Objetos encontrados: oficios como patrimonio inmaterial.
El mundo de la técnica ha estado cambiando y renovándose en todo momento histórico. Sin embargo, durante largos periodos de tiempo las necesidades básicas han permanecido relativamente constantes y con ellas los saberes y las tecnologías necesarias para resolver la siempre difícil adaptación a la Naturaleza. Las necesidades humanas más vitales han generado conocimientos típicos, han estimulado la invención de todo tipo de herramientas y de mecanismos. Pero los saberes necesarios para mantener ajustada la adaptación del hombre a su entorno han comenzado a transformarse a gran velocidad desde la revolución industrial. La Humanidad se ha reorganizado progresivamente a nivel global para superar el estadio de supervivencia e ir accediendo al desarrollo a gran escala en todos los ámbitos. Las sociedades se han visto obligadas a reemplazar precipitadamente todo el utillaje con el que habían contado durante siglos por nuevas herramientas tecnológicas cada día más sofisticadas. La idea de oficio, tal como se había configurado históricamente, ha dejado de tener cabida en este universo complejo. El motor de explosión, la electricidad, la electrónica, la informática, las redes, etc., han ido construyendo un entorno complejo cada vez más alejado de la Naturaleza, generando un nuevo entorno artificial que se ha expandido y generalizado en el mundo desarrollado. En las últimas décadas, para promover una sociedad orientada principalmente hacia el consumo, se han promovido necesidades muy diferentes a las que se han perseguido a lo largo de milenios. Sin embargo, algunas de las primigenias necesidades, principalmente las orientadas a la supervivencia, permanecen en la actualidad bien arraigadas y no hay indicios de que vayan a ser desterradas y sustituidas; parecen universales y se están rehabilitando en sus modalidades tradicionales en un mundo en el que crece la pobreza. Cazar, plantar, recolectar, cocinar, vestirse, construir una vivienda, etc., han soportado los embates de la modernización y son actividades vivas en nuestros días. De hecho, existe un retorno nostálgico hacia ellas entre ciertos grupos sociales hastiados por la homogeneización y por la racionalidad instrumental propia de las sociedades más avanzadas. Los habitantes de las grandes ciudades, que ya superan la mitad de la población en el mundo, se han ido alejando tanto de las técnicas ancestrales de trabajo y de las formas de elaboración de lo sustancial, que vuelven a buscarlas y a reflexionar acerca de ellas, quizás para entenderse mejor a sí mismos y al mundo en el que se ven obligados a vivir. Ahí tenemos asociaciones que cultivan huertos urbanos, que hacen pan, mermelada, jabón, etc., que aprenden técnicas constructivas como el adobe y que, mediante estas formas de hacer, reflexionan sobre el curso del cambio cultural. Muchos decepcionados de la exaltación de la técnica, el exceso y el confort encuentran respuestas al sentido que tiene su presencia en el mundo al recuperar por si mismos las habilidades que exigen estas actividades. Existen cada día más colectivos que les ha decepcionado el desarrollo como fin y que han empezado a identificarse con la cultura de retorno a una vida más simple.
Existe un problema reciente en nuestra relación con aquellos oficios casi extinguidos que resulta acuciante: la transformación que han sufrido, principalmente en el último medio siglo, les ha borrado prácticamente su fisonomía. En las ocasiones en que ya no cumplen función alguna los ha conducido al olvido. En muy poco tiempo hemos ido reemplazando los instrumentos que habían permanecido durante siglos atados a funciones específicas y a entornos locales concretos. Los nuevos, por lo general, no suponen una evolución de los anteriores; más bien renacen con otra lógica, otra tecnología, exigiendo otras fuentes de energía y con otra forma, lo cual rompe con la memoria colectiva anterior. Es indudable que, al margen de la nostalgia que nos produce el mundo de los objetos perdidos, los nuevos artefactos son por lo general más eficaces, resuelven más rápidamente las dificultades y requieren menos esfuerzo humano para lograr los mismos fines. Sin embargo, quizás haya que recuperarlos por otras razones más allá de las instrumentales: nos referimos a las simbólicas.
El nuevo entramado tecnológico ha arrasado en poco tiempo con los saberes elementales asociados a esos instrumentos simples. Los expertos en estos usos, eran personas prestigiosas con oficio aprendido muchas veces en la propia familia y otras en el taller artesano. Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se han dejado de transmitir de generación en generación los conocimientos y habilidades adquiridos hasta entonces. Las nuevas generaciones de jóvenes parecen no han sabido qué hacer con dichos conocimientos en el nuevo entorno y los han percibido como arqueología de los modos de hacer. El hecho es que, en unas ocasiones porque ya no tiene sentido el oficio, al haber sido relevado por nuevas tecnologías; y en otras, porque no hay continuadores dispuestos a aprenderlo, al no quedar destinatarios para los servicios que pueden proporcionar. El mundo urbano, destino principal de las clases medias, requiere un tipo de producción masiva que excluye las formas de hacer artesanales y exclusivas.
Los restos de este acervo en peligro de extinción se han ido identificando y restaurando con la finalidad de salvaguardarlos a instancias de particulares o de museos etnográficos. Antiguos usuarios o conocedores sensibles a la cultura han considerado importante este bagaje y lo han protegido en lugares privados, generalmente en los sitios donde fueron usados alguna vez. Esto es frecuente en el mundo rural. Cuando visitamos una casa campesina siempre quedan restos de memoria tecnológica plasmada en multitud de objetos o en fragmentos de viejos artefactos esparcidos por patios, corrales, cámaras, zaguanes, pajares, etc. Los museos etnográficos locales de creación posterior también han ido arropando una buena muestra de familias de objetos que fueron protagonistas de la vida cotidiana hasta hace poco y que ahora descansan en vitrinas por su carácter ejemplar.
