alfabética con los sinónimos alemanes
Hortus sanitatis

Prototipo: Mainz: Jacob Meydenbach, 23 junio 1491. Folio.

Organización del texto:

Inicio del prefacio: «Omnipotentis eternique dei...»
Texto principal en seis tratados, con separación entre las distintas partes
Dos tablas de contenido en cinco divisiones, la primera ordena alfabéticamente los nombres de enfermedades o síntomas, la segunda o tabula generalis, ordena las cabeceras de cada capítulo
Ilustraciones, de tres a seis, que sirven como frontispicio de cada división. Las ilustraciones del texto pueden llegar hasta 1.000
Colación: de 360 a 476 hojas, en dos columnas
En este esquema, forzosamente breve, resalta la progresiva importancia dada, tanto a los índices como a las ilustraciones, dos elementos muy valorados por el lector, ya que facilitan al máximo el aprovechamiento de la información recibida a través del texto.

 

Los padres de la botánica alemana. Los impresores Hans Schott y Christian Egenolff

El retorno a la naturaleza en la ilustración botánica se consolida de una manera esplendorosa cuarenta años más tarde. Desde la publicación del Hortus sanitatis hasta 1530, se siguen publicando nuevos herbarios, burdas copias de los aparecidos en el siglo XV, con toscos tacos xilográficos y con imprecisiones añadidas que desvirtúan la exactitud de las descripciones. La renovación de la tradición alemana en la edición de herbarios se inicia en 1530, cuando Otto Brunfels publicó en Estrasburgo el primer tomo de su tratado Herbarium vivae eicones (cat. 23). Fue el primero de una serie de tratados sobre plantas en los que, admitiendo ya la autoridad indiscutible del texto de Dioscórides, incorporan de una forma progresiva la descripción de nuevas plantas de la región en que viven.

A pesar de que sólo Otto Brunfels figura como autor de este herbario, su autoría hay que repartirla en buena lid entre las tres personas que intervinieron en su publicación: Johann Schott, que funcionó como editor intelectual y financiero, Otto Brunfels, redactor de los textos, y Hans Weiditz, dibujante de las ilustraciones, que diversos grabadores traspasaron a xilografías. La conexión del editor y el autor venía de años atrás, y parece que fue Schott quien animó a Brunfels a iniciar esta aventura. Como precedente del Herbarium se puede considerar la edición en 1529 de una traducción latina de la Materia medica de Dioscórides, editada por Brunfels y realizada en las prensas de Schott. El proyecto del herbario tuvo que iniciarse bastante antes de la publicación de esta obra, ya que el dibujante y los grabadores necesitaron sin duda más de un año para la creación de las xilografías; si se considera además que Brunfels aprovechó el texto de Dioscórides para redactar los comentarios a cada planta, parece fácil deducir que ambos libros formaban parte de un proyecto común.

De hecho, los estudiosos que han profundizado en el texto de este herbario coinciden en afirmar que presenta poca originalidad frente a su modelo griego. Hay casos incluso en que el autor se equivoca en la identificación de algunas plantas, y en otras apenas puede incorporar ningún dato, ya que no está descrita en el de Dioscórides. Por ello se insiste en que fue Schott el principal responsable del proyecto, y quien encargó directamente las ilustraciones, teniendo Brunfels que adaptarse a la selección ya hecha. Los dos primeros tomos de la obra se publicaron en Estrasburgo en 1530 y 1532, el tercero en 1536, cuando ya Brunfels había fallecido. Fue traducido al alemán a partir de 1532.

Por encima del texto compilado por Brunfels, se valoran los dibujos de Hans Weiditz, uno de los grabadores más importantes del momento, de la Escuela de Durero, que fijó nuevas fórmulas de veracidad y belleza para los herbarios impresos, y que hicieron del Herbarium... una obra de referencia básica en el mundo de la ilustración botánica. Se han conservado dibujos pintados a la acuarela de las ilustraciones de la obra, posiblemente hechos por Weiditz, para que sirvieran de modelo para el coloreado posterior de los grabados en el mismo taller. No hay que olvidar que el color es un elemento identificador importante en una planta, por lo que, el hecho de que los ejemplares fueran coloreados no tenía una connotación de lujo, sino de descripción científica. Pero el elevado coste de los ejemplares coloreados hizo que parte de ellos se vendieran sin iluminar. Weidetz no colaboró ya en la edición del tercer tomo de la obra, cuando ya Brunfels había fallecido, por lo que el impresor tuvo que acudir para la ilustración de este tomo a grabados tradicionales de los herbarios del siglo XV.

