Biblioteca Complutense

Farmacopea: Libros de simples y compuestos

La farmacopea medieval cristalizó en dos tipos de libros, de clarísima orientación práctica: los libros de simples, que aspiraban a un fácil y claro reconocimiento de las plantas, animales o minerales que constituían las drogas o principios activos con propiedades curativas; y los libros de compuestos, que explicaban cómo elaborar correctamente preparados medicamentosos a partir de dichas materias primas. 

En ambos, la fidelidad botánica de las descripciones textuales e icónicas, así como la exactitud en las cantidades y la pormenorizada descripción de los pasos para conseguir las recetas, fueron elementos claves. Recogían además las propiedades terapéuticas y la posible nocividad de cada simple o compuesto. La mandrágora ejemplifica muy bien esta cuestión, pues al contener atropina era muy valorada como sedante. Sin embargo, la dificultad para mitigar sus efectos adversos hacía que una incorrecta preparación, en la que habitualmente se combinaba con eléboro y beleño, produjese alucinaciones y convulsiones, pudiendo conducir a la muerte del que la ingería.

En los libros de simples la representación de las plantas no solía faltar, ya que estos eran usados por herboristas y boticarios que debían saber reconocer las plantas que recogían o vendían en sus establecimientos.  Estas iluminaciones se incorporaron tanto a costosos libros como a otros más modestos. Así, códices de pequeño formato, con encuadernaciones muy elementales,  concebidos como libros de bolsillo o como manuales de uso frecuente, ligeros y transportables, que se podían llevar de aquí a allá y consultar en cualquier momento, muestran un despliegue icónico extraordinario, con iluminaciones a folio completo, realizadas con gran fidelidad botánica y con una gran agilidad y maestría artística, consiguiendo con un temple muy diluido resultados de una gran veracidad y realismo científico. Las imágenes tienen absoluta relación con el texto que acompañan; es más, con mucha frecuencia sobrepasan al texto en dimensiones, desarrollo y detalle, tal como vemos en el Herbario latino de Florencia (Biblioteca Medicea Laurenziana, ms. Ashb 731). En otros casos, se trata de magnos libros de aparato para mostrar, exhibir y señalar un alto estatus, como el lujoso regalo recibido por Anicia Juliana en el siglo VI, conocido como Dioscórides de Viena (Österreichische Nationalbibliothek, Viena, ms. Med.Gr.1) y que cuenta también con un abundantísimo repertorio gráfico que permite reconstruir la riqueza botánica de aquel momento.  

Los libros de compuestos, recetarios o vademécums, fueron habitualmente escritos por físicos o médicos generalistas, y pretendían aportar recetas para las distintas dolencias, indicando cantidades, orden de los ingredientes, propiedades, usos, conservación, y formas de administración.  Cuando se iluminaron estos libros de medicamentos se puso el acento, bien en los simples de la receta, bien en su aplicación médica, tal como ocurre en la Triaca de París (Kitāb al-diryāq o Libro de la triaca) y en el Libro de los medicamentos de Federico II (original en Biblioteca Medicea Laurenziana, Florencia, ms.Plut 73.16).


© M. Moleiro Editor (www.moleiro.com), El Libro de los Medicamentos Simples, f. 136r.


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