En 1985, ante el cariz que tomaba el proceso de modernización, que parecía asociado al olvido del universo anterior, se promulgó la Ley del Patrimonio Histórico Español en donde se aludía, en el artículo 46, al valor de los “conocimientos y actividades que son o han sido expresión relevante de la cultura tradicional”. Esta Ley dio pie a ir protegiendo el patrimonio material etnográfico y el inmaterial en peligro de extinción en los años siguientes. Posteriormente, la UNESCO se ha ido preocupando, sobre todo desde 1989, por la preservación de las especificidades propias de la cultura tradicional de los pueblos, intentando otorgarle relevancia, en un momento histórico de infravaloración a escala mundial de las señas del pasado. A principios del siglo XXI se ha realizado un intento de carácter global para detener este proceso de desaparición de los instrumentos sobre los que se edificó la supervivencia durante milenios. Se trata de la aprobación en 2003 de la Convención para la salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial por parte de la UNESCO, a partir de la cual se ha generado una revalorización explícita de estos saberes a nivel universal. Los oficios en peligro de extinción fueron considerados bienes culturales con valor para sus usuarios locales y en ocasiones, para toda la Humanidad. Los portadores de saberes y de conocimientos también fueron considerados y valorados en diferentes iniciativas y en su memoria viva tenemos todavía muchos de estos conocimientos ancestrales.
Desde Octubre de 2011 España cuenta con un Plan Nacional de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, que coordina y armoniza todos estos trabajos entre las diferentes Comunidades Autónomas y que tiene como uno de sus objetivos prioritarios conocer, documentar, investigar, valorar y transmitir, a las generaciones venideras, la cultura inmaterial y sus soportes. Entre sus objetivos se encuentra también la protección de todo oficio tradicional.
Cuando un oficio está en peligro de extinción nos enfrentamos al olvido de todo el universo que lo rodea. Conocimientos ancestrales, jergas, técnicas, destrezas, habilidades, rituales y simbolismos. Todo oficio ha tenido su momento de esplendor y luego, poco a poco, se ha transformado o ha desaparecido. Solo unos pocos han logrado transcender una época y un lugar, logrando así la categoría de universal. Las técnicas que han hecho posible la existencia humana han gozado de una difusión por parte de sus conocedores y de una aceptación por todos aquellos a quienes podían beneficiar. Esta difusión ha generalizado y ha establecido pautas de acción comunes en sociedades que eran muy diferenciadas entre sí. Ha generado vínculos entre lugares separados geográficamente y ha promovido una primera y elemental forma de interculturalidad a la vez que el desarrollo de los pueblos.
La primera preocupación por salvar las actividades tradicionales del olvido reclama su correcta documentación. Es necesario comprender cómo eran los mecanismos, en qué ámbitos se usaba, quiénes eran los profesionales encargados. Qué lógicas subyacían en sus usos y qué importancia ha tenido el que sociedades diferentes culturalmente hayan llegado a compartir dichas lógicas tecnológicas.
En la actualidad los etnógrafos rastrean estas informaciones recurriendo a la tradición oral, es decir, a los mayores que todavía pueden describir en qué consistía el oficio hace décadas, cómo eran los artefactos y en qué contextos se usaban hasta que cayeron en desuso. Las descripciones se suelen acompañar de imágenes fotográficas de archivo que permiten comprender la actividad en su plenitud.
Sin embargo, siempre nos olvidamos de citar a los primeros documentalistas. A aquéllos que describieron minuciosamente dichas técnicas en publicaciones en un momento anterior, es decir, hace siglos. Esos que describieron en grabados, con trazos, la magia de los oficios. Es indispensable volver la vista atrás y buscar en los libros de nuestras bibliotecas donde encuentran todos esos secretos. Y eso es lo que se ha hecho en esta ocasión gracias a los tesoros que acumula la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla.
La exposición pretende propiciar un diálogo novedoso. Por primera vez son artistas actuales los que reflexionan creativamente acerca del acervo cultural perdido. Y lo hacen con una mirada completamente original, además de con su mano y en los términos de lenguajes específicamente artísticos. Situados en un observatorio específico y diferente de la Etnografía y de la Historia de la Técnica, descubren otras dimensiones y relaciones que no son las convencionales. Facetas que no tienen cabida en los tratados especializados sobre técnicas y oficios por dejar de lado la dimensión analítica y situarse en otra marcada por la hermenéutica.
Hemos solicitado a artistas diferentes que traigan algún objeto o fragmento del mismo que hayan encontrado y que sea digno de su consideración, y que elaboren una alguna sugerencia plástica o alegoría en relación al acervo cultural que emana de los antiguos oficios tal y como aparecen documentados en libros legendarios conservados en la Biblioteca Marqués de Valdecilla. Mediante estos objetos, o a través de fragmentos o alegorías, se ha establecido un diálogo único entre los anónimos portadores ancestrales del saber y del hacer tradicional, los dibujantes y grabadores de época, los artistas actuales que rescatan el todo mediante una parte encontrada y nosotros, los públicos que observamos este complejo diálogo y lo cerramos cuando aportamos imágenes de nuestra experiencia y de nuestra memoria. Los sentidos que genere este diálogo en cada cual es el resultado que perseguimos con este evento.
Antonio Muñoz Carrión y Luis Mayo Vega