El interés que despertaron las ilustraciones del Herbarium llevó a su impresor a publicar, en 1542, la obra de Dioscórides ilustrada, bajo el título In Dioscoridis historiam Herbarum certissima adaptatio. Para esta edición Schott aprovechó buena parte de los grabados utilizados diez años antes en la obra de Brunfels. También en 1543, el impresor de Francfurt, Christian Egenolph, que ya había sido denunciado y condenado por utilizar grabados propiedad de Schott para la edición de otro herbario, publicó otro Dioscórides ilustrado, y en él utilizó de nuevo dibujos originarios del herbario de Brunfels.

Pero quizá la obra que más influyó en el establecimiento de unas pautas científicas para la ilustración botánica fue la de Leonhart Fuchs, nacido en Wemching, Bavaria, en 1501. Fue ferviente luterano, como muchos de los naturalistas centroeuropeos. Inició la práctica de la medicina en Munich, pasando más tarde a la Universidad de Ingolstadt y a partir de 1535 a la ciudad de Tubinga, donde fue protomédico y profesor de la Universidad. Fue llamado, pero declinó la invitación, por la Universidad de Pisa y por el rey de Dinamarca para ser su médico particular. Adquirió un gran prestigio profesional, sobre todo a partir del éxito que obtuvo en el tratamiento de una epidemia que asoló Alemania en 1529 (Arber, 1986).

Fuchs criticó fuertemente el desconocimiento que los médicos tenían sobre las plantas y su terapéutica, y se declaró favorable a las teorías de Leoniceno, denunciando los errores encontrados en numerosas obras médicas publicadas recientemente, Errata recentiorum medicorum. LX numero, adjectis eorundem confutationibus in studiosorum gratiam (Haguenau, 1530). Su obra más importante, y por la que se le considera como uno de los padres indiscutibles de la botánica, es De historia stirpium (Basilea: Isingrin, 1542), en la que reproduce el sistema clasificatorio de Teofrasto, aceptando con pragmatismo datos de diferentes fuentes, pero especialmente de Dioscórides (cat. 25). Incorpora al menos cien plantas nuevas de la zona alemana, incluyendo también nuevas plantas traídas recientemente de América. Fuchs establece la sinonimia de cada planta, sus variedades botánicas, la forma, lugar donde crece y tiempo de recolección, su calidad y temperamento como fármaco. Las plantas se organizan alfabéticamente, partiendo de su denominación en griego, con índices de nombres en griego, latín, alemán y en el latín «bárbaro» el que utilizaban los médicos y boticarios para denominar las plantas. Su repercusión en la ciencia botánica se ha comparado con la que supuso para la anatomía las ilustraciones de De humani corporis de Vesalio, publicado también en Basilea, o la Historia animalium de Conrad Gesner para la zoología, en Zurich.

Fuchs concedió también una gran importancia a las ilustraciones, marcando nuevas fórmulas en el trabajo del grabado botánico. A diferencia del herbario de Brunfels, en el que se intenta reproducir la planta en sus detalles más concretos, las ilustraciones de Fuchs nos dan ante todo representaciones cuidadosamente esquemáticas de lo que se consideran formas genéricas, incorporando en una misma ilustración distintos estadios de la planta para su mejor conocimiento. Se intenta también conseguir una mayor claridad descriptiva, por lo que las líneas del grabado son muy finas, para facilitar el coloreado a mano, y se evita por lo mismo el sombreado.

La edición latina apareció en Basilea, en tamaño folio, 1542, con más de quinientas ilustraciones a toda plana, y sólo un año más tarde se publicó en alemán. En 1545, su impresor, Michael Isingrin, inició la publicación de ediciones más ligeras en formato octavo y con el texto reducido, o sólo con los índices de las plantas en varios idiomas. Por su manejabilidad, esta nueva fórmula editorial tuvo mucho éxito comercial, realizándose numerosas ediciones en diversos países, Suiza, Alemania, Francia, Flandes, etc.

Las ilustraciones de Brunfels y Fuchs se extendieron por toda Europa. Sus numerosas ediciones, con traducción a diversos idiomas, y la publicación de icones -publicación de una colección de grabados, sin incorporación del texto-, hizo que llegaran a todos los rincones. A partir de este momento, buena parte de los tratados botánicos y ediciones de Dioscórides copian sus ilustraciones, hasta que, en una fecha tan reciente como 1774, fueron incluidas por última vez en la obra de Salomón Schinz Anleitung zu der Pflanzenkenntniss.

Las espléndidas ilustraciones de las obras de Brunfels y Fuchs no hubieran tenido tanta repercusión en la eclosión de la botánica renacentista sin la intervención de un impresor de Francfurt, Christian Egenolff, que las copió y extendió por toda Europa, ilustrando una variada colección de libros: obras de Dioscórides, herbarios basados en el texto del ya antiguo Gart der Gesundheit, o simplemente, publicados solos, una colección de imágenes de plantas a las que simplemente les incorporaba su denominación y los índices. La azarosa historia de la familia de Egenolff hizo que sus xilografías terminaran ilustrando cincuenta años más tarde los bellos herbarios editados por Cristobal Plantino, en Amberes.

Christian Egenolff nació en Hadamar (Hessen-Nassau) el 26 de julio de 1502, y se inició en el arte de la imprenta en Estrasburgo, ciudad donde permanecería hasta 1530, casualmente el año en el que en esa ciudad se inició la impresión de la obra de Brunfels. De Estrasburgo se traslada a Francfurt, donde permanecerá hasta su muerte, en 1555. Editó más de quinientas obras, siendo uno de los impresores europeos más prolíficos de la primera mitad del siglo XVI. Tras su muerte se hizo cargo de la fundición de tipos su nieto político Jacques Sabon, quien había trabajado anteriormente en Amberes con Plantino, mientras que la imprenta fue atendida por sus tres yernos, firmando sus trabajos como «herederos de Ch. Egenolff».

En la historia de la botánica, el nombre de Christian Egenolff está asociado con la divulgación y popularización de los libros ilustrados sobre plantas. Dejando a un lado la calidad científica de estas obras, debe ser admitido que sus ediciones y las de sus sucesores hicieron un importante servicio a la difusión de esta materia entre el público en general, no sólo en Alemania, sino en toda Europa. Fue un avezado hombre de negocios, con una especial predilección por los libros ilustrados, muy demandados por el público. Sus ediciones fueron planificadas para grandes tiradas, lo que a su vez abarataba el precio. En la mayor parte de estas publicaciones, ni los textos ni las ilustraciones eran muy originales, ya que desde sus inicios tipográficos en Estrasburgo, y durante toda su vida profesional, adquirirá y reciclará tacos xilográficos utilizados en otras imprentas, o bien simplemente los copiará, creándose continuos conflictos legales con otros impresores.

Su primera obra botánica fue el Kreutterbüch von allem Erdtgewächs, que no es sino una versión revisada del Gart der Gesundheit, al que le incorporó la obra de Brunswick, Destillierbusch (1500). El texto fue editado por el médico de Francfurt, Eucharius Roesslin en 1533. El tratado se complementa con índices de plantas en latín y en alemán, así como uno muy útil sobre las aplicaciones terapéuticas en función de las enfermedades. Las ilustraciones del herbario no son originales, sino que son mayoritariamente copia a escala menor de las xilografías de Brunfels. De un total de 198 grabados que posee la obra, más de cien son reproducciones de los dos primeros tomos de la obra de Brunfels, algunos de una edición anterior de la obra de Brunswick, y otros pocos de los antiguos herbarios. Sólo veintisiete no se relacionan con ninguna otra obra.

Aunque el impresor del Herbarium vivae eicones emprendió con éxito acciones legales contra Egenolff, éste siguió incorporando las ilustraciones en sus posteriores herbarios. En 1540, el texto botánico del Kreutterbüch... fue editado, esta vez en latín y revisado por Dietrich Dorsten, con el título de Botanicon, y todavía una tercera vez en 1551, por su yerno Adam Lonitzer con el título de Naturalis historiae opus novum. Siguiendo los pasos del editor de Isingrin, impresor de Fuchs, Egenolff inició también la publicación de una serie de herbarios sin apenas texto, y de los que se conservan varios ejemplares bellamente iluminados, con el título Herbarum, arborum, fruticum, frumentorum ac leguminum... (cat. 28) La primera edición de esta obra es del año 1546, haciendo una segunda, ampliada, en 1552. A lo largo de esta secuencia, nuestro impresor siguió utilizando la colección de xilografías que había iniciado en 1533, a las que fue añadiendo nuevos tacos, por lo que consiguió una importante colección que transmitió a su muerte a sus herederos (San Martín, 2001).

 

Herbarios flamencos. Los impresores Jan van der Löe y Cristobal Plantino

La siguiente serie de herbarios, y la última que vamos a estudiar aquí, es la formada en Amberes en la segunda mitad del siglo XVI, alrededor de otra de las figuras señeras de la imprenta del Renacimiento, el francés, pero asentado en los Países Bajos, Cristobal Plantino, uno de cuyos biógrafos, Colin Clair, le ha definido como «editor del humanismo» (Clair, 1964).

Durante la segunda mitad del siglo XVI, el herbario floreció en los Países Bajos. La razón de este éxito fue debido en parte al celo y actividad de los botánicos holandeses, pero también a la magnificencia, al amor por el conocimiento, y a la gran capacidad de trabajo que distinguió a algunos de sus impresores, como Jan der van Loë y especialmente Cristobal Plantino.

La vida de Plantino se extendió entre 1514 y 1588, alcanza por ello los años en que el herbario estaba en pleno apogeo en su país de adopción. Era nativo de Touraine, y aprendió las artes de la impresión y de la encuadernación en Caen. Hacia 1550 se trasladó a Amberes, donde comenzó su vida profesional como encuadernador, pero poco más tarde pasó a la tipografía, creando una empresa editorial que adquirió una posición única en la historia de la imprenta y la edición.

El secreto del éxito de Plantino es complejo de analizar. En parte se debió, sin duda, a su sentido amplio de la amistad, y a su capacidad intuitiva para calibrar la valía de las personas, que le permitió reunir en su entorno un grupo de personas irrepetible. Se enfrentó con empresas titánicas, gracias a su enorme dedicación al trabajo y que resumiría en su lema de impresor, labore et constantia.

Rembert Dodoens, el primer botánico belga de renombre internacional, fue contemporáneo de Plantino. Había nacido en Malinas en 1517, estudió en Lovaina y visitó las universidades y escuelas médicas de Francia, Italia y Alemania. En 1574, por invitación del emperador Maximiliano II se convirtió en médico de su Corte en Viena. El hecho de que su amigo Charles de L'Ecluse viviera en esos momentos en esa misma ciudad seguramente le facilitó la decisión. Continuó como médico de la Corte con Rodolfo II, su sucesor, y después de un corto período en Colonia y Amberes, fue invitado en 1582 como profesor de la Facultad de Medicina de Leyden. Murió en esa ciudad tres años después.

Dodoens fue, de los tres botánicos flamencos que vamos a estudiar, el que más se interesó por el aspecto terapéutico de las plantas frente al puramente botánico. Fue el impresor Jan van der Loë el que, sorprendido por el interés que despertaba los herbarios en su país, interesó a su amigo Rembert Dodoens, de quien ya había publicado otras obras, a que compilase un tratado sobre las plantas en flamenco en las que incluyese las especies propias de la zona. El libro de Dodoens se publicó en 1554 con el título de Cruydeboeck, organizando sus descripciones por propiedades terapéuticas y no por orden alfabético. Para ilustrarlo, van der Loë se hizo con los grabados que Isingrin había utilizado en sus ediciones en octavo de Fuchs, a los que añadió unos doscientos más, alcanzando con ello una cifra total de 707 tacos xilográficos. En el texto utiliza la obra de Fuchs, pero también aprovecha sus lecturas de otros herbarios alemanes, e incorpora además hasta trescientas plantas no publicadas hasta entonces.

El éxito de la obra llevó a Jan van der Löe a promover su edición en francés, realizando la traducción su amigo Charles de l'Ecluse, con el título Histoire des plantes (1557), en la que incluye 133 grabados más (cat. 30). Todavía van der Loë llevó a cabo una nueva edición flamenca del herbario, en 1563, corregida y aumentada por el propio autor.

Entre la aparición de la primera edición del herbario de Dodoens, y las traducciones posteriores hay que situar dos obras españolas publicadas también en Amberes por el editor Jan de Laet, y los impresores Herederos de Birckman, en las que se aprovechan, al menos en parte, los grabados del Cruydeboeck; nos referimos a la edición comentada de la Materia medica de Dioscórides, hecha por el médico español Andrés Laguna (1555) (cat. 13), y la traducción al español de la obra de Fuchs, Historia de las yervas, y plantas sacada de Dioscoride Anazarbeo, realizada por el también médico Juan de Jarava (1557) (cat. 29). Los puntos de coincidencia están estudiados por Nissen (1966) y López Piñero (1998).

El año de la publicación de la edición latina del Cruyderboeck coincide con la finalización del privilegio de edición exclusiva concedido a van der Loë. En este momento Cristobal Plantino se ofrece a Dodoens para hacerse cargo de la edición de sus obras, comprometiéndose a incorporar cuantas ilustraciones considerara fueran necesarias. Se inicia por ello una fructífera colaboración entre el botánico y el impresor, con la publicación de Frumentorum, leguminum, palustrium et aquatilium herbarum... historia (1566), con ilustraciones encargadas al grabador Pierre van der Borth; Florum et coronarium odoratarumque nonnullarum herbarum historia (1568) (cat. 31); y otras obras más, hasta que, en 1583, y como culminación de una vida dedicada a la medicina y a la botánica, se publica la edición definitiva de su herbario en edición latina: Stirpium Pemptades sex (cat. 93), un volumen in folio, de 800 páginas y más de 1.300 xilografías, entre las que se encuentran grabados hechos especialmente para esta edición, además de los grabados de van der Löe que Plantino había adquirido en 1581 a su viuda cuando ésta liquidó el taller de su marido.

Dodoens mantuvo una relación de fuerte amistad con otros dos botánicos flamencos, Charles de L'Ecluse y Matias L'Obel. De estos dos, Cristobal Plantino publicó también la mayor parte de sus obras, consiguiendo así una difusión masiva de la botánica de los Países Bajos.

Charles de l'Ecluse nació en Arras en 1526 y, como Dodoens, pasó sus primeros años e aprendizaje en Leyden. Después de estudiar en varias universidades europeas viajó a Montpellier, convirtiéndose en uno de los discípulos más cercanos del médico Guillaume Rondelet, de quien recibió su profundo amor por la botánica. Era un verdadero sabio humanista, conocedor de distintas ciencias: derecho, filosofía, historia, cartografía, zoología, mineralogía, numismática y epigrafía.

Su primera obra botánica fue el resultado de un viaje realizado por España y Portugal con sus dos discípulos, de la familia Fugger. Fue publicada por Plantino en 1576 con el título Rariorum aliquot stirpium per Hispanias observatarum Historia (cat. 58). Los grabados incluidos en este texto fueron tallados expresamente para la obra, aunque se utilizaron simultáneamente en el herbario de Dodoens.

En 1573, L'Ecluse fue invitado a viajar a Viena por Maximiliano II, donde permaneció durante catorce años, encargado de los jardines reales. Durante su estancia realizó varios viajes exploratorios por las montañas de Austria y Hungría, y en 1583 publicó el fruto de estos viajes en la obra Rariorum aliquot stirpium, per Pannoniam, Austriam, & vicinas quasdam provincias observatarum historia, publicada también por Plantino (cat. 59). Su labor como publicista de tratados de botánica, culminó con su «magna obra» Rariorum plantarum historia, en 1601, en el que recopila todos sus conocimientos botánicos adquiridos en sus viajes, y en la que expresa la gran variedad de la flora observada en los lugares visitados (cat. 35). L'Ecluse fue también el introductor en Europa de bellas especies de jardinería, como distintas especies de bulbos, colaborando en la planificación científica del jardín botánico de la Universidad de Leyden, en el que siguió, según su pensamiento, un criterio más botánico que médico.

La relación de L'Ecluse con Plantino se amplió también a la labor de traductor. Era un lingüista destacado, moviéndose con comodidad en los idiomas de más uso en aquel momento en Europa: griego, latín, italiano, español, portugués, francés, flamenco, alemán; en su primera etapa había traducido al francés el herbario de Dodoens (1563), y en los talleres de Plantino publicó las versiones al latín de varias obras de autores españoles y portugueses, como el Coloquios dos simples... de García da Orta, bajo el título Aromatum et simplicium aliquot medicamentorum apud Indios nascentium (1567) (cat. 42), la Historia medicinal de Nicolás Monardes, traducida como De simplicibus medicamentis (1574) (cat. 41), o el Tratado de las drogas y medicinas de las Indias Orientales, de Cristobal de Acosta, bajo el título de Aromatum et medicamentorum in Orientali India (1582) (cat. 43).

Y llegamos ya al tercero del trío de botánicos que tienen especial relación con Plantino, Mathias de L'Obel. Como L'Ecluse, viajó extensamente, estudiando la flora de Provenza, Italia, el Tirol, Suiza y Alemania; como Dodoens, fue médico en ejercicio y como tal trabajó algún tiempo en Amberes, antes de marchar a Delft, de médico de Guillermo de Orange. Hizo una primera visita a Londres hacia 1566, quedándose en Inglaterra algunos años, donde publicó su primer trabajo, escrito en colaboración con su amigo Pierre Pena, Stirpium adversaria nova, que salió de las prensas de Tomás Purfoot en 1571.

En 1576 Plantino publicó su Plantarum seu stirpium historia (cat. 32). La obra se divide en dos partes: la primera, Stirpium observationes, de 646 páginas, contenía 1.473 grabados en madera, la mitad de los cuales, aproximadamente, habían sido ya usados para las obras de Dodoens y Clusius, mientras que el resto se tallaron especialmente para esta publicación. La segunda parte, Nova stirpium adversaria es, en realidad, la edición de Purfoot, al que Plantino compró 800 ejemplares y la ofreció como propia, cambiando simplemente la portada para imprimir en ella su propia marca (cat. 94). Más tarde compró también 250 de las 272 planchas que Purfoot había mandado grabar y las usó en la edición en flamenco de Plantarum seu stirpium historia, que apareció en 1581 con el título de Kruydtboeck (cat. 83).

Ese mismo, 1581, Plantino publicó un libro en el que recogía su colección de grabados de plantas con el título Plantarum seu stirpium icones, y que alcanzaba la cifra de 2.181 (cat. 34). Mathias de L'Obel organizó las ilustraciones, a las que añadió una breve descripción de cada dibujo, y un pie con referencia a las páginas correspondientes de su herbario en latín y flamenco (Clair, 1964). Este libro se convirtió en un tratado importante en la historia de la descripción y clasificación botánica, puesto que l'Obel fue el primero en organizar las plantas buscando una aproximación a su orden natural.

A la muerte de Plantino, el interés demostrado por el público llevó a sus herederos a realizar nuevas ediciones, que apenas variaban respecto al original. La visión de la innovación científica que supusieron estos tratados, y el amor por el libro bien hecho fueron sin duda características de la personalidad de Cristobal Plantino que se pueden captar claramente en las obras expuestas.

 

Bibliografía citada

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ARBER, Agnes, Herbals, their origin and evolution, a chapter in the history of botany, 1470-1670, Cambridge, Cambridge University Press, 1986.